sábado, 23 de noviembre de 2019

Reseña: Legión: Las múltiples vidas de Stephen Leeds

Legión:
Las múltiples vidas de Stephen Leeds.

Brandon Sanderson.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nova. Barcelona, 2019. Título original: Omnibus Legion 1, 2 ,3.  Traducción: Rafael Marín y Manu Viciano. Ilustración de portada: Miranda Meeks. 349 páginas.

Legión es una fantasía contemporánea que aúna al thriller detectivesco algo de humor, enfermedades mentales, cierta intriga temporal, espionaje corporativo y especulación científica sobre biotecnología o realidad virtual de un futuro de ya mismo. Este volumen recoge las tres historias que Sanderson ha dedicado al personaje, la primera ya publicada en nuestro país por Fantascy y las otras dos inéditas; historias que de alguna manera conforman un círculo perfectamente cerrado, como si capítulos o partes estructurales de una novela completa se tratara. Cada una de ellas tiene una trama propia que se cierra en la misma, pero que deja suficientes elementos sueltos como para seguir tirando del hilo de los muchos aspectos la mente de Stephen Leeds. Fantasía o ciencia ficción, lo que seguro ofrece es aventura en estado puro, entretenimiento y diversión, con un humor a veces socarrón, a veces de una simpleza que avasalla pero que saca la sonrisa de manera inevitable. También hay drama, por supuesto, después de todo el conjunto de las tres novelas no es sino un paulatino descenso hacia el momento en que el protagonista vea imposible lidiar con su singularidad y peligre el control sobre su propia mente. Pero Sanderson sabe proyectar luz sobre la más profunda oscuridad, y es todo un disfrute leerlo. La esperanza, parece decir, es lo último a perderse.

Con la acción situada en nuestros días, Stephen Leeds es un hombre muy peculiar, sufre de una especie de disociación de la personalidad que le permite generar toda una serie de entidades alucinatorias o «aspectos», que, aunque nadie más puede ver, son muy reales y tangibles para él, siendo sin embargo plenamente consciente de su naturaleza alucinatoria aunque sólo fuera para mantener un ápice de su propia cordura. Tan «tangibles» que comparten con él una enorme mansión, cada una con su habitación particular ―cuarenta y siete dormitorios―, viajan en cualquier transporte con su propio asiento ―aunque el resto del mundo se empeñe en verlo vacío―, comen, discuten, tienen su propia idiosincrasia, conocimientos especializados y personalidad individual... y, sobre todo, le ayudan a resolver los casos que le han hecho famoso. Y es que Stephen es una persona intelectualmente «normal», pero las aportaciones de sus compañeros alucinatorios le convierten en un auténtico genio, experto en cualquier área en la que uno de ellos se especialice: psicología, método deductivo, lingüística, uso de armas y tácticas militares, teología… ¿Son la manera en que su mente interpreta unos dones de genio superdotado o existen realmente como manifestaciones independientes, aunque sólo sea para él?

En la primera novela corta, Legión, cuando Stephen recibe el encargo de recuperar cierta cámara fotográfica capaz de captar instantáneas de momentos del pasado y alterar con ello nuestra visión de la Historia, se embarca en un periplo que le llevará a él, y a alguna de sus alucinaciones, desde los EE.UU. a la ciudad santa de Jerusalén. Sanderson aprovecha para explorar la naturaleza del tiempo, los entresijos de la mente, el uso torticero de la tecnología, el enfrentamiento ―o no― entre la razón y la fe, la persistencia histórica de las creencias, el peligro de los integrismos, el terrorismo, y la connivencia entre religión y política. Todo narrado con abundante humor, pero con un tono muy serio cuando la situación lo requiere. Y si bien, la investigación y búsqueda de la cámara es el motor de la narración, lo cierto es que el máximo interés del relato se sitúa sobre las peculiares relaciones que el protagonista establece con sus «alter egos» ― si fuese posible llamarlos así―.

