Charles Sheffield.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo AJEC. Col. Arrakis ficción # 9. Granada, 2012. Título original: The Web Between the Worlds. Traducción: Diana Muñiz. 239 páginas.
En el año 1979
se publicaron con muy poco tiempo de separación dos novelas que
compartían como tema central la construcción de un ascensor espacial; la
primera fue Las fuentes del paraíso de Arthur C. Clarke,
la segunda estaba escrita por un autor que estaba empezando en su
carrera literaria y su novela es precisamente esta que nos ocupa. El
propio Clarke, ante las suspicacias que el hecho pudiera levantar,
escribiría en esas fechas una «carta abierta» al boletín de la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción de Estados Unidos
dando cuenta de que tal coincidencia tan solo se trataba de una casualidad ante un tema
que se encontraba ya maduro para ser plasmado literariamente, con
diferente enfoque, eso sí, dependiendo de cada autor. La telaraña entre los mundos tuvo ya hace años una edición en español de mano de Ediciones B en su colección Nova que se encontraba descatalogada e inencontrable desde tiempo atrás, así que su edición por parte de AJEC debería ser más que bienvenida.
Rob Merlin,
un visionario ingeniero de mente prodigiosa que ha dedicado su vida
laboral a la construcción de los mayores y más largos puentes en
situaciones que suponen todo un desafío, recibe la invitación por parte
de Darius Regulo, el hombre más rico de todo el Sistema Solar gracias
a las ganancias que le produce el tener el dominio del transporte
espacial del producto de la minería de asteroides, para participar en un
irrechazable proyecto: el diseño y construcción de un «Tallo de
habichuelas», un cable que una la superficie de la Tierra con un
satélite en órbita geoestacionaria a más de cien mil kilómetros y su
posterior adaptación como «ascensor» mediante el cual se podrían enviar y
recibir materiales al y desde el espacio a un precio mucho más barato
que utilizando los habituales, gravosos y contaminantes cohetes.
Apoyándose en los avances del desarrollo y realización del proyecto, Sheffield compone en paralelo un thriller
de intriga en torno a la investigación, muchos años después, de la
muerte en extrañas circunstancias de los padres del protagonista
—relatada en el prólogo de la novela— y el intento de desentrañar la
verdad de los sucedido al empezar Merlin a atar ciertos cabos y pistas
que podrían llevar a las causas y los culpables. El intento de descubrir
qué son los misteriosos «duendes» que posiblemente causaron con su mera
presencia la tragedia, y de cuál es la relación con su recluido
mecenas, Regulo, va a mantener la tensión mientras la enorme obra de
ingeniería espacial va tomando forma lentamente.
Y
es que los temas que rodean la construcción son, desde el prisma
actual, casi más interesantes que la idea misma de un ascensor espacial
que a día de hoy ha dejado de ser algo novedoso para pasar a formar
parte indisoluble de la imaginería especulativa de la ciencia ficción.
Una obra que, aunque todavía irrealizable, es aceptada como algo común
en el género y ya no llama tanto la atención como en el momento original
de publicación. Descolla sobre todo el de la aplicación práctica de la
manipulación genética para conseguir resultados como el alargamiento de
la vida o la cura de ciertas enfermedades, y la bioeingeniería que
propicia la mezcla de especies para encontrar otras más resistentes o
adaptadas al ambiente para combatir el hambre o de híbridos animales
diseñados para tareas específicas o para ser más inteligentes.
Por
supuesto, también cobran especial importancia las grandes obras
espaciales, la minería de asteroides y el desarrollo de naves que la
hagan posible, junto a un tímido inicio de la colonización del Sistema
Solar. Junto a todo ello, un tanto en segundo plano, pero muy
significativo, el autor presenta el tema de la memoria y de sus
mecanismos, personificado en el trágico personaje de Senta, víctima de una droga, la taliza, que le hace revivir al detalle determinadas escenas del pasado al tiempo que degenera su cuerpo y atormenta su presente, y de Howard Anson, hombre de prodigiosa memoria, una auténtica base de datos, que ha creado un servicio de información
y cuya implícita visión del uso de la red en ese futuro no tan lejano
se convierte en una auténtico patinazo en la especulación de Sheffield.
Con todo este contenido la novela se sitúa en la denominada ciencia ficción hard,
aquella que se sirve de la ficción para especular con una buena
cantidad de ideas o teorías con un alto contenido científico, sobre todo
en su vertiente de aplicación práctica en grandes obras de ingeniería o
en el desarrollo de ingenios y aparato que mejoren la vida de sus
usuarios. De hecho en su momento el autor fue uno de los grandes
revitalizadores del sub género. Aquí en concreto, a parte del Tallo de habichuelas
en la trama se encuentran desde enormes topos genéticamente manipulados
para ser usados en la minería hasta el hábitat artificial donde reside
Regulo, Atlantis,
un asteroide de dos kilómetros de diámetro modificado y adaptado para
hacerlo habitable y con el que se puede desplazar a su antojo —muy
lentamente eso sí— por el Sistema Solar; un emplazamiento donde van a
tener, junto a la exposición de muchas de las grandes ideas del relato,
lugar algunos de los momentos más dramáticos de la narración.
Una
narración que a pesar de algunas oscuras circunstancias con las que tiene que lidiar el protagonista, a pesar de la
tragedia que golpeó a Merlin en el mismo momento de su nacimiento, de la
maldad intrínseca de la droga taliza,
y de los tejemanejes perversos de ciertos personajes, transmite un tono
de abierto optimismo, de fe inquebrantable en el brillante futuro —al
menos en lo tecnológico— de la Humanidad, un tiempo en que muchas cosas
que hoy se antojan imposibles se harán realidad y la longevidad y la
calidad de vida será, en general, mucho mejor que la actual.
La
trama avanza a golpe de diálogos socráticos entre los protagonistas, en
una confrontación de pareceres entre mentes prodigiosas, muchas veces,
coincidentes, de la que se extrae el conocimiento para llevar adelante
los diversos proyectos. Como obra de un autor que estaba en el inicio de
su carrera literaria, se notan ciertos titubeos puntuales en el relato,
ciertos asuntos por los que pasa quizá demasiado deprisa —sobre todo en
cuestiones técnicas tanto en la ingeniería que rodea a la construcción
como en la genética implicada en la creación de ciertas biotecnologías—,
y la caracterización de los personajes se encuentra siempre supeditado
al desarrollo de las ideas, quedando alguno de ellos un tanto planos en
sus motivaciones y actuaciones, y sus diálogos —fuera de las cuestiones
técnicas— pecan de simpleza en ocasiones. Se echa también en falta un
poco más de trasfondo socio-político en ese futuro que se presenta un
tanto desdibujado fuera de la burbuja en que por momentos parecen vivir
los protagonistas, que parecen vivir totalmente apartados de la sociedad
común. Características todas ellas, por otra parte, que comparten buen
número de obras de la ciencia ficción hard de aquella época.
La edición de AJEC se completa con un artículo de Cristóbal Pérez-Castejón, Ponga un ascensor en su planeta,
que incide sobre las posibilidades reales de construir un ascensor
espacial a día de hoy, en el desarrollo actual de la ingeniería y los
materiales necesarios para una obra de semejante envergadura, y da un
repaso a las novelas que desde la publicación de las de Clarke y
Sheffield han utilizado la idea dentro de sus tramas, ya sea como parte
central del relato o como mero elemento del «decorado».
La telaraña entre los mundos es un interesante libro, de ciencia ficción hard,
sí, pero suficientemente accesible para un público sin conocimientos
técnicos. Un libro que hay que leer, sin embargo, teniendo en cuenta el
momento en que fue escrito. No es que haya envejecido especialmente mal,
en absoluto, —a pesar de ciertas carencias, sobre todo al uso de los
ordenadores y de los «buscadores» en Internet sustituidos irónicamente
por ese personaje de memoria extraordinaria que sirve de base de datos
alquilable—, sino que transmite un optimismo y una esperanza que no
parecen tener lugar en obras más actuales —supongo que contagiados sus
autores del sentir general de la sociedad—. Eran tiempos en que soñar
con salir a explorar el Sistema Solar parecía todavía posible en un
futuro no muy lejano y la nube de asteroides se antojaba al alcance de
la mano para su explotación. Otros tiempos, sin duda, que quedarían
pronto desengañados, pero quizá precisamente por ello este tipo de
novelas tengan un encanto especial y añadido.
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