viernes, 13 de abril de 2012

Reseña: La telaraña entre los mundos

La telaraña entre los mundos.

Charles Sheffield.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Grupo AJEC. Col. Arrakis ficción # 9. Granada, 2012. Título original: The Web Between the Worlds. Traducción: Diana Muñiz. 239 páginas.

En el año 1979 se publicaron con muy poco tiempo de separación dos novelas que compartían como tema central la construcción de un ascensor espacial; la primera fue Las fuentes del paraíso de Arthur C. Clarke, la segunda estaba escrita por un autor que estaba empezando en su carrera literaria y su novela es precisamente esta que nos ocupa. El propio Clarke, ante las suspicacias que el hecho pudiera levantar, escribiría en esas fechas una «carta abierta» al boletín de la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción de Estados Unidos dando cuenta de que tal coincidencia tan solo se trataba de una casualidad ante un tema que se encontraba ya maduro para ser plasmado literariamente, con diferente enfoque, eso sí, dependiendo de cada autor. La telaraña entre los mundos tuvo ya hace años una edición en español de mano de Ediciones B en su colección Nova que se encontraba descatalogada e inencontrable desde tiempo atrás, así que su edición por parte de AJEC debería ser más que bienvenida.

Rob Merlin, un visionario ingeniero de mente prodigiosa que ha dedicado su vida laboral a la construcción de los mayores y más largos puentes en situaciones que suponen todo un desafío, recibe la invitación por parte de Darius Regulo, el hombre más rico de todo el Sistema Solar gracias a las ganancias que le produce el tener el dominio del transporte espacial del producto de la minería de asteroides, para participar en un irrechazable proyecto: el diseño y construcción de un «Tallo de habichuelas», un cable que una la superficie de la Tierra con un satélite en órbita geoestacionaria a más de cien mil kilómetros y su posterior adaptación como «ascensor» mediante el cual se podrían enviar y recibir materiales al y desde el espacio a un precio mucho más barato que utilizando los habituales, gravosos y contaminantes cohetes.

Apoyándose en los avances del desarrollo y realización del proyecto, Sheffield compone en paralelo un thriller de intriga en torno a la investigación, muchos años después, de la muerte en extrañas circunstancias de los padres del protagonista —relatada en el prólogo de la novela— y el intento de desentrañar la verdad de los sucedido al empezar Merlin a atar ciertos cabos y pistas que podrían llevar a las causas y los culpables. El intento de descubrir qué son los misteriosos «duendes» que posiblemente causaron con su mera presencia la tragedia, y de cuál es la relación con su recluido mecenas, Regulo, va a mantener la tensión mientras la enorme obra de ingeniería espacial va tomando forma lentamente.

Y es que los temas que rodean la construcción son, desde el prisma actual, casi más interesantes que la idea misma de un ascensor espacial que a día de hoy ha dejado de ser algo novedoso para pasar a formar parte indisoluble de la imaginería especulativa de la ciencia ficción. Una obra que, aunque todavía irrealizable, es aceptada como algo común en el género y ya no llama tanto la atención como en el momento original de publicación. Descolla sobre todo el de la aplicación práctica de la manipulación genética para conseguir resultados como el alargamiento de la vida o la cura de ciertas enfermedades, y la bioeingeniería que propicia la mezcla de especies para encontrar otras más resistentes o adaptadas al ambiente para combatir el hambre o de híbridos animales diseñados para tareas específicas o para ser más inteligentes.

Por supuesto, también cobran especial importancia las grandes obras espaciales, la minería de asteroides y el desarrollo de naves que la hagan posible, junto a un tímido inicio de la colonización del Sistema Solar. Junto a todo ello, un tanto en segundo plano, pero muy significativo, el autor presenta el tema de la memoria y de sus mecanismos, personificado en el trágico personaje de Senta, víctima de una droga, la taliza, que le hace revivir al detalle determinadas escenas del pasado al tiempo que degenera su cuerpo y atormenta su presente, y de Howard Anson, hombre de prodigiosa memoria, una auténtica base de datos, que ha creado un servicio de información y cuya implícita visión del uso de la red en ese futuro no tan lejano se convierte en una auténtico patinazo en la especulación de Sheffield.

