lunes, 5 de octubre de 2020

Reseña: Vagabundos

Vagabundos.

Hao Jingfang.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nova. Barcelona, 2020. Título original: 流浪苍穹. Traducción: Agustín Alepuz Morales. ilustración de cubierta: . 778 páginas.

En la amplia definición de ciencia ficción caben desde las especulaciones más científicas, tecnológicas y sociales a la aventura más desenfrenada, y, por supuesto, como ya demostraron autores de la talla de Ursula K. LeGuin, obras cuyo principal contenido es la política. Este es uno de esos casos y la comparación con LeGuin, desde la inmensa distancia estilística y narrativa, no es baladí. Jingfang plantea dos sociedades planetarias, enfrentadas por el modelo socio-económico-político desarrollada en cada una de ellas, y la problemática de quienes habiendo vivido en ambos modelos se encuentran de repente en tierra de nadie, contemplando los defectos y virtudes de ambas, y sin poder tomar partido. Utopía y distopía… ¿cuál es cuál? ¿O ninguna se ajusta a la definición en absoluto? La Tierra y Marte, después de un cruento enfrentamiento bélico y de un largo tiempo sin comunicación o intercambio de ningún tipo, se encuentran en un periodo de recuperación de la confianza, aunque las relaciones siguen siendo muy tensas. En este contexto, el retorno a Marte del conocido como Grupo Mercurio, unos adolescentes que fueran en misión de paz a la Tierra, sirve a la autora para mostrar dos sistemas contrapuestos, el capitalismo más desatado y una suerte de comunismo cooperativo, que se deshacen por sus costuras, pero en donde de verdad destaca es en su exploración del sentimiento de pertenencia. Vagabundos es una novela de ideas, con un discurso que cuestiona al lector y una narrativa tranquila que apenas deja paso a la acción incluso cuando el mundo se enfrenta a una revolución. Para leer con calma y dejar reposar en la mente.

Año 2190 d.C. en la Tierra, año 40 de la República de Marte. Hace ya casi un siglo de la guerra que llevó al planeta rojo a conseguir la independencia, aunque no sin un alto coste, del que ha salido reforzado en sus investigaciones y avances tecnológicos, pero perjudicado en otros como la carencia de materias primas. En un intento de restablecer relaciones, un grupo de adolescentes marcianos fue enviado a la Tierra como signo de buena voluntad y como forma de establecer una mejor comunicación basada en el conocimiento mutuo. Ahora, cinco años después, estos jóvenes regresan a su hogar en Marte. Un planeta muy diferente de aquel en el que han vivido los últimos años, tanto en las costumbres como en los límites impuestos por la naturaleza. El choque cultural resulta inevitable, y va a llevar a Luoying, una de las integrantes del grupo, estudiante de danza repleta de inquietudes y que además resulta ser la nieta de Hans Sloan, gobernador general de Marte, a cuestionarse muchos detalles de su vida que le parecían inamovibles. Huérfana y criada por su abuelo, le corroe la duda de cómo murieron realmente sus padres y cuál fue la implicación del gobernador en el suceso.

Junto a los jóvenes viaja una delegación terráquea con el objetivo de firmar nuevos tratados comerciales y de cooperación, y dentro de la delegación se encuentra Igor, un documentalista encargado de plasmar para la posteridad una historia de la misión, pero que oculta una motivación propia. Los caminos de Luoying y de Igor, marciana y terráqueo, se van a cruzar, quizá no tan inocentemente como pudiera suponerse.

La Tierra es un «paraíso» consumista, con una población casi hedonista dedicada a las compras y los viajes, que cambian continuamente de ocupación, residencia y aficiones, y con unas redes sociales volcadas en la publicidad compulsiva que fomenta todavía más la competitividad y el consumo entre los que no se encuentran en lo alto de la pirámide. Marte, con una población mucho menor, limitada por las condiciones de habitabilidad del planeta que les mantiene encerrados bajo la cúpula de una única gran ciudad, pero con un impresionante grado de desarrollo tecnológico, ha formado una sociedad igualitaria, cooperativa, aparentemente utópica, cercana a los postulados del comunismo aperturista a los mercados económicos desarrollado en los últimos años en China. En Marte todo se encuentra supeditado al objetivo de la supervivencia y de la terraformación, con lo que el bien común se ve colocado por encima del bien individual. Todo el mundo trabaja por un mismo objetivo, aunque la forma de alcanzarlo no siempre obtenga un unánime consenso.

Las relaciones, en todos los niveles, entre ambos planetas son de lo más tensas, cargadas de prejuicios, malentendidos, rencillas no satisfechas, resentimientos larvados, bulos malintencionados y una superioridad moral mal enfocada por ambas partes. Son pocos los que abogan por un verdadero entendimiento, por un necesario encuentro que cierre las heridas de ambas partes y les impulse a una imprescindible cooperación. Así Jingfang explora la dificultad de ponerse en el lugar del otro para entender su punto de vista, de comprender una cultura ajena desde el altivo púlpito de la propia, de las rigideces de un contrato social que impide ver las bondades de otros y los errores del propio, de encontrar una definición común a un concepto tan elusivo como es el de «libertad». La Tierra y Marte se necesitan, pero la invitación a la cooperación debe recorrer un largo camino repleto de obstáculos. No todo el mundo está dispuesto a ceder en su ideario o en su soberanía. No todos los actores involucrados buscan una misma salida negociada al tenso impasse en que se encuentran las relaciones entre los dos planetas. Incluso hay, en ambos bandos, quienes verían con buenos ojos un retroceso hacia posiciones bélicas. En medio de todo ello los adolescentes del Grupo Mercurio van a luchar por encontrar su propio hueco en una sociedad que ya no les ofrece lo que necesitan.

