Rodolfo Martínez.
Reseña de: Consuelo Abellán Colodrón.
Sportula. Col. Narrativa breve. Gijón, 2018. Edición digital (ePub). 69 páginas.
Este libro que os traemos hoy es la nueva reedición de una obra con la que Rodolfo Martínez ganó la Beca de Novela Corta Pepsi-Semana Negra en 1998 y fue finalista en los premios Ignotus del año 2000. La edición más antigua de la que tenemos noticia fue una de 1999, realizada para su distribución exclusiva en la Semana Negra de ese año y, posteriormente fue publicada por Ediciones Robel, dentro de la colección El doble de ciencia ficción, en el mismo tomo que La soledad de la máquina, del reciente y tristemente fallecido padre de la ciencia ficción en España, Domingo Santos. A partir de 2010 Sportula vuelve a reeditarlo en varias ocasiones, aunque siempre en formato exclusivamente digital, hasta el pasado mes de octubre, en que por fin la edita en papel.
Se trata, por lo tanto, de una novela corta con una larga trayectoria, que habrá sido leída y reseñada cientos de veces, pero que yo no había tenido hasta ahora la oportunidad de leer, por lo que enfrento esta reseña como si de la última novedad editorial se tratase, con la esperanza de aportar una nueva mirada, no sé si más fresca o no, pero al menos será una mirada de “primera lectura”.
Territorio de pesadumbre nos lleva a un posible futuro en el que el planeta Tierra ha sido esquilmado, convirtiéndose en un erial inhabitable, la atmósfera es irrespirable, la capa de ozono ha desaparecido y la humanidad se ve obligada a sobrevivir refugiándose en edificios cerrados y protegidos contra la radiación solar. Los alimentos deben cultivarse en invernaderos y los viajes entre enclaves habitados, o entre estos y sus zonas agrícolas se realizan en vehículos cubiertos, a costa de gastar los últimos restos de unos combustibles fósiles casi ya agotados. En este entorno hostil, la sociedad ha retrocedido en cierta forma hacia una especie de organización medieval, dividida en enclaves, cada uno de ellos responsable de sus territorios aledaños y gobernado por una familia, cuya jefatura o Cabeza tiene carácter hereditario.
Kal, nuestro protagonista, recibe la noticia de la muerte de su padre, Cabeza de la familia Argicida y debe asumir su papel como nueva Cabeza, para el que no se siente preparado. Afortunadamente, cuenta con el apoyo y el consejo de Shamael, enigmático personaje que tendrá un papel clave en la historia. A partir de ese momento, Kal deberá lidiar con intrigas palaciegas e intentos de derrocamiento por parte de sus propios parientes, al mismo tiempo que hace frente, junto al resto de familias, a una apremiante amenaza que llega del exterior.
Esta sería una forma de resumir, sin revelar detalles demasiado esclarecedores, la base de la historia que contiene Territorio de pesadumbre o, al menos, su arranque. Lo cierto es que no es un resumen en exceso atractivo, ya que parecería que vamos a encontrar una historia que ya ha sido contada hasta la saciedad en libros de fantasía épica: la del joven inexperto que debe superar todo tipo de intrigas y dificultades para terminar triunfando donde nadie esperaba sino fracaso. Y, en cierto modo, esa es la impresión que se tiene al comenzar a leer. La novela arranca con una escena de entrenamiento en la lucha con espada, que podría pertenecer al imaginario de la fantasía más clásica. Pero nada más lejos de la realidad.
En cuanto avanzamos unas pocas páginas ya empezamos a ver detalles que nos sacan de nuestro error: clones de entrenamiento, robots, multiconferencias virtuales, implantes de memoria… Y este es uno de los primeros aspectos que llama la atención en esta novela: el contraste que se establece entre, por un lado, lo avanzado de la tecnología disponible y, por otro, el aire medievalizante de la sociedad descrita. No es extraño encontrar, en literatura fantástica, futuros postapocalípticos con sociedades que han retrocedido. Sin embargo, ese retroceso social y político suele venir acompañado de retroceso tecnológico, que viene a ser el que sustenta al primero. No ocurre así en Territorio de pesadumbre. Los duelos pueden ser a espada o con pistolas de partículas, a elección de la parte ofendida. Es una fusión entre tecnología y rancia tradición que, por momentos, y salvando las distancias, nos recuerda la rígida sociedad Barrayarana de la saga Vorkosigan, de McMaster Bujold (aunque no olvidemos que Barrayar es un planeta considerado bárbaro y atrasado por sus coetáneos tecnológicamente más avanzados y socialmente más civilizados).
De esta forma, el lector se encuentra “metido en materia”, sintiéndose medianamente cómodo con lo que cree que va a ser una novela de ciencia ficción con ciertos toques de fantasía épica (o de fantasía épica con elementos futuristas). Pero, de nuevo, Martínez le sorprende y le saca de su zona de confort. A medida que avanza la historia se va revelando la auténtica naturaleza de esa amenaza exterior, cuyo origen es incierto desde el principio y con la que Shamael parece tener mucho que ver. Y lo que venía siendo ciencia ficción y fantasía de capa y espada va tomando tintes de fantasía oscura o terror sobrenatural.
Territorio de pesadumbre es, por lo tanto, una novela corta inclasificable en un solo género, pues toma elementos de todos los palos del fantástico, los mezcla y los agita ofreciendo al lector como resultado un combinado sabroso, pero extraño. Los ingredientes están claros para el paladar menos experto aunque su combinación resulta poco habitual.
Esta mezcla de géneros es quizás la parte más destacable de la novela. La historia en sí misma, aislada de los elementos de ciencia ficción y de fantasía oscura, se ciñe con bastante precisión a lo que se espera de una fantasía épica al uso, con giros inesperados, aparentes traiciones, revelación de identidades ocultas y enemigos que se convierten en aliados, lo suficiente para mantener el interés del lector y que este devore las páginas para conocer el desenlace.
También resulta interesante el mundo imaginado por Martínez como escenario de la historia. Un mundo, como decíamos antes, esquilmado y estéril, un infierno en la tierra que la humanidad trata de recuperar, pero que debe disputar con otras criaturas que lo reclaman como su propio infierno. En definitiva, y haciendo honor al mestizaje de géneros del que hace gala la novela, un mundo en el que tienen cabida las pistolas de partículas, las espadas y ciertas criaturas infernales.
Así que mi consejo es: puristas del género (de cualquier género), absténganse. Lectores que disfruten la mezcla, el mestizaje y las historias bien contadas, que beben de la tradición más clásica al mismo tiempo que la salpican de elementos “impuros”, cualquiera que sea el género al que pertenezcan o dejen de pertenecer, este libro es para ustedes.
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