Los ojos bizcos del sol 2.
Emilio Bueso.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Gigamesh. Col. Omnium # 25. Barcelona, 2019. Ilustración de cubierta: Alejandro Terán. 384 páginas.
Si en la anterior entrega el protagonista y narrador había quedado en una comprometida situación, la presente retoma la acción, elipsis mediante, prácticamente a continuación de aquella. Aunque un inicio de apariencia más calmada pudiera llamar a error, el lector vuelve a ser lanzado a la vorágine y el desconcierto, a un mundo de misterios tan intrigante como extraño. Bienvenidos al Agujero del Mundo. Dando un paso más allá del biopunk y el Sword & Planet del anterior, Bueso introduce la obra en una ciencia ficción sin discusiones, una ciencia ficción de tecnologías extrañas y avances desmesurados que el lector debe desentrañar mediante la visión alienada y sorprendida del Alguacil, a través de cuya mirada se sigue asistiendo al relato, mientras intenta describir todo lo que le rodea en los términos de aquello que siempre había conocido. No le va a resultar fácil. Aventura, acción, entretenimiento, humor…, Antisolar es una novela de viajes, de exploración, de un grupo inmerso en una expedición a territorio desconocido, la cara oculta del planetoide, y de todo lo que van a ir conociendo. Nuevos compañeros, sociedades extrañas —alienígenas casi se podría decir—, sorpresas, geografías monumentales, revelaciones y nuevos objetivos. Puro espectáculo.
Aviso: esta reseña puede contener y muy posiblemente contenga destripes de la novela anterior.
El Alguacil, la Regidora, el Astrólogo, el trapo y el resto de su grupo han llegado, bien que por separado, al destino que aparentemente estaban buscando. Han entrado en la temible oscuridad del Agujero del Mundo y descubierto sociedades casi incomprensibles para ellos. Pero solo para descubrir que allí no se encuentra lo que están buscando. Así que la misión debe continuar con un nuevo destino. El grupo se hace y se deshace. Cambian las dinámicas de poder. Se fraguan extrañas alianzas. Se empieza a vislumbrar buena parte de la larga y convulsa Historia del mundo, profundizando en eventos de un pasado remoto y en las circunstancias que han llevado hasta la situación actual. Los Antiguos y la Gran Colonia empiezan a mover sus fichas para una confrontación que, al parecer, lleva mucho tiempo en desarrollo.
Bajo la noche eterna que reina en la cara antisolar de su mundo, el heterogéneo y no muy cohesionado grupo de aventureros, al que pronto añadirán nuevos miembros como Wing Melin, representante de la ciudad futurista en la que se da inicio al relato de este volumen. Una ciudad casi postapocalíptica, de calles vacías, fría, desolada…, en la que van a encontrarse con una aislada sociedad que utiliza tecnologías que les son totalmente ajenas, sumergiendo así al relato de lleno en una ciencia ficción muy sugerente —aunque manteniendo cierto aspecto de fantasía épica en cuanto a decorados, actuaciones e imágenes icónicas del género—, que bebe del bio-ecologismo para ofrecer una aventura sin paliativos en la que prima la acción y las relaciones de los personajes por encima de la ambientación.
Precisamente gracias a esas tecnologías, el Alguacil va a recuperar una parte de su anatomía que le habían quitado hace mucho tiempo, en el templo donde se instruyó como monje guerrero. Unos atributos cuya ausencia era definitoria de su ser y con cuya presencia deberá lidiar y encontrar acomodo. Y no le será sencillo, convertido en la diana de los dardos del humor del trapo y lidiando con sensaciones y sentimientos que le son totalmente ajenos. el autor pone en solfa la definición de «hombría», del macho que sólo se define por sus genitales, y fuerza de manera harto singular la evolución del personaje, sobre todo en su forma de pensar, en una dirección insospechada, que incluso permite incluir en la trama una deriva romántica bastante inesperada, y secundaria, viendo el cariz de la situación.
Bueso tiene la habilidad de romper con la persecución del recurrente MacGuffin, la reliquia del Gobernador robada del municipio donde ejercían sus labores Alguacil, Regidora y Astrólogo, haciendo que dicho objeto sea una «bisagra» sobre la que va a pivotar la dirección del relato. La reliquia se va a convertir en fuente de información que va a hacer cambiar el rumbo de la misión del grupo al tiempo que lo que en ella descubren cuestiona sus objetivos y sus modos de vida. Quizá precisamente sea uno de los temas capitales de la novela el de la pérdida de la fe. Al retirar el velo se pone en solfa todo lo que daban por inamovible: las órdenes recibidas, la pirámide social, las creencias, las lealtades... Abiertos los ojos, surgen las preguntas inevitables sobre la consistencia de sus objetivos. Cuando la simbiosis deviene en manipulación, quizá sea el momento de romper con los mandos y sacarse las castañas del fuego uno mismo.
En una inevitable y algo caótica carrera hacia adelante, los aventureros se van a adentrar en lo más umbrío —literalmente— del escenario, bajando a las profundidades oscuras y gélidas del Agujero del Mundo. Misteriosas ciudades de los Antiguos, mares de hielo, fisuras de inconmensurable profundidad, ruinas no tan olvidadas, criovolcanes, túneles que recorren el subsuelo del mundo... La ambientación se desvela, una vez más, monumental, desvelando nuevas formas de enfrentar la simbiosis entre moluscos y humanos. Una simbiosis y un escenario que crean extrañas filosofías, culturas o religiones. El Alguacil y sus compañeros van a encontrarse con una buena muestra de lo más granado del lugar, desde ascetas a contrabandistas, desde humanos que ven una perversión la unión con los moluscos a otros que se entregan totalmente a ella renunciando casi a su propia psique. Individualismo frente a mente colmena. Todos ellos muestra de los posibles caminos evolutivos de la especie: ¿Es la simbiosis una forma de avanzar, de mejorar, o tan solo un estancamiento? ¿Pueden coexistir ramas evolutivas totalmente divergentes o debe siempre imponerse una de ellas? ¿Quién se aprovecha de quién? Preguntas de respuestas ambiguas, cuando las hay.
El reparto de roles se encuentra perfectamente equilibrado, aunque hay momento que se desearía algo más de caracterización en alguno de los secundarios. El tono impuesto, sobre todo a través de la bocaza del trapo y de laa a veces delirantes traducciones de la babosa de Pico Ocho, sigue rompedor, visceral, divertido y contundente, acentuando si cabe la voz del narrador —a través de quien la voz del propio autor se introduce de forma harto invasiva en el relato, coloquial en ocasiones, erudito en otras—. Hay que entrar aceptar la enormidad de referencias a una cultura popular compartida —Futurama, cierta peli Marvel, Tolkien, Douglas Adams…— que se hacen extrañas en el contexto, pero que terminan siendo parte del juego que se trae entre manos Bueso para hacer cómplices a sus lectores. La estructura de capítulos muy breves y prosa compuesta de frases cortas, que llega a ser incluso lacónica en ocasiones, fuerza un ritmo muy ágil y ameno, rápido —casi atropellado en ocasiones—, sin pausa ni descanso, repartiendo acción, reflexiones, revelaciones y nuevos misterios a partes iguales. ¿Se cierra la novela con otro cliffhanger? Por supuesto que sí. Los aventureros, convertidos ahora en otra cosa, han quemado etapas, navegado aguas procelosas y cambiado el escenario. Lo que nunca les ha abandonado es el peligro, así que es de rigor que el final de la novela los encuentre en un brete de aupa. Habrá que leer Subsolar para saber cómo y cuántos de ellos sobrevivirán.
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