Texto: Alex Nikolavitch.
Ilustración y color: Marco Gervasio. Carlos Aón. Lara Lee.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones Oberon. Col. Libros singulares. Madrid, 2019. Título original: Howard P. Lovecraft: celui qui écrivait dans les ténèbres. Traducción: Juan García Muñoz. 112 páginas. Color.
Auténtica leyenda literaria, no se puede negar que H.P. Lovecraft poseía una personalidad ambigua y compleja, y unas ideas, como poco, conflictivas. Algo que no eclipsa, con todas sus sombras, la magnífica creación de la que fue autor y que diera lugar a todo un género como es el del horror cósmico. Una obra que perdura muchos años después de su muerte y que le convierte en uno de los más famosos, relevantes e importantes, si no el que más, escritores de terror del siglo XX. Este cómic ofrece un vistazo sobre el periódo de su vida, sus últimos doce años, en que el autor de Providence se encontraba en pleno desarrollo de su particular cosmogonía de los Mitos de Cthulhu. Es cierto que ofrece, para los conocedores de su vida y obra, pocos detalles reveladores y novedosos, pero tiene la virtud de proyectar una nueva luz, más humana cabría decir, sobre la controvertida figura de un escritor que ha estremecido la mente de miles de lectores a lo largo del tiempo y la geografía del mundo.
En enero de 1925, siguiendo los pasos de su esposa, Howard Phillips Lovecraft llega a Nueva York y se instala en Brooklyn, pero el idilio con la Gran Manzana nunca se produce. Todo lo contrario, y barrios como Red Hook dejan en él una impronta negativa que se verá reflejada en sus escritos. A pesar de la presencia de algunos de sus buenos amigos, como Frank Belknap Long, Samuel Loveman o Henry McNeil, el escritor odia y se siente agobiado por la ciudad. No tardará mucho en abandonarlo todo y volver en abril de 1926 a su querida Providence, su refugio e inspiración, donde encontrará el cuidado de su tía Lilian y una vida más sencilla y menos agobiante para su paradójica personalidad.
El cómic retrata, de la forma más realista posible, lejos de leyendas e ideas preconcebidas, cómo era el autor, sin obviar ni dulcificar sus aspectos más escabrosos, pero ofreciendo una mirada humanizadora de todas sus grandes contradicciones. Sus profundas fobias, su acerado odio a las grandes ciudades y enorme amor por su hagar en Providence, su antisemitismo —racismo y xenofobia en general, mitigados en sus años postreros— que no le impidió mantener una gran amistad con Loveman, la errática relación y huida de su esposa Sonia Greene, su misantropía, la profunda herida producida por la enfermedad de su padre y por el internamiento de su madre, su convencido y militante agnosticismo, el círculo de amistades con otros autores, tanto en Nueva York como el que luego iría creándose de manera postal en torno a su figura y obra, pasiones como la astronomía que tanta influencia tendría en su ficción, sus sencillas necesidades y su desapego económico, su prodigiosa imaginación, su soledad innata, su delicada salud o sus muchas fobias…
Un tanto superficial, no es un retrato que busqué una gran profundidad, sino una cercana sinceridad, revelar el hombre bajo el mito. A pesar de haber tenido acceso a buena parte de su correspondencia, el guión de Nicolavitch, desde luego, no aturde con datos y más datos, sino que dota al relato de una atmósfera próxima al tiempo que refleja la inquietud creativa de un hombre atormentado por la vida y perseguido por una sombría fortuna. Además de desconocidas anécdotas que humanizan su persona, como ese desatado amor por los helados, su fascinación por los cementerios o sus brotes de humor, hay en estas páginas muchos guiños, desde el mismo título, para los adeptos a sus obras, muchas referencias a los posibles orígenes de sus creaciones más famosas, detalles que quizá sólo los iniciados capten.
Un tanto superficial, no es un retrato que busqué una gran profundidad, sino una cercana sinceridad, revelar el hombre bajo el mito. A pesar de haber tenido acceso a buena parte de su correspondencia, el guión de Nicolavitch, desde luego, no aturde con datos y más datos, sino que dota al relato de una atmósfera próxima al tiempo que refleja la inquietud creativa de un hombre atormentado por la vida y perseguido por una sombría fortuna. Además de desconocidas anécdotas que humanizan su persona, como ese desatado amor por los helados, su fascinación por los cementerios o sus brotes de humor, hay en estas páginas muchos guiños, desde el mismo título, para los adeptos a sus obras, muchas referencias a los posibles orígenes de sus creaciones más famosas, detalles que quizá sólo los iniciados capten.
Por el álbum desfilan un buen número de las personas que tendrían influencia en su vida y / o en su obra. Además de los ya nombrados, como su tía o su esposa, dos de las escasas mujeres en su vida, aparecen otros como el escapista Harry Houdini con quien mantuvo una colaboración quebrada por su prematura muerte, o el escritor Robert E Howard, con quien mantuvo abundante correspondencia y discusiones sobre sus opiniones sobre el fascismo, y cuyo suicidio produjo una enorme huella en él.
El lenguaje del cómic permite a guionista y dibujantes acercar la figura de Lovecraft al lector con un gran despliegue de imaginería, tanto en su día a día, en la gran ciudad, en Providence y en las diferentes localizaciones que irá visitando en esos años, como en aquellas escenas y viñetas en que se busca reflejar el mundo de los mitos mientras el autor lo está imaginando y escribiendo, y que se encuentran reflejadas con varios fragmentos —bastante extractados, eso sí— de algunas de sus obras más significativas. Criaturas demenciales, ciudades ocultas, expediciones a lo remoto, civilizaciones lejanas... Nikolavitch se decanta de forma amable por primar el aspecto literario, el proceso creador y la relación con otros escritores, sobre la personalidad de Lovecraft, sin ocultar lo mucho que la una influyó en la otra, pero sin profundizar en temas escabrosos.
De las imágenes surge la figura de un escritor obsesionado por la escritura, tanto de sus propias obras como en la corrección y reescritura de la de otros, su negativa a pasar a máquina sus relatos, algo que le restaba posibilidades de publicación, su amor por el intercambio postal, escribiendo cartas de gran longitud… Un hombre que vivía por y para la escritura. Que transformaba todas sus vivencias en literatura, que adaptaba sus escenarios a los de sus cuentos y que volcaba, a veces un tanto vehementemente, sus ideas en sus ficciones.
Una vida, los últimos años de una vida, que surge ante los ojos del lector mediante un dibujo cuidado, sencillo, limpio, expresivo, sobrio y colorista, alejado de la idea tenebrosa que el público suele asociar con Cthulhu y el resto de dioses primigenios surgidos de la mente de Lovecraft, y que consigue reflejar a la perfección el paso del tiempo, las cargas de las vivencias y sueños, y el deterioro del autor, cada vez más demacrado, en su camino hacia el final, en marzo de 1937. Aunque ya se sabe: No está muerto lo que eternamente yace. Y en los eones por venir la muerte aún puede morir.
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