Conociendo el brillante expediente de sus compañeros y el promedio propio, Luoying arrastra en secreto la sospecha de que ella no estaba cualificada para ser partícipe del Grupo Mercurio y ser enviada a la Tierra. Pero entonces, ¿qué motivó que fuera incluida? ¿Qué se esconde realmente detrás de la supuesta embajada de buena voluntad? ¿Qué les ocultan los adultos, por qué tanto secretismo? ¿No hay acaso otra manera de hacer las cosas? Los adolescentes retornados, después de crecer entre los trece y los dieciocho años en la Tierra, «contaminados» por sus costumbres, van a encontrar difícil el volver a encajar en una sociedad aparentemente mucho más libertaria, pero que se encuentra constreñida tanto por su forma de pensar como por las limitaciones impuestas por la naturaleza todavía poco habitable del planeta. Sin embargo las formas de enfrentar la situación van a ser tan dispares como dispares son los jóvenes afectados, cada cual con su manera de pensar y actuar. El ímpetu revolucionario va a encontrar muy diferentes grados de entusiasmo e implicación para resolver el problema común. De los más exaltados a los más reflexivos. De los introvertidos a los encendidos por la pasión Y la cosa se va a ver más complicada todavía más cuando los intereses políticos de sus mayores se vean incorporados a la ecuación contrapuestos a los suyos propios.

El proceso de auto examen, de crecimiento y de maduración de los jóvenes, focalizado en las andanzas de Luoying, pero también en las de otros de sus compañeros, le sirve a la autora para diseccionar las contradicciones de ambos sistemas políticos —aunque la simpatía se decante más por uno en concreto—, sumergiéndose de tal manera en la tesis que en ocasiones el lector parece más estar asistiendo a un docudrama con la exposición de las posiciones enfrentadas y las resoluciones alcanzadas. Lo constreñido de algunos personajes, lo difuso de todo lo que envuelve al Grupo Mercurio —del que ni siquiera se llega a saber en realidad cuántos jóvenes lo componen, cerca de veinte en todo caso—, lo chocante de una joven recitando de carrerilla párrafos completos de las obras de Camus u otros autores occidentales sin que se le sepa poseedora de ningún tipo de memoria eidética y sí de un expediente académico normalito según su propio reconocimiento, junto a una prosa escueta y poco dada al artificio, ayudan a mantener un distanciamiento supuestamente no intencionado.

En una novela extensa y condensada, narrativamente dilatada y expositiva, Jingfang introduce otros muchos temas madurando a fuego lento más allá de la evidente dicotomía de sistemas políticos enfrentados ejemplarizada en las reacciones de los jóvenes retornados. Por ejemplo, del personaje de Hans Sloan, abuelo de Luoying y principal dirigente de la república marciana al punto que es considerado un auténtico tirano desde la óptica terráquea, y del resto de la camarilla que le rodea se desprenden agudas cuestiones sobre el desgaste del poder, el coste de la toma de las decisiones más difíciles, de la imposición del deber por encima de los lazos familiares o del destino de las revoluciones cuando han triunfado y se convierten en lo establecido. De todo el Grupo Mercurio surgen ideas sobre el desarraigo y la migración, sobre la sensación de no pertenecer a ningún sitio y de buscar su encaje en un mundo que ya no pueden ver igual que cuando se fueron. El intento de reconciliar filosofías de vida ampliamente enfrentadas les lleva a un sentimiento de indefensión que los convierte de facto en los vagabundos el título. Del personaje de Igor, y su búsqueda de respuestas dentro de los estamentos culturales marcianos, y del amor por la danza de Luoying surge una interesante reflexión sobre el arte y su mercantilización. ¿Debe el arte ser libre o tiene que estar supeditado a un valor comercial? ¿Se debe distribuir sin cargas, dando un acceso universal al mismo, o debe mantenerse contenido en los círculos de los entendidos que pueden pagar por ello primando la propiedad intelectual por encima de cualquier otra consideración? ¿Debe el artista vivir de sus obras, entregado a las modas que más venden, o de una paga estatal que le permita una absoluta libertad creativa? ¿Se puede poner fronteras a la mente creativa o se deben compartir sin límite sus frutos?

La intriga y la construcción del escenario marciano, de su sociedad y adaptación al medio, se sobreponen a la acción, que resulta muy interesante cuando la autora por fin se decide a intercalar alguna pincelada de aventura, como cierta expedición a un cráter fuera de los límites de la cúpula de la ciudad en busca de respuestas a los secretos de los primeros colonizadores y su lucha contra la Tierra. La autora explora las formas en que los diferentes modelos sociales moldean a sus ciudadanos, conformando sus maneras de pensar y actuar, y cómo un elemento ajeno puede llevar a romper con lo establecido y buscar nuevas formas de hacer las cosas. Las nuevas generaciones, llenas de conocimientos, han de romper con lo que siempre se les ha impuesto, absorbiendo, no obstante todo lo bueno que las generaciones anteriores les hayan legado. Hay que aprender a construir una cohesión social sumando lo mejor de cada modelo, integrando de la forma más armónica y menos destructiva las diferencias culturales, aceptando que no todo el mundo tiene una misma forma de pensar y que la ajena no tiene por qué estar más equivocada que la propia. Cada cual tiene sus razones de ser y es en su síntesis donde quizá resida el punto exacto.

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