Guillem López.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Minotauro. Col. Fantasía. Barcelona, 2018. 418 páginas.
A la hora de enfocar la reseña de una novela dentro de la producción de publicaciones de un determinado autor se puede optar entre dos caminos —o por la senda de enmedio, que es la que yo voy a intentar—. Se puede juzgarla como una obra única e independiente —siempre que no pertenezca a una serie o enealogía—, sin más referencias, principio y fin en sí misma. O se puede estudiarla bajo la óptica de la pertenencia a la carrera literaria del autor, como un eslabón en una evolución que une unos libros con los siguientes. El último sueño es una novela no diré que más «comercial», pero sí más accesible, trasparente o convencional para cualquier lector que las inmediatamente precedentes de López; una novela que, no obstante, demuestra tener un gran valor propio. Presenta una trama lineal, exenta de los saltos en el vacío a los que de alguna manera el autor había acostumbrado a sus seguidores, lo que podría llamar a la decepción de alguno de ellos, haciendo gala de un mensaje enfático y directo —¿demasiado directo?—, poco dado a interpretaciones. Es una obra que el propio autor ha definido como fantasía industrial y que bebe mucho de un steampunk muy particularmente interpretado —más grasiento que vaporoso— en un ambiente urbano depauperado y suburbial muy dickensiano, pero con barcos voladores y personas convertidas en máquinas con reminiscencias manga, un escenario cautivador, una prosa preciosista y grandes dotes para las escenas de acción.
Kemi huye desesperada del Zigurat, el corazón privilegiado de una ciudad llamada Paraíso, que para la mayoría de sus habitantes poco tiene de paradisíaca, donde el estatus social viene estrictamente marcado por la geografía del lugar. Perseguida por síndicos y sacerdotes, va en busca de una elusiva ayuda e inopinadamente parece encontrarla entre los más desfavorecidos entre los desfavorecidos. Una banda de niños y niñas con el muy descriptivo nombre de Los Abandonados. En su refugio les pedirá que la lleven ante Las Furias, pero no es algo que a la banda de desarrapados se les antoje sencillo conseguir. Sobre todo porque está a punto de estallar una guerra con ellos en su centro; una guerra, de hecho, que muy posiblemente inicien ellos al buscar venganza por la muerte de una de los suyos a mano de los temidos Tecnos. Llegados a ese punto, la recursiva huida hacia adelante parece su única salida. Mientras tanto en las altas esferas del gobierno la búsqueda de Kemi se convierte en alto interés de estado, una tarea vital para mantener estable una volátil situación, con muchos ciudadanos y esclavos deseando cambiar el estado de las cosas, aunque sea mediante la huelga y, por qué no, la revolución.
La información necesaria paras seguir la trama va fluyendo de forma cadenciosa pero armónica, manteniendo el misterio y el suspense, al tiempo que se va descubriendo la profundidad de la quebrada sociedad de Paraíso, desde las conspiranoicas altas esferas a sus rincones más infectos y depauperados, desde sus explotados medios de producción a sus necesidades energéticas, dependiendo de la misteriosa Kamé que pronto podría agotarse, y deteniéndose muy especialmente en sus muy peculiares habitantes. El autor ofrece una ambientación a caballo entre la tecnología de una retorcida revolución industrial y la magia de lo onírico de criaturas atrapadas, las dormidas Kas, que sueñan con la libertad y con volver a desplazarse entre las diferentes realidades, que da cuenta de una situación de equilibrio inestable a punto de estallar con los conflictos laborables latentes, con el fin de una era a un paso de distancia y con los deseos de cambio de una buena parte de la sociedad.
La huida desesperada de la esclava Kemi y la interesada ayuda de unos pandilleros marginales es la metáfora perfecta de un mundo industrial que deja atrás a quienes no puede triturar con sus engranajes. La pesadilla industrial produce monstruos. Es el suyo un mundo crudo, inclemente, devorador y sucio, de grandes injusticias sociales, de pobreza dickensiana en la que los desarrapados viven con la nada inocente inconsciencia de los Niños perdidos de Nuncajamás, sin más soporte que la unión y fraternidad que la banda les ofrece, y esperando con resquemor el momento de crecer en que tendrán que abandonar la banda sin que un futuro mejor les espere a la vuelta de la esquina —si es que no han muerto para entonces por el camino—. Es un mundo duro, incómodo, plagado de oscuros intereses, en el que los poderosos luchan por mantener sus privilegios al precio que sea, manipulando a quien sea necesario desde las sombras enfrentados en volubles facciones, y donde los obreros explotados y las masas de desheredados siempre llevan las de perder, aunque no dejen por ello de soñar con un mañana optimista. Entre todos ellos, Kemi, también conocido en otros círculos más elevados como el joven Midkemia, tan sólo desea ser ella misma, elegir su destino y vivir su propia vida sin condicionamientos ajenos. ¿Merece la pena arriesgarlo todo, incluso la propia vida, por la oportunidad a cara o cruz de mejorar la existencia? Estos muchachos sólo tienen una respuesta, la que dan en el libro.
Se desarrolla así una aventura, en principio por poco más que la mera supervivencia, que implica la lucha de los desfavorecidos para derribar el poder establecido, quizá manipulados por ese mismo poder, y que desemboca en explosivos enfrentamientos. Kemi y los muchachos deben cumplir una misión, aunque en muchos momentos ni ellos mismos tengan claro de qué se trata. La intriga se enreda agradablemente en toda la trama, dando lugar a escenas tan sorprendentes como espectaculares. Los villanos de la obra se revelan enormemente humanos, aunque quizá un poco de cartón-piedra, tanto en sus afanes por medrar unos como en su megalomanía otros, unidos todos por una misma crueldad. Instalados en una suerte de teocracia, mientras el líder polìtico-religioso sueña con prolongar su gobierno durante mil años más, algunos entre la casta dirigente conspiran para instalar un sistema más moderno, rigiendo desde las sombras el devenir de una democracia controlada entre bambalinas por los poderes fácticos de turno.
Como fantasía industrial se trata de una historia con mensaje, un crítica a los medios productivos y a la sociedad opresiva que generan que a veces se le escapa al autor de las manos. En su afán de dejarlo meridianamente claro, López inserta de forma extremadamente directa una serie de reflexiones y corolarios que parecen indicar la intención del autor de que a los lectores no se les pase la idea por alto, como si no se fiase del todo de ellos.. Sólo falta un cartel parpadeante con flechas luminosas indicando que: «¡Eh! Por si no te ha quedado claro, el mensaje es este». Resulta algo demasiado forzado y evidente cuando algo más sutil —mucho más sutil—, que surgiera de la situación y la acción, y no tanto del discurso propio del autor, habría sido más agradable y contribuiría a la fluidez de un relato, por otra parte, totalmente consistente y entretenido.
Volviendo a la cuestión inicial, El último sueño es un apasionante libro por sí mismo, una novela que, no obstante, por un evidente cambio de registro literario, lejos de su habitual estilo experimentalmente críptico, las estructuras complicadas o la rompedora concreción de las novelas inmediatamente precedentes, poco dadas a la digresión, puede defraudar en algunos aspectos a los más acérrimos seguidores del autor. Como novela sin más referencias externas, se trata de una estupenda historia de aventuras a contrarreloj, de guerras de bandas, violencia explícita, lealtades cuestionadas, sueños casi imposibles, crítica social e intrigas políticas, con un escenario fascinante —que podría compartir algunos referentes con La polilla en la casa del humo—, abundante acción y una trama, aunque algo canónica, eficazmente resuelta. Posiblemente sea una muy buena carta de presentación para quien desee iniciarse en la obra de López para pasar luego a mayores cotas de complejidad.
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