domingo, 25 de noviembre de 2018

Reseña: Susurros subterráneos

Susurros subterráneos.
Ríos de Londres 3.

Ben Aaronovitch.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Oz editorial. Barcelona, 2018. Título original: Whispers Under Ground. Traducción: Marina Rodil. 363 páginas.

En esta tercera entrega de su ya dilatada serie de fantasía urbana —se acaba de publicar su séptima entrega, Lies sleeping, octava en realidad si se cuenta una novela corta situada entre la quinta y la sexta— Aaronovitch mantiene la estructura de las anteriores, ofreciendo una trama independiente, una nueva investigación policial con un componente sobrenatural a resolver, mientras Peter Grant y su maestro Nightingale siguen investigando el arco argumental general que implica descubrir la identidad del misterioso Hombre sin Rostro, de quien lo educó en la magia y de sus posibles compañeros, que tantos problemas les causara en su anterior aventura. En esta ocasión el autor deja un tanto en segundo plano ese arco general de la serie, que apenas tiene influencia en la novela, para centrarse en el caso que Scotland Yard pone en manos de La Locura —básicamente Nightingale y Peter, con la ayuda de la no oficialmente reincorporada Lesley May—. Desplazando la acción mayoritariamente al subsuelo de Londres el relato integra a la perfección su mundo fantástico con la mundanidad de una gran urbe, la magia dentro de lo cotidianamente urbano y del natural discurrir de la gran ciudad, a espaldas del común de sus habitantes. Una fantasía sobrenatural divertida, con abundante humor y una intensa investigación policial que incluye persecuciones por túneles oscuros e inmersiones en las frías —entre otras cosas, porque limpias no están precisamente— aguas de un alcantarillado más concurrido de lo sospechado. Y sí, mejor leer los anteriores antes de embarcarse en esta.

Un cadáver ha aparecido en la plataforma de una estación subterránea del metro de Londres y, sin que haya una forma aparente en que haya llegado allí, con todos los accesos cerrados y ningún registro en las cámaras de vigilancia, todo parece indicar, incluida el arma homicida, que una fuerza mágica ha intervenido en el mismo. Es Navidad y el peor momento posible para tener una línea cerrada, así que la inspectora Stephanopoulos, hostigada desde arriba, instará a Peter, el último aprendiz de mago de Inglaterra —o eso se suponía— a actuar con la mayor diligencia posible. Cuando se identifique a la víctima como James Gallagher, ciudadano estadounidense e hijo de un senador para más señas, el FBI enviará a una de sus agentes, Kimberly Reynolds, para ser partícipe en la investigación, y Peter se verá obligado a trabajar de modo que cualquier rastro de magia implicado en el crimen quede en secreto.

Teniendo que lidiar con el compañero de vivienda del fallecido, alguien que pronto se revelará no ser del todo humano, el protagonista principal enseguida se dará cuenta como una complicación añadida de que a la agente del FBI le gusta ir bastante por libre, sin esperar a que su enlace con Scotland Yard la lleve de la mano en la investigación, dándole esquinazo en cuanto puede y husmeando por su cuenta. Algo nada deseable para quienes desean ocultarle la presencia de la magia en el crimen —y en Londres en general—.

Narrado, como los anteriores, desde la óptica en primera persona de Peter Grant, con un agradecido tono entre humorístico y ácido, de un tipo simpático y que no rehuye sus propias pifias y defectos, sus disquisiciones sirven tanto para seguir la investigación principal como para observar cómo él sigue progresando, muy lentamente como a fuego lento, pero sin pausa, en su aprendizaje de la magia, gracias al cual el lector también va a ir descubriendo un poco más de cómo funciona todo el mundillo mágico, los niveles de hechizos o practicantes, o los diferentes tipos de criaturas. Sin embargo, como bien deja claro, es en su faceta de agente de policía donde curiosamente más resistencia encuentra al desempeño de su labor, resultándole más complicado lidiar con unos mandos a los que todo lo que suene a extraño les produce sarpullidos. No lo tiene fácil. Además debe lidiar una vez más con las veleidosas diosas de los ríos de Londres, aunque en esta ocasión no pongan demasiados impedimentos a la investigación, estando por ahí casi como para dar cuenta tan sólo de su presencia inevitable en el mundillo mágico. Menos mal que Leslie está de vuelta; todo un acierto, pues la química que se establece entre ambos es una delicia, la contrarréplica y el equilibrio de sensatez que Peter tanto necesita, con un puntito de interés romántico al que en ningún momento se da rienda suelta.

Para Aaronovitch, se antoja, Londres es un ente vivo plagado de historia, de geografía cambiante a lo largo del tiempo, con construcciones y distritos que van fluctuando de función y estatus al albur de las modas y el dinero. Lugares con impronta, con alma, donde cada suceso ha dejado su huella. Si en las novelas anteriores algunas de sus áreas y barrios típicos, y todo el submundo mágico oculto en los mismos, se convertían en parte indisoluble del relato, en un protagonista más que en un escenario, en esta ocasión la acción se desplaza mayoritariamente a las «tripas» de la ciudad, a las redes de túneles del metro y de los trenes de cercanías, las estaciones «fantasma», las alcantarillas, cloacas y todo el sistema de desagües, los viejos refugios antiaéreos, los subterráneos que no están en los planos… Lugares, casi todos, húmedos, malolientes y claustrofóbicos, con peligros acechando en forma de riada, de oscuridad, de emboscada o de sorpresa inesperada.

En una investigación que implica adentrarse en muy diferentes ambientes de la ciudad, desde la escena artística al mundillo de los mercados callejeros ilegales, son continuas las referencias a la cultura urbana y a la contracultura, con muchos observaciones sobre la arquitectura o la historia de la ciudad, y a la cultura pop, con alusiones a El Señor de los Anillos, Mundodisco, Doctor Who, los Morlocks —esta era inevitable, ¿no?—, Dragones y Mazmorras o Star Trek, entre otras muchas, que acercan el texto a un público afín con un guiño cómplice. Junto a este juego de referencias, y como en el común de la serie, Aaronovitch sigue introduciendo en la trama, de manera soterrada y harto irónica, temas de reflexión como el tratamiento de los problemas raciales en un Londres multicultural, la gentrificación, los procedimientos policiales y el modo en que el público los percibe según le afecten o no, o la problemática de la burocracia y la política cuando se inmiscuyen en la vida de los ciudadanos.