La distancia corta «fuerza» al autor a desprenderse de ciertos artificios y a utilizar un estilo directo y poco descriptivo que quizá resulte un tanto áspero para lo que acostumbra, con un ritmo rápido y una mayor concreción en lo expuesto; no hay sitio para la información superflua, aunque las continuas alusiones a anteriores investigaciones o a aspectos que de una manera siniestra ya no están con él, crean un trasfondo enorme para la aventura. De forma algo frustrante para el lector deseoso de «saber más», a lo largo de la trama Stephen, debido a su incapacidad de lidiar con muchos aspectos a un mismo tiempo, sólo se hace acompañar de unos pocos de ellos, dejando en el tintero la participación en otras posibles aventuras, algunas que incluso llegan a citarse de pasada, del resto de sus «compañeros».

Así, en las dos siguientes Sanderson sigue la misma tónica, con una firme apuesta por el entretenimiento y la aventura con una ciencia ficción de futuro inmediato, explorando la particular existencia de Leeds, en dos casos que implican temas como realidad virtual o el futuro de la informática, mientras muestran su singular manera de afrontar el trastorno mental y su paulatina caída en su particular infierno, luchando contra las dificultades de mantener su fachada de cordura. La forma en que intenta mantener algún tipo de relación romántica o de enfrentarse a la fama e interés de la prensa, con gente que no ve en él sino un fenómeno, una curiosidad.

La segunda historia, A flor de piel, empieza con una de sus difíciles citas y pronto se embarca en la investigación de la muerte de un investigador de una empresa de biotecnología puntera en el campo del almacenamiento de información. La vida del protagonista se encuentra en una fase de declive, resultándole cada vez más difícil controlar e interactuar con la realidad y sus aspectos. En la tercera, Las mentiras del contemplador, por razones vistas en la anterior, Stephen se reúne con una periodista para conceder una de sus extraordinariamente infrecuentes entrevistas, pero la cosa no sale como estaba previsto cuando recibe un mensaje de una mujer que tuvo gran influencia en su vida en el pasado y que ahora le pide ayuda. No puede resistirse a la llamada, y allí que va, cada vez más desequilibrado, más consciente de estar deshilachandose, perdiendo aquello que mantiene su mente más o menos estable. El retrato de la enfermedad mental que hace Sanderson no es baladí en absoluto, no lo rebaja, sino que da cuenta de un problema de hondo calado, y de alguna manera cuestiona la forma en que la mente almacena los conocimientos que va adquiriendo.

Y es que conforme avanzan las historias se hace evidente que cada uno de sus aspectos, además de un receptáculo de sus conocimientos, parece concretar una parte concreta de los delirios de Leeds. Stephen tiene una memoria eidética, una esponja que absorbe sin siquiera darse cuenta todo lo que ve, observa o escucha aunque sea de pasada; pero esa cantidad de conocimientos amenaza con ahogarlo, con incapacitarlo para ningún tipo de interacción social. Así que debe repartir entre sus aspectos sus distintas habilidades y áreas de conocimiento, recurriendo luego a uno u otro según sea lo que necesita en el transcurso de sus investigaciones. Pero, mientras interactúa con ellos, creando un escenario en que encajen sin romper la pantomima, es consciente de los momentos en que la ilusión no casa con la realidad. No está loco, o eso se dice, pero sabe que roza el derio. Son todos sus aspectos los que están locos de alguna manera, los que arrastran su propio trastorno neurológico. Pero, cuando varios de ellos consiguen sorprenderle incluso a él actuando de forma aparentemente independiente, realizando acciones fuera del control de lo que Stephen les ha encomendado, ¿son un mero sistema de defensa o algo mucho más complejo?

Las múltiples vidas de Stephen Leeds es un libro de lectura rápida, puro disfrute, con un trío de problemas intrigantes, ciertos toques de ciencia ficción tecnológica de mañana mismo, y un protagonista que se rompe en fragmentos de personalidad. Muy posiblemente deje con ganas de haber conocido más investigaciones de Leeds y sus «ayudantes», pero el conjunto cierra el círculo de forma harto satisfactoria, aunque, parece inevitable, con unas cuantas preguntas que no afectan al resultado final. No va más.

No hay comentarios: