sábado, 17 de octubre de 2020

Reseña: La insurrección de Rosalera

La insurrección de Rosalera.
Ajenjo 2.


Tade Thompson.


Reseña de: Santiago Gª Soláns.


Alianza editorial. Col. Runas. Madrid, 2020. Título original: The Rosewater Insurrection. Traducción: Raúl García Campos. Diseño de cubierta: Octavi Segarrra. 400 páginas.


La Tierra está sufriendo una insidiosa invasión alienígena. Una invasión lenta, que lleva tiempo larvándose, desarrollándose poco a poco. Los extraterrestres no han venido a exterminar a la humanidad, sino a suplantarla. Y mientras el destino se muestra inexorable, esa humanidad condenada se dedica al politiqueo y a saciar y satisfacer sus propios intereses. La insurrección de Rosaleda retoma la acción apenas un año después de donde la dejara su entrega previa, y en ella Thompson despliega una enorme red de juegos de poder, con lealtades variables y equilibrios muy inestables, maniobras políticas extremas y mucha acción callejera. Si Rosalera, con una trama casi detectivesca, giraba en torno a una suerte de original primer contacto, esta continuación, con su retrato de la lenta invasión unido a ciertos eventos y violentos conflictos que empiezan a cobrar relevancia en torno a la cúpula de Ajenjo, de alguna manera, se une a toda una tradición de la ciencia ficción clásica como es la de los alienígenas ladrones de cuerpos a la que se añade un toque de plantas animadas al mejor estilo de los Trífidos de Wyndham. Aviso: La presente reseña puede contener destripes de la anterior entrega, no así de la presente.

En Hogar, un remoto planeta, sus habitantes arrasaron con las materias primas en un proceso que terminó contaminándolo y haciéndolo inhabitable. Dueños de una tecnología muy avanzada, consiguieron duplicar y almacenar sus conciencias en masivos servidores, emprendiendo entonces la búsqueda de otro planeta apto para la vida y con una especie capaz de asimilar en ella el volcado de sus mentes. Y lo encontraron en la Tierra. Después de siglos, ha llegado el momento de proceder a llevar a término su plan. Un plan que tiene su epicentro en la ciudad nigeriana de Rosalera, donde la estructura alienígena conocida como Ajenjo lleva tiempo maniobrando para preparar el camino a los representantes de la civilización que lo creara, transformando a nivel celular los cuerpos humanos, y ahora ha llegado el momento de que la primera conciencia sea volcada en uno de ellos. No obstante, se va a encontrar con un par de tropiezos inesperados. Mientras tanto, en su exterior, las tensiones políticas entre las diferentes facciones va a conducir a una situación explosiva, sobre todo cuando el alcalde Jack Jacques decida declarar unilateralmente la secesión e independencia de la ciudad. Algo que no va a ser muy bien recibido por el gobierno de Nigeria. El conflicto está más que servido.


Thompson, manteniendo la estructura narrativa de saltos en la línea temporal, aunque mucho menos pronunciados, recupera además a un buen número de personajes de la novela precedente: Algunos, como Kaaro, último de los sensibles, en un papel más secundario pero no menos decisivo de cara al desenlace; otros, en cambio, se encuentran ahora en posición más predominante, como Aminat Arigbede, reclutada para una misión que no la convence demasiado pero a la que se siente obligada, Femi Alaagomeji, jugando a no mojarse demasiado entre las diferentes corrientes implicadas en el drama mientras cumple sus propios objetivos dentro de la S45, o Anthony, el avatar del alienígena que va a encontrarse con problemas, tanto internos como externos, que no esperaba en absoluto. A ellos se añaden un par de nuevos personajes de gran importancia, como cierta mujer amnésica sobre la que va a pivotar buena parte de la resolución de un plan que lleva siglos gestándose o un agente de la S45 que ha permanecido largo tiempo en las sombras. Así, al contrario que en la anterior en que casi todo estaba narrado desde el punto de vista de Kaaro, aquí el juego de puntos de vista es muy variado, ofreciendo una amplia visión del escenario para la comprensión del conjunto del conflicto, una imagen mucho más completa de todo lo que rodea a los intereses creados en torno a Rosalera y Ajenjo.


Los inútiles enfrentamientos políticos dan paso a un crescendo casi bélico en el que la supuesta protección de la cúpula del alienígena va a demostrarse más frágil y amenazada de lo que los implicados desearían. La trama, tras un inicio más informativo, incluida la explicación del origen, procedencia y objetivos de los alienígenas, obtiene pronto un ritmo más rápido que el de la novela predecesora, con apuestas mucho más inmediatas. La amenaza y los problemas del alienígena se multiplican, embarcado en una lucha interna, entremezclándose con la reacción beligerante del gobierno de Nigeria ante una declaración de secesión no consensuada que aboca a la población a una no deseada guerra civil. Los habitantes de Rosalera, auténtica carne de cañón, sufrirán las violentas consecuencias del doble frente de batalla, alienígena y humano. Unas consecuencias que bien podrían trasladarse al resto del planeta.


En la descripción del lento desastre ecológico causado por los alienígenas en Hogar el lector puede descubrir también un ¿sutil? aviso sobre el devenir de nuestra Tierra, el único planeta del que la humanidad dispone. Pero, además, el autor aprovecha la volátil situación para introducir afiladas reflexiones sobre el interesado uso del poder, las ambiciones bienintencionadas pero con un sustrato egoísta, la corrupción institucional, las agencias —y agendas— secretas, la manipulación de la población en pos de intereses particulares y la desesperación de los que casi no tienen nada que la permiten, los desastres del post colonialismo, lo ingobernable de las milicias civiles conformadas por individuos de la peor extracción y lo injustificado de la obediencia ciega, la injerencia extranjera en los asuntos internos de países soberanos —genial la mención casi de refilón a la guerra de Biafra, cuya resolución y consecuencias pueden mostrar cierto paralelismo con lo narrado—, la pertenencia a un lugar como parte de la forja de una identidad, o la imposibilidad de poner de acuerdo a todo el mundo en el significado de «bien común».


Para mejor plasmación de todo ello, de lo absurdo y contradictorio de ciertos comportamientos o del enfrentamiento de pensamientos en que todos se encuentran convencidos de estar haciendo lo correcto, Thompson incluye un largo capítulo bajo la óptica de Walter Tanmola, un escritor reclutado por Jack Jacques para documentar la insurrección, que no dudará en manifestar su malestar con la secesión, mientras refleja la degradación brutal de la situación de una Rosalera bajo asedio de las tropas nigerianas. Un afilado sentido del humor, mordaz y casi doloroso, y la peculiar relación que establecerá con la todavía más peculiar asistente del alcalde son tan sólo un par más de los alicientes de la narración.


Conforme se acerca el final de la novela el sentido de tragedia inevitable va creciendo en la intuición del lector. Las buenas intenciones no siempre son recompensadas. La explosiva, cruenta y muy gráfica acción da paso a las consecuencias, y es entonces cuando el coste humano quizá se muestre excesivo para algunos, incluso entre aquellos que valoran más los grandes ideales que el bienestar de los que le rodean. ¿Seguirá la humanidad en peligro? ¿O quizá tan sólo se haya dado un paso más en su (in)voluntaria deshumanización? Como el de la planta de ajenjo, el sabor de ciertas decisiones, de ciertas elecciones, de ciertas acciones y sus consecuencias, puede resultar de lo más amargo. Pero tranquilos, Thompson también sabe imprimir luz al relato, y todavía nos queda por disfrutar, esperemos que pronto, del cierre de la trilogía.


Una vez más, destacar la agradable edición y la fluida traducción ofrecidos por Runas. Siempre es un acierto mantener al mismo traductor para un determinado autor o serie de libros, e incluso es mejor con alguien como Raúl García Campos encargado de la tarea.

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