domingo, 5 de julio de 2020

Reseña: La ciudad que nos unió

La ciudad que nos unió.

N.K. Jemisin.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nova. Barcelona, 2020. Título original: The City We Became. Traducción: David Tejero Expósito. Ilustración de portada: Arcangel. 460 páginas.

Tras el aplastante, y merecido, éxito, de su trilogía de La Tierra Fragmentada, en un inteligente cambio de registro Jemisin amplía a tamaño novela la historia narrada en La ciudad que nació grandiosa, una novela corta con un toque animista, con ciudades que nacen o mueren antes de cumplir su propósito, y con una Nueva York a punto de tomar consciencia de sí misma, mientras su encarnación humana, quien debe personificar a esa nueva alma hasta su alumbramiento, se enfrenta a un peligro inminente. En La ciudad que nos unió, tomando el relato previo como capítulo de inicio, se descubre que cada uno de los cinco distritos de la ciudad tiene su propio avatar, quienes deberán encontrarse y superar las amenazas si quieren llevar a buen puerto el alumbramiento. La autora ofrece así una fantasía urbana cargada de rico simbolismo que ofrece una rendida declaración de amor y odio a Nueva York y al crisol de sus gentes. Una fábula política, enojada y de carácter profundamente reivindicativo que encierra un ajuste de cuentas contra las grandes injusticias sufridas por muchos de sus habitantes solo por su procedencia o su color de piel.

Llega un momento de su historia en que cada gran ciudad se encuentra preparada para «nacer», momento en que elige a un avatar humano entre sus habitantes. Una personificación que deberá ayudarla en el difícil trance, sobre todo porque existe un antiquísimo enemigo que intenta utilizar ese momento de enorme vulnerabilidad para lanzar un ataque que impida que el nacimiento tenga lugar. El avatar elegido, un joven grafitero sin hogar, contará con la ayuda de São Paulo, la ciudad más recientemente despertada, y aún así le va a resultar complicado culminar el proceso, enfrentado a una batalla que casi acaba con él. Es entonces cuando cada distrito de la ciudad va a elegir a su propio avatar, personas totalmente ajenas a la elección, para enfrentar la tarea. Una reunión que va a tomarse su tiempo en tener lugar.

Manhattan resulta ser un estudiante de posgrado con tendencias violentas recién llegado a la ciudad que queda amnésico en el proceso y tomará el nombre de Manny. Brooklyn una mujer afroamericana con ese mismo nombre, concejal de la ciudad y antiga estrella de la escena del rap. Queens es Padmili, una genio matemática inmigrante tamil procedente de la India y pendiente de su visado temporal. Bronx una nativa americana de la tribu lenape,  llamada Bronca y con un largo pasado de lucha social. Y Staten Island recae sobre Aislyn, una asustada mujer de ascendencia irlandesa con graves inseguridades y prejuicios muy interiorizados. Ciudadanos prototípicos del distrito que han de representar, personas reales con personalidad propia y su ración problemas mundanos —su trabajo, su familia, su futuro…— que encajan a la perfección en el variopinto y colorista retrato de lo que la ciudad de Nueva York es. Ellos serán testigos de unos zarcillos y tentáculos blancos de aspecto enfermizo que crecen del suelo y colonizan a objetos, personas, calles y edificios, y que poca gente más parece poder ver. Tentáculos que no parecen tener ninguna buena intención. Además, a los cinco va a acechar una entidad enviada por el enemigo que busca la muerte de las ciudades, una encarnación a la que conocerán como la Mujer de Blanco, y por la que sabrán que su objetivo no es otro que la destrucción total del alma de la urbe, con catastróficas consecuencias para la ciudad física, y que no hay posible negociación. Los avatares descubren así que tienen una misión, pero cada uno de ellos la enfrentará de diferente manera y con muy distinto ánimo. No todos están dispuestos a abandonar su vida y unirse a los otros en una misión que podría costarles todo lo que tienen. Y empieza una carrera, una búsqueda navegando por las arterias de Nueva York, por calles y puentes, en la que deberán descubrir lo que se espera de ellos mientras enfrentan peligros mortales.

Cada habitante, cada ciudadano, sin importar su estrato social o color de piel, forma parte del alma de Nueva York, así que el alma tiene por fuerza que nacer de la colaboración, la solidaridad y la diversidad. Jemisin, sin ningún atisbo de sutileza, para que a nadie se le pueda escapar o tergiversar el mensaje, pone de manifiesto en cada encuentro o enfrentamiento las tensiones raciales latentes en las calles de la gran urbe, la amalgama de procedencias, el mestizaje y el drama de la inmigración, la discriminación de género, el peligro del supremacismo blanco militante, el radicalismo político, la miseria de los fondos buitre disfrazados de organizaciones supuestamente benéficas... En la persecución de sus fines, el enemigo hace buen uso de las fallas del sistema, de la xenofobia y el machismo imperantes en la sociedad, de fenómenos como la gentrificación y la especulación inmobiliaria que despojan del sentido de pertenencia a los barrios, convirtiendo en puros calcos unos de otros y desplazando a los habitantes originales del lugar.

En una obra tan reivindicativa como esta resultan inevitables las referencias al relato de Lovecraft El horror de Red Hook y a su manifiesto racismo, al que Jemisin da irónicamente la vuelta para transformar a los allí despreciados en el centro del protagonismo de la novela, en los héroes que deben personificar y salvar a la ciudad. Una reunión de personas de diferente procedencia, raza, religión u orientación sexual llamados a salvar el día. Una amalgama que da cuenta de la riqueza de la población de la gran urbe. Héroes muy humanos por otra parte, entre los que la colaboración no va a ser precisamente sencilla. Como los despreciados del relato de Lovecraft, deberán enfrentar horrores dimensionales para los que las mentes no se encuentran preparadas. En el camino descubrirán los poderes extraordinarios que su condición les depara, y deberán lidiar tanto contra los ataques de la Mujer de Blanco y sus secuaces, como contra sus propios errores, suspicacias, traiciones y recelos interiores.

Es de suponer que quienes conozcan de primera mano Nueva York, quienes palpen día a día su realidad y pisen sus calles, quienes hayan sufrido sus desigualdades y aún así se sientan pertenecientes al lugar, sepan apreciar en mucha mayor profundidad toda la riqueza del relato. No obstante, para el lector que conozca la ciudad más por las películas que por haber vivido allí el retrato que surge de la prosa de Jemisin le resultará tan vívido como sorprendente a un tiempo. No va a encontrar en las idas y venidas de los protagonistas los lugares más típicos y conocidos, repletos de turistas; no va a visitar la Estatua de la Libertad o Central Park. La autora lo lleva directo al corazón de cada distrito, y quizá resulte que no siempre es el esperado, pero sí que siempre resulta francamente intenso e interesante. Irónicamente, para ese lector que no conoce a fondo la situación social actual, puede resultar algo chocante la forma en que la autora expone su denuncia, bordeando en ciertas ocasiones el pecado que tan descarnadamente retrata y manifestando unos aparentes prejuicios políticos y clasistas, cuando no raciales, hacia buena parte de la ciudad —al conjunto entero de uno de sus distritos cuando menos— y de su historia —y la del continente por ende—. Es difícil entrar en más disquisiciones sin destripar buena parte de la trama, pero lo que sí se puede decir es que la novela tiene la virtud de hacerse cuestionar a uno, enfrentado a sus privilegios asumidos e interiorizados, su propia forma de pensar y actuar.

Aunque se trata del primer volumen de una ya anunciada trilogía la novela se cierra de forma casi autoconclusiva con un espectacular, aunque algo brusco, final, que deja preparado el escenario para nuevas y sorprendentes revelaciones. ¿Seguirá centrada en Nueva York? ¿Abrirá la acción a nuevas o viejas ciudades encarnadas en avatares? Sólo la autora puede decirlo, esperemos que no tarde mucho. Pero, muy importante tanto para esta novela como para las que han de venir, si se puede evitar ¡que nadie os desvele la identidad de ese insidioso enemigo que intenta acabar con las ciudades que toman conciencia de sí mismas! La sorpresa, y vaya si lo es, resulta parte de la diversión.

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