Cixin Liu.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2019. Título original: 流浪地球. Traducción: Javier Altayó. 399 páginas.
Cixin Liu escribe esa ciencia ficción de antaño que se atrevía a pensar e imaginar a lo grande y rescata los temas de la Edad Dorada con un enfoque muy actual. La destrucción de la Tierra y la amenaza de extinción de la humanidad, los contactos con civilizaciones alienígenas, las megacontrucciones de ingeniería futura, los desastres ambientales, las relaciones humanas... Este volumen recoge diez relatos dotados de una ambición espectacular; historias que abarcan eones, que hablan del destino de la humanidad en el universo —de varios posibles destinos, de hecho—, sin rehuir el planteamiento de profundas cuestiones éticas que no siempre obtienen las respuestas que un lector occidental daría por sentadas. No por breves se libran de cierta carga expositiva muy típica del hard, corriente a la que se adscriben sin rubor, donde el autor debe hacer llegar al lector los conocimientos necesarios para cada planteamiento de la forma más concisa, explicativa y comprensible posible. Liu lo logra de forma notable en la mayoría de las ocasiones, y aún en las que se lanza a digresiones más profusas tampoco es que resulte pesado o tedioso, dado que enseguida pasa a la parte donde esa información converge en descripciones y acciones más grandes que la vida misma. Es una ciencia ficción de conceptos y propuestas descomunales, de imaginación burbujeante y desbordante, con relatos imbuidos de una escala épica y monumental, de tecnología tan fascinante que podría confundirse con magia, pero que resulta agradablemente verídica, de exploración más allá de cualquier frontera, de anhelos de futuros posibles, de encuentros con alienígenas y de una introspección muy humana. Quizá Liu, en su forma de narrar, aparque un tanto a un lado la caracterización de personajes en pos de una mayor espectacularidad de la tesis, pero en las distancias cortas es algo fácilmente perdonable.
En La Tierra errante, relato que abre y da título al volumen, adaptado además a la gran pantalla en una gran superproducción china, los científicos han dictaminado que la Tierra está condenada. Han pronosticado que en los próximos cuatrocientos años va a tener lugar un estallido solar, un fogonazo de helio que lo convertirá en una gran gigante roja, llamado a vaporizar el mundo en un instante. Pero las mentes pensantes también han postulado una solución: la conversión de la propia Tierra en una nave impulsado por miles de motores anclados al subsuelo que la sacarán de su órbita, alejándola del peligro e inaugurando una nueva era de la humanidad; la Era de la Frenada que habrá de dar paso después a la Era de la Huida, en la que la Tierra navegará por el espacio en un viaje de miles de años en dirección a Proxima Centauri. Pero, ¿está la humanidad física y psicológicamente preparada para dar semejante paso? Por un lado Liu muestra la capacidad de sacrificio, la entrega por un bien mayor que semejante empresa requiere; por otro, el impacto del esfuerzo tecnológico necesario, de todos los cambios científicos, políticos y sociales, que resquebraja la unidad de la humanidad, llevando a un conflicto donde los salvados no siempre se muestran agradecidos con los salvadores. Alguien tiene que pagar por las incomodidades. Un relato con un punto de partida tan inmenso que cuesta asimilarlo, hacerlo real en la mente, pero que una vez asimilado se revela enormemente fascinante —como, de igual modo, sucede con la mayoría de conceptos expuestos en los relatos siguientes—, y en que el autor explora las vivencias de varias generaciones enfrentadas a la situación. Aún dotado de grandes conceptos científicos y técnicos —una vez más, como gran parte del resto de obras incluidas en el volumen— Liu consigue hacerlos atractivos, verídicos y fácilmente asimilables, al tiempo que dota a la historia de una agradable profundidad humana.
El afán de alcanzar las más altas cotas parece impreso indeleblemente en el espíritu humano, algo de lo que va a dar cuenta el protagonista de Montañas, incluso cuando había decidido vivir embarcado en una nave de investigación y no volver a bajar a tierra en ningún puerto en el que se amarre la embarcación. La suerte, buena o mala está por decidir, sale a su encuentro cuando una nave alienígena modifica de tal modo las mareas con su tirón gravitatorio que hace aparecer una montaña de agua más alta que el propio Everest en medio del océano. ¿Cómo podría resistirse a escalarla? En la confrontación con una mente alienígena, frente a la impresión primera de típica invasión extraterrestre destrucción global incluida, Liu apuesta por un alegato al entendimiento y a no rendirse nunca, a mirar siempre por una nueva montaña a conquistar, un objetivo ineludible que nunca debe contemplar la rendición y que se debe perseguir sin importar las dificultades inherentes a su búsqueda. Inspirador.
En El sol de China el protagonista de la historia abandona su aldea, empobrecida por la sequía, en busca de una vida un poco mejor, pero poco a poco, casi de casualidad, su empeño le llevará a alcanzar alturas nunca soñadas. En el proyecto del Sol de China, un espejo orbital con el objetivo de modificar el clima de ciertas regiones la historia de la humanidad está a punto de sufrir un vuelco, cambiando las estructuras sociales. Es esta una historia de pioneros, de las gentes que abren camino a los que vienen detrás, de soñadores. Una invitación a no dar la espalda nunca a la curiosidad, al afán de saber, de ir un paso más lejos de aquellos que nos antecedieron. Como cada capítulo, que se muestra un poquito más grande que el anterior en la ambición del protagonista, el autor invita a no cejar, a perseguir los sueños con todas las fuerzas posibles, a seguir mirando las estrellas y soñar con alcanzarlas. Y lo hace en la persona de un hombre común, que no parecía destinado a la gloria, pero que descubre dentro de sí las semillas de la grandeza que cualquiera porta en su interior.
Le sigue En beneficio de la humanidad, un irónico relato, no exento de cierta «maldad», en el que un asesino recibe un encargo que rápidamente le llama la atención. Un grupo de acaudalados personajes le contratan para eliminar a tres personas concretas, tres mendigos, apartados de la sociedad. Cuando vuelva a reunirse con sus contratadores y les pide las razones de la necesidad de sus muertes, la explicación le convencerá tanto como le conmoverá. Dos razas alienígenas aparecen en los cielos de la Tierra, y la alienación inicial que producen en la humanidad va a dar paso a cierta perplejidad ante comportamientos muy reconocibles. Una reflexión sobre el precio de la dignidad y la integridad, tanto entre los acaudalados como, sobre todo, entre los que menos tienen. Un abismo que se abre entre clases sociales entre los que piensan que todo se compra y los que saben que no todo se vende —aunque veces sí se regala—. Una historia que encierra muy diferentes versiones sobre el aprendizaje, de las deudas creadas por la educación, del respeto, de la muerte, mucho más profundo de lo que la anécdota pudiera hacer imaginar.
En Maldición 5.0 un virus informático, Maldición 1.0, más bien inocuo en su objetivo de conseguir la pírrica venganza de una joven despechada contra el hombre que la abandonó va a ir mutando en manos de nuevos programadores hasta alcanzar un destino inesperado de proporciones devastadoras. Tan divertido como terrible, los entresijos de la programación no dejan de asombrar en su compleja simplicidad. Se trata de un divertido ejercicio de metaficción, el autor convertido en personaje, que sirve a Liu, además, para lanzar ciertos dardos contra la industria literaria, de género en especial, y contra sí mismo. Mientras el virus evoluciona dos autores, uno de fantasía, otro de ciencia ficción, se dan de bruces con la realidad de su incapacidad de vivir de lo que escriben, sintiéndose, no obstante, liberados de alguna manera. Y es que la realidad se demuestra, una vez más, mucho más terrible y fantástica que la ficción. Sugerente, incluso con los inesperados ramalazos surrealistas que puntean su trama.
El siguiente relato, La Era micro, vuelve sobre uno de los que parecen temas recurrentes del autor: la destrucción futura de la Tierra y las posibles soluciones adoptadas por la humanidad para su perpetuación. Veinticinco mil años después de abandonar la Tierra el Arca regresa a su punto de partida con un único precursor superviviente a bordo. La profecía que llevó a su partida, la de que el astro rey iba a liberar una ráfaga de energía tal que le haría perder un 5 por ciento de su masa, parece haberse cumplido. Para el Sol habrá quedado en una mera anécdota, pero para los planetas del Sistema Solar, con especial importancia para la Tierra, ha sido una catástrofe de dimensión mayúscula. En efecto, cuando el explorador interestelar regresa, se encuentra con un planeta arrasado, sufriendo todavía ciertos efectos del fenómeno, sin apariencia de vida en absoluto. Sin embargo, la sorpresa que se va a llevar va a resultar aún más monumental, o diminuta, según cómo se mire. Las leyes de la física se retuercen con ayuda de la nanotecnología dando lugar a un relato curioso, pero no tan satisfactorio como los que le acompañan.
La amenaza de la destrucción pende nuevamente sobre nuestro planeta en El gran devorador. Procedente del espacio profundo la humanidad recibe una advertencia que no puede ser desoída. El gran devorador se acerca. Se trata, descubrirán, de una nave generacional inmensa, habitáculo de toda una civilización, que sobrevive gracias al desmantelamiento de todos los planetas, habitados o no, de los que puede extraer los materiales —agua, minerales, alimentos…— necesarios para continuar su periplo. Y su próximo objetivo es el Sistema Solar. Un nuevo espectáculo de proporciones descomunales, repleto de ideas y giros que podrían haber dado lugar incluso a una novela por derecho propio, pero que Liu contiene en una longitud de lo más agradecida. Rebosa imaginación en cada una de sus escenas, a la vez que deja caer ciertas reflexiones morales y filosóficas que la humanidad bien haría en tener en cuenta si alguna vez se enfrenta a una civilización galáctica dispuesta a erradicarla del espacio —y aunque así no fuera, son ideas que bien pueden aplicarse a las relaciones de cualquier sociedad para con sus vecinos—.
De los pocos relatos anteriormente traducidos de Liu, es precisamente ¿Quién cuidará de los dioses? el que ya había sido agraciado con dos publicaciones en español —en Terra Nova vol. 3 y en Planetas invisibles—. Es este un divertido cuento, casi perteneciente al esperpento —en su definición literaria— que, sin embargo, habla al corazón del cuidado y el respeto a los mayores. Un día, sin aviso previo, un buen número de naves alienígenas se sitúan en órbita geoestacionaria sobre la Tierra. Al mismo tiempo miles de ancianos con sucias túnicas y largas barbas empiezan a aparecer por todas las ciudades del planeta. Dicen ser los ancestros de la humanidad, sus creadores en realidad, y tienen pruebas para demostrarlo. Han venido para pasar aquí sus «últimos» días, y cada familia humana deberá acoger, al menos, a uno de ellos. El relato se centra en la familia de Quiusheng, dando cuenta del paso de la inicial euforia creada por las promesas tecnológicas que los recién llegados traen con ellos al creciente desencanto y reprimida furia cuando esa tecnología se demuestra inalcanzable y los ancianos totalmente torpes e inútiles —no saben manejar ningún aparato ni realizar las tareas más básicas, no producen…— pronto se convierten en una carga debido al coste de mantenerlos. Con un tono decididamente divertido aborda sin embargo un tema tan importante como es el de la relación que los «jóvenes» establecen entre el valor de los conocimientos que aportan los ancianos y el coste de su mantenimiento. La piedad filial apuntalada además por la necesidad de tener un relevo generacional para la perpetuación de la especie. El humor no oculta su profundidad de un relato emparentado con el anterior En beneficio de la humanidad.
A continuación Con sus ojos es una emotiva historia que vuelve a tratar sobre el ansia de exploración y los peligros a los que se exponen los exploradores. En el futuro de explotación de los recursos espaciales no sale rentable devolver a la Tierra a los trabajadores destinados en las estaciones orbitales, en la Luna, en Marte o más allá, en sus periodos de asueto. Por ello, cuando en la Tierra alguien coge unas vacaciones, suele llevar consigo unas gafas que comunican con las de alguno de aquellos, reproduciendo lo que sus ojos ven para deleite de quien tan lejos se encuentra. Cuando un trabajador del centro espacial se toma dos días de descanso se lleva consigo los ojos de una joven de apariencia triste que le sorprende con sus peticiones de las cosas en las que debe fijarse: las flores —una por una—, el ocaso, la luna jugando con las nubes… Una historia conmovedora que habla al corazón de las pequeñas cosas, de los detalles a los que no se suele dar importancia y que sólo muestran su verdadera relevancia bajo la mirada oportuna. Las cosas en que no se repara, las bellezas escondidas en las que nadie se fija hasta que las siente perdidas y de pronto se sabe dueño de una última oportunidad de contemplarlas. Una invitación a no dejar de explorar en busca de nuevos horizontes que agranden el espacio humano, pero a detenerse también a apreciar los horizontes que se tienen al alcance de la mano y que tantas veces pasan inadvertidos. Hermoso.
Cierra el volumen de forma magistral El gran cañón de la Tierra, un relato además emparentado con el anterior de forma muy ingeniosa. Tras participar en un programa de desnuclearización a nivel planetario, un científico con una enfermedad incurable en ese momento es criogenizado para ser despertado en un futuro más benigno. Pero cuando despierta nada es como esperaba y es condenado por los «pecados» de su hijo, megalomaniaco e inventivo a partes iguales. Liu apela tanto a la grandeza del espíritu humano, capaz de construir inmensas estructuras sin más razón que la posteridad, como al interrogante sobre si los progenitores son responsables de los actos de sus hijos. Les han dado la vida, sí, pero tienen alguna culpa en su creatividad. Quizá más de lo que pudiera sospecharse. Como uno de sus temas preferidos, Liu presenta un megaproyecto de ingeniería de proporciones planetarias para luego explorar cómo afecta a las gentes de a pie, y a la sociedad en general. Y como suele ser también habitual en él, lo hace dotando al relato de un vaivén de pesimismo y esperanza que deja con el corazón encogido, pero satisfecho. No podía haber mejor cierre.
La prosa de Liu, en una apropiada y agradable traducción al español directamente del original, es profusa en diálogos explicativos y en exposición de teorías llevadas luego a la práctica, algo que da lugar a un estilo sobrio, descriptivo, pero no exento de sutil poesía y realmente sobrado de sentido de la maravilla. Es la suya una ciencia ficción hard que habla del y al espíritu humano, que invita a seguir soñando en una época en que la exploración espacial y todo lo que comporta ha perdido cierto atractivo para el común de la humanidad. Una ciencia ficción que exhorta a levantar la mirada del polvoriento suelo y a trasladar nuestros anhelos a la conquista de las estrellas; a hacer posible lo que parecía imposible y volver a soñar con colonizar —como mínimo explorar— el resto de nuestro Sistema Solar, y más allá. Las maravillas podrían estar esperándonos, o quizá las pesadillas, pero habrá que salir ahí fuera para saberlo. Una ciencia ficción que entierra sus raíces profundamente en la Tierra, que se llena de melancolía ante las inevitables separaciones forzadas por los viajes espaciales que rompen los lazos familiares y fuerzan a abandonar un hogar al que será imposible volver. Esperanza y nostalgia inextricablemente unidas. Una ciencia ficción tan repleta de imaginación, como realista en su base. Pero es que, puestos a soñar, ¿por qué no soñar a lo grande?
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