Laura S. Maquilón.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Sportula. Col. Narrativa breve. Gijón, 2018. Edición digital (ePub). 72 páginas.
No se puede negar que son buenos tiempos para el formato de novela corta, algo que permite poner a disposición de los lectores obras que de otro modo muy posiblemente no hubieran visto la luz impresa de forma independiente o debieran haber sido alargadas hasta devaluar su contenido. El pasado es un cazador paciente ofrece una historia a caballo de la fantasía y la ciencia ficción, aunque finalmente se decante más por esta última que por la primera. Y, no obstante, es una ciencia ficción mestiza, hija de la mezcla de tendencias y de los géneros, agradablemente actual. Es esta una historia de retorno y de memoria, de sueños, de deudas y de debida retribución. Volver la mirada al pasado, más allá de la nostalgia, muchas veces es un ejercicio doloroso. Triste. Las decisiones tomadas, las personas que quedaron atrás, las sombras que matizan el presente, devuelven una mirada no siempre soportable. Y si además ese pasado quizá no sea como se piensa, si encierra secretos que nunca debieran haber permanecido envueltos en sus velos, si demanda una resolución que nunca llegó, se hace más estremecedor todavía si cabe. Futuro cercano o ucronía, la España que presenta la novela, con su toque onírico, es inquietantemente cercana, y habla al lector de un pasado común que todavía está por cerrar.
Marina, una cazadora de sueños, profesión poco legal y ciertamente cruel que se basa en capturar en un aparato con forma de joya los sueños de ciertas personas para vendérselos a otras más acaudaladas, vuelve a Cobertera, su pueblo natal en Murcia, para completar un encargo que no la hace precisamente feliz. Haciendo de tripas corazón, se autoconvence de que todo será entrar y salir, pero cuando el dolor emocional de los recuerdos asociados a su pasado, y un sueño errante, la desvíen dolorosamente de su misión, se dará cuenta de su error. Antes de poder hacer nada más, deberá librarse del indeseado sueño, algo para lo que quizá deba enfrentar demonios que habría preferido dejar enterrados en su pasado. Y todo con un tiempo límite para cumplir su misión.
Fotografía: La Nave Invisible |
El viaje de la protagonista a su tierra natal se presenta casi como un viaje al pasado, a los lugares —y a los fantasmas de las personas— que han quedado atrás, olvidados o dejados de lado por el progreso, donde los habitantes se empeñan en sobrevivir de una forma más tradicional, del campo o la ganadería, contra la decadencia y el abandono. Cobertera es para Marina el recuerdo de una madre con la que se tenía una tensa convivencia o de una amiga con la que se rompió toda relación. Un viaje que la llevará a conocer a Roberto, un inesperado vínculo con su pasado a quien deberá ayudar antes de poder ayudarse a sí misma. Juntos emprenderán una búsqueda, un pequeño periplo por las casas, las calles del pueblo y sus alrededores en el que el tiempo podría llegar a retorcerse y difuminarse. Se agradece mucho esa ambientación cercana, autóctona y casi costumbrista, en un libro que gira en torno a los sueños, pero que en realidad habla de memoria, tanto de la recuperada al volver al lugar que se dejó atrás como aquella que se debe a los olvidados, a los desaparecidos, a los represaliados. Es difícil obviar el paralelismo con nuestro propio pasado. Un libro que también habla de despoblación, de los pueblos que ven cómo una parte de sus gentes emigran en pos de mejores oportunidades y cómo los que se quedan guardan cierto resquemor, un soterrado rencor, hacia los que se marcharon, hacia los que se fueron sin mirar atrás, sin valorar a los y lo que abandonaban. Hay deudas sin pagar, mucha inquina, y dolores que sólo pueden encontrar remedio si sale a la luz la verdad. Pero la verdad duele, y cuesta hacerle frente. Así que también hay un momento para el perdón, para el más difícil, el que supone perdonarse a uno mismo.
Hay en el volumen también cierto mensaje ecológico, muy en el sustrato pero ciertamente importante. Las guerras del futuro, si no ya de nuestro presente, serán por los recursos naturales, por el agua sobre todo. La carestía en el mundo de Marina se hace patente en todo momento. En la guerra que ya ha tenido lugar, en la diáspora del depauperado mundo rural hacia el urbano, en las carestías de energía sufridas por los pueblos que casi no pueden ni iluminar sus calles abandonadas a los hierbajos… Entre el realismo mágico, la fantasía onírica, la denuncia social y ecologista, y la ciencia ficción de un futuro muy cercano, con un tono casi humanista, Maquilón hace muy cercano el relato con una voz propia, con una prosa, unos diálogos, llenos de localismos y de descripciones de un escenario fácilmente reconocible en muchos de los pueblos de la España profunda, imbuido todo él de un toque entre tecnológico y onírico.
Después del amargo final de la novela corta, el volumen se completa con un relato, Cazadora de sueños, que transporta al lector al principio de la «carrera» de la protagonista, cuando da el paso definitivo hacia la profesión de atrapa sueños tras el que ya no hay vuelta atrás. Un relato que, a modo de introducción postrera, aunque con entidad independiente, ayuda a esclarecer algunos de los aspectos de la historia precedente, sirviendo para poner en contexto la labor de Marina y el mundo en que se desenvuelve su actividad, mostrando de paso de manera definitoria que la obra es ciencia ficción con todas las de la ley. ¿Habrá nuevas entregas protagonizadas por la atrapa sueños Marina? Esperemos que sí.
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