Stephen King.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Plaza & Janés. Col. Exitos. Barcelona, 2019. Título original: The Institute. Traducción: Carlos Milla Soler. 619 páginas.
¿Cuántos niños desaparecen en EE.UU., o en cualquier otro país, cada año y nunca se vuelve a tener noticia de ellos? ¿Cabe en estos días de globalidad, de redes sociales y wikileaks una organización que trabaje tan en secreto que no haya la más mínima señal de ella en parte alguna? ¿Podrían fenómenos psíquicos como la telepatía o la telequinesis tener cabida en nuestra descreída —no sin razón— realidad actual? Reflexiones a las que Stephen King se aplica dando lugar a un libro tan intrigante y, en ocasiones, estremecedor como las mejores de sus obras destacadas. Una novela atada a su tiempo, al presente, y a una realidad política que da miedo por sí misma. Una historia sobre la amistad en la época de crecimiento, en la infancia y adolescencia, muy en la línea de King, sobre la resistencia del espíritu humano llevado a su límite y sobre la difusa frontera en la que los fines ya no justifican los medios, si es que alguna vez lo hicieran. No es un libro de terror, en absoluto, pero más de una de las situaciones planteadas produce un miedo escalofriante, más por sus implicaciones, por lo que unos seres humanos son capaces de hacerle a otros, niños en este caso, que por lo aterrador de lo descrito. La realidad muchas veces da más miedo que la ficción, y los retazos de nuestro mundo que se cuelan en el de King son espeluznantes por todo lo que significan.
En el aeropuerto de Tampa un ex policía se baja del avión de la compañía Delta que debiera haberle llevado a Nueva York en busca de una nueva vida. La tripulación de vuelo ofrece una recompensa por dejar libre su asiento para que lo ocupe un agente federal, así que él decide aceptar la oferta y, con los bolsillos llenos y ninguna prisa, emprende un errático camino que le llevará a la pequeña población de DuPray, en Carolina del Sur. ¿Podría encontrar allí lo que anda buscando sin saber demasiado bien qué es en realidad? Se llama Tim Jamieson, y el lector haría bien en recordar su nombre, pues hasta pasadas otras 400 páginas de la novela no volverá a saber de él. Tras lo que podría considerarse una introducción que juega al despiste, en la página 55, y con el título de El niño listo, empieza en realidad la novela. Mientras Jamieson se plantea la posibilidad de abrir una nueva etapa en DuPray, en Minneapolis Luke Ellis, un niño superdotado de doce años, se encuentra en una encrucijada vital, debe presentarse a los exámenes selectivos si quiere estudiar simultáneamente ingeniería en el MIT de Cambridge y literatura en Emerson, Boston, ya que ha sido aceptado en ambos campus. No obstante los mejores planes no resisten el asalto de la realidad. Y una noche se irá a dormir y despertará en una habitación que parece la suya, con los mismos muebles y pósteres, pero que obviamente no es la suya. La falta de ventana donde siempre había habido una es una pista de lo más elocuente. Su vida, ¿lo diré?, sí, no volverá a ser la misma.
King mantiene el misterio y va dejando caer de forma escalonada partes del secreto en que Luke, y otros niños y niñas como él, desde los 8 a los 16 años, se ha visto envuelto. Las preguntas sin respuesta, por el momento, se amontonan una sobre otra. Los niños no saben por qué se encuentran allí. Parecen ser parte de un experimento donde estudian sus pequeñas habilidades TQ y TP, pero nadie les explica nada. Deben ir deduciendo por las duras qué se espera de ellos. Ninguno es un prodigio, y sus aptitudes son bastante mínimas incluso entre quienes destacan un tanto, algo que no parece importar a aquellos que los estudian bajo unos métodos de lo más expeditivos y en ocasiones crueles. Sin compasión, sin escrúpulos las pruebas médicas de oscura intención se suceden, mientras en la mente de los muchachos se va formando un plano de su situación. Se encuentran en la Mitad Delantera del Instituto, el paso previo a su paso a la ominosa Mitad Trasera, donde nadie sabe qué sucede porque nadie ha vuelto para contarlo.
Como en alguna de sus novelas más recordadas, la historia va a girar en torno a personajes preadolescentes y adolescentes de pleno, aunque en un ambiente menos bucólico o, a priori, estudiantil que en aquellas. No hay aquí, de inicio, el típico barrio residencial, las vacaciones o los bosques a los que ir de excursión, sino un entorno cerrado y claustrofóbico cargado de amenazas y oscuridad. La psicología de los niños, cada cual con su personalidad, se encuentra muy bien retratada, desde la introspección asustada a la rendición ante el más mínimo gesto amistoso por parte de médicos y cuidadores de lo más estricto. Y, sobre todo, en el desarrollo de la amistad y el espíritu de grupo que hacen los niños ante el resto del mundo que busca su rendición. Si se portan bien y acceden a los experimentos sin quejas ni resistencia obtienen fichas para máquinas expendedoras con chucherías y otros bienes menos adecuados para su edad, como bebidas alcohólicas o cigarrillos. Si se portan mal reciben un castigo brutal e inmediato. El palo y la zanahoria, dolor y recompensa. La infancia, siempre el eslabón más débil, es el punto de partida desde el que King construye una historia de superación ante la adversidad y los malos tratos.
La novela sigue principalmente el punto de vista de Luke, pero la narración no duda en echar mano de otras ópticas cuando el trasfondo lo requiere, ya sea dando la voz a algún otro de los niños y niñas raptados, Kalisha, Nick, George, Iris, Helen, Avery..., o de los miembros del personal del lugar, desde la rígida señora Sigsby, directora del Instituto, o su jefe de seguridad, Stackhouse, hasta médicos investigadores, equipos de extracción, vigilantes, celadores o encargados de la limpieza. Conforme más avanza el relato este salto entre puntos de vista se a a ir potenciando cada vez más, y en las últimas doscientas páginas, cuando cambia el paradigma narrativo, se amplía el escenario y la historia alcanza una velocidad de crucero con la que resulta imposible apearse del libro, es un recurso que permite sacar todo el jugo a las para entonces divididas tramas relacionadas, influyéndose desde la distancia y donde King demuestra lo gran narrador que es.
Con su engañosamente sencilla prosa, podría parecer una entretenida novela sobre conspiranoia y poderes paranormales, y quién no busque nada más saldrá muy satisfecho, pero es que además King salpica la lectura de El Instituto de gran cantidad de detalles y referencias que construyen una novela mucho mayor, desde los huevos de pascua a otras de sus propias novelas a críticas políticas que dan cuenta de su pensamiento sobre la actualidad, pasando por multitud de guiños literarios, cinematográficos e históricos con los que el lector cómplice disfrutará de una capa extra de satisfacción. Teorías de la conspiración, organizaciones secretas —¿privadas, gubernamentales…?— al margen de la ley y del conocimiento de la sociedad, abuso y tortura infantil, crítica política, denuncia de prácticas médicas alejadas de cualquier deontología o de la deshumanización de quien convierte el abuso en necesidad y rutina… Y al final, la eterna pregunta, ¿el fin justifica los medios? El monstruo, por desgracia, siempre es humano.
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