Con todo este contenido la novela se sitúa en la denominada ciencia ficción hard, aquella que se sirve de la ficción para especular con una buena cantidad de ideas o teorías con un alto contenido científico, sobre todo en su vertiente de aplicación práctica en grandes obras de ingeniería o en el desarrollo de ingenios y aparato que mejoren la vida de sus usuarios. De hecho en su momento el autor fue uno de los grandes revitalizadores del sub género. Aquí en concreto, a parte del Tallo de habichuelas en la trama se encuentran desde enormes topos genéticamente manipulados para ser usados en la minería hasta el hábitat artificial donde reside Regulo, Atlantis, un asteroide de dos kilómetros de diámetro modificado y adaptado para hacerlo habitable y con el que se puede desplazar a su antojo —muy lentamente eso sí— por el Sistema Solar; un emplazamiento donde van a tener, junto a la exposición de muchas de las grandes ideas del relato, lugar algunos de los momentos más dramáticos de la narración.

Una narración que a pesar de algunas oscuras circunstancias con las que tiene que lidiar el protagonista, a pesar de la tragedia que golpeó a Merlin en el mismo momento de su nacimiento, de la maldad intrínseca de la droga taliza, y de los tejemanejes perversos de ciertos personajes, transmite un tono de abierto optimismo, de fe inquebrantable en el brillante futuro —al menos en lo tecnológico— de la Humanidad, un tiempo en que muchas cosas que hoy se antojan imposibles se harán realidad y la longevidad y la calidad de vida será, en general, mucho mejor que la actual.

La trama avanza a golpe de diálogos socráticos entre los protagonistas, en una confrontación de pareceres entre mentes prodigiosas, muchas veces, coincidentes, de la que se extrae el conocimiento para llevar adelante los diversos proyectos. Como obra de un autor que estaba en el inicio de su carrera literaria, se notan ciertos titubeos puntuales en el relato, ciertos asuntos por los que pasa quizá demasiado deprisa —sobre todo en cuestiones técnicas tanto en la ingeniería que rodea a la construcción como en la genética implicada en la creación de ciertas biotecnologías—, y la caracterización de los personajes se encuentra siempre supeditado al desarrollo de las ideas, quedando alguno de ellos un tanto planos en sus motivaciones y actuaciones, y sus diálogos —fuera de las cuestiones técnicas— pecan de simpleza en ocasiones. Se echa también en falta un poco más de trasfondo socio-político en ese futuro que se presenta un tanto desdibujado fuera de la burbuja en que por momentos parecen vivir los protagonistas, que parecen vivir totalmente apartados de la sociedad común. Características todas ellas, por otra parte, que comparten buen número de obras de la ciencia ficción hard de aquella época.

La edición de AJEC se completa con un artículo de Cristóbal Pérez-Castejón, Ponga un ascensor en su planeta, que incide sobre las posibilidades reales de construir un ascensor espacial a día de hoy, en el desarrollo actual de la ingeniería y los materiales necesarios para una obra de semejante envergadura, y da un repaso a las novelas que desde la publicación de las de Clarke y Sheffield han utilizado la idea dentro de sus tramas, ya sea como parte central del relato o como mero elemento del «decorado».

La telaraña entre los mundos es un interesante libro, de ciencia ficción hard, sí, pero suficientemente accesible para un público sin conocimientos técnicos. Un libro que hay que leer, sin embargo, teniendo en cuenta el momento en que fue escrito. No es que haya envejecido especialmente mal, en absoluto, —a pesar de ciertas carencias, sobre todo al uso de los ordenadores y de los «buscadores» en Internet sustituidos irónicamente por ese personaje de memoria extraordinaria que sirve de base de datos alquilable—, sino que transmite un optimismo y una esperanza que no parecen tener lugar en obras más actuales —supongo que contagiados sus autores del sentir general de la sociedad—. Eran tiempos en que soñar con salir a explorar el Sistema Solar parecía todavía posible en un  futuro no muy lejano y la nube de asteroides se antojaba al alcance de la mano para su explotación. Otros tiempos, sin duda, que quedarían pronto desengañados, pero quizá precisamente por ello este tipo de novelas tengan un encanto especial y añadido.

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