Le Fanu / Tolstói / Polidori.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Alianza editorial. Col. 13/20. Madrid, 2019. Traducción: Carmilla: Emilio Olcina Aya; El vampiro / La familia del vurdalak: Enrique Moya Carrión; El vampiro: Rafael Llopis. 287 páginas.
Este volumen, casi podría decir que imprescindible para rastrear el origen literario del mito literario vampírico, recopila cuatro historias fundacionales del género: Carmilla, de J. Sheridan Le Fanu, El vampiro y La familia del vurdalak, de A.K. Tolstói, y El vampiro, de J.W. Polidori, considerada esta última por muchos origen del mismo. Vistas desde la óptica descreída e hiper estimulada del lector del siglo XXI es muy posible que estas narraciones muestren una agradable ingenuidad, y unas construcciones sociales que se escapan a las convenciones actuales. No se puede, ni se debe, afrontar la lectura de los clásicos desde la mentalidad y sensibilidad de hoy, cuando tantas cosas han cambiado literaria y socialmente, y tanto autores y libros han tratado el tema desde las más diferentes ópticas. Estos entonces sorprendentes y rompedores relatos, inmersos en el Romanticisimo, en lo gótico y lo decimonónico, siguen deparando un enorme placer lector, quizá no tanto por el horror que pudieran causar, diluido por el tiempo, sino por lo bien escritos —o traducidos en este caso— que están, por la inmersión en unos escenarios que retrotraen a otra época, aunque con una modernidad realmente sorprendente y atractiva, y por todo lo que significaron para todo lo que habría de escribirse después.
En el primer relato del volumen, Carmilla, publicado en 1872 y escrito cual si de un informe médico a posteriori se tratara, aunque escrito en primera persona desde la óptica de una de las principales implicadas y sujeto del mismo informe, el inesperado accidente de un carruaje hace que una de sus ocupantes, la hermosa aunque veleidosa joven que da nombre al relato, termine como huésped en un apartado castillo, o schloss, de una boscosa región de Estiria. Allí la hija del propietario, Laura, no podrá ocultar la mezcla de fascinación e inquietud que la joven recién llegada le provoca, al tiempo que extraños sucesos e inesperadas muertes empiezan a acaecer en los alrededores.
Le Fanu, a través de una poderosa y lírica prosa, da cuenta de una historia de horror en la que plasma la atracción y pasión de dos mujeres, a medio camino entre la perversión y la inocencia. Perfectamente integrada en la tradición gótica algunos comportamientos pueden llegar a resultar de lo más chocantes para una óptica actual, como al de una madre que «abandona» a su hija en un lugar desconocido poniendo toda su confianza en un hombre, y en su hija, al que no conoce de nada; así que hay que leerlo —todos ellos en realidad— con una mente libre de prejuicios y de ideas preconcebidas respecto a lo que hoy es correcto y aceptable. Repleta de imágenes icónicas y de símbolos que ocultan dobles sentidos, y con la presencia algunos de los posteriores clichés básicos del arquetipo, como el aislamiento del escenario, la invitación, la seducción y sensualidad, la fascinación mezclada con el horror, los poderes intrínsecos adjudicados al ser sobrenatural, el rechazo a los símbolo s religiosos, la soledad que busca ser satisfecha con una reticente compañía, el infausto destino de quienes se cruzan con ella, el experto estudioso de la historia y a tradición de los vampiros, la languidez y esa inocencia pervertida de la protagonista..., es muy posible que los lectores actuales vayan a encontrar poco misterio en la revelación del porqué del intrigante comportamiento y de la verdadera naturaleza de Carmilla, o en las causas de la misteriosa, súbita e inexplicable enfermedad en la que cae Laura. Sin embargo la grandeza del relato reside en la propia fuerza de sus imágenes, y en lo adelantado y rompedor, en su momento, de su mensaje. No es una historia de amor lésbico, aunque ahí esté la atracción y la plasmación, sino de abuso emocional y físico, de alguien que se aprovecha de la necesidad de compañía de una joven para satisfacer sus propios deseos, y muy posiblemente ahí radique hoy en día el mayor horror del relato. Una auténtica historia de vampirismo.
A continuación el volumen recoge dos historias de A.K. Tolstói, sus dos únicas historias de «terror» en realidad. Situado ya en las postrimerías del Romanticismo, en El vampiro, escrita en 1841, un joven aristócrata, Runevski, es víctima de su propia arrogancia y escepticismo —aunque él, narrador en primera persona difícilmente lo reconocería—, advertido de la presencia de upir entre los asistentes a un baile de la alta sociedad, no hará caso de las evidentes señales y, atraído por la joven e inocente Dasha, nieta de la brigadiera Sugrobina, se verá enredado en una suerte de conspiración en las sombras que lleva tiempo desarrollándose. La inquietante atmósfera de la caída a los infiernos del advertido narrador sirven también al autor para la crítica social de la Rusia zarista y sus anquilosadas y trasnochadas nobleza y oligarquía. El relato juega con la anticipación de los eventos, con los presagios, profecías, situaciones oníricas y detalles reveladores a los que el protagonista es ajeno. El conocimiento no libra de caer en las redes del vampiro, y el embelesamiento ante la belleza más radiante e inocente no ayuda precisamente a aceptar una realidad que no se quiere tener en cuenta, incluso con la presencia de fantasmas que debieran haberle puesto muy en guardia. Hay cosas que la razón no podría explicar, por mucho que el protagonista así lo deseara.
En La familia del vurdalak, fragmento inédito de las Memorias de un desconocido (1839), la acción se sitúa en el año 1815 y está escrita, como parece habitual en muchos de estos relatos, en primera persona recogiendo los escritos de un diplomático que viaja a un remoto pueblecito de Serbia, entonces bajo dominio turco, donde será testigo de inquietantes, enternecedores y dramáticos, sucesos. Alojado en casa de un campesino se da cuenta de la preocupación de la familia que le acoge ante la ausencia del progenitor, un hombre que salió días antes a la busca y captura de un bandolero que se enseñorea de la región, y que todavía no ha retornado de su misión. Cuando finalmente regrese entre la familia se extiende la alegría por su vuelta y la desconfianza por si ha regresado convertido en un vurdalak, un ser vampírico.
Narrada con vigor, rapidez, dominio y gran seguridad, con una prosa poco dada a divagaciones, pero muy hija de su tiempo y cargada de inusitado y trágico lirismo, se trata de una historia de lo más angustiosa y amarga, sobre todo por una característica particular del vurdalak, que le lleva a retornar al hogar y aterrorizar a los que fueran sus seres más queridos. Aunque lo que prima es la angustia por el destino familiar primero, y de toda la aldea después, la seducción tampoco se encuentra en absoluto ausente, y el joven diplomático se verá enredado en una historia que no esperaba en absoluto. El relato trasciende sus fronteras geográficas gracias a la erudición del protagonista, con una vena helenística muy curiosa y un humanismo que entonces empezaba a florecer.
La antología se cierra con un clásico entre los clásicos, El vampiro, de John William Polidori, auténtica semilla de toda la tradición literaria vampírica occidental. Publicada en 1819 —para ponerlo en perspectiva, Drácula, de Bram Stoker, es de 1897— es parte de la genial confluencia de Byron —a quien primero se adjudicaría la autoría al basarse Polidori en un arranque de cuento suyo—, Mary Shelley, su marido Percy y el propio Polidori en la Villa Diodati, de donde surgiría también esa otra maravilla titulada Frankenstein o el moderno Prometeo. En El vampiro, un acomodado joven inglés, Aubrey, conoce al enigmático, pero muy popular, Lord Ruthven, a quien primero acompaña a Roma y después se separa de él, asqueado por su seducción de la hija de un amigo mutuo. Tras viajar a Grecia en solitario conoce a la bella e inocente Ianthe, hija de un posadero, por la que siente una irresistible atracción, aunque no puede evitar su trágico destino.
Una vez más, o quizás por primera vez, el lector se encuentra con la inocencia quebrada, con la perversa seducción, con los juegos de engaño del vampiro, el cruento resultado de la incredulidad de las gentes ante la naturaleza depredadora de la sanguinaria criatura que le permite introducirse en el entorno de las víctimas sin levantar sospechas, incluso siendo invitado como un huésped de calidad. Se trata de un relato terriblemente cruel, desesperanzador, con un final demoledor donde los haya. El vampiro es la encarnación del mal, sin cortapisas, cruel y dado al engaño para mayor escarnio de sus víctimas, enemigo de toda la sociedad entre la que se camufla y de todo lo bueno que haya en el mundo. En este relato Polidori sienta, en efecto, las bases de todo lo que habría de venir después, y lo hizo sin concesiones ni cortapisas, con una historia que todavía hoy estremece, si no de miedo, al menos de empatía con el protagonista y sus difíciles circunstancias. Eso sí, hay que leerla con los ojos de antaño, con la capacidad de fascinación intacta, con ganas de sumergerse en un mundo que quizá en la actualidad haya desaparecido.
Estos vampiros, padres e hijos de una rica tradición, lejos de las desdibujadas caricaturas en que se han convertido sus trasuntos más actuales, mantienen intacto su poder de fascinación y tétrica amenaza. Aún pertenecientes al género del terror, es difícil que causen mucho miedo en un lector actual, pero la fascinación, el desasosiego y la intriga están aseguradas, por mucho que se piense que se conoce ya de antemano la historia. Merece mucho la pena recuperarlos.
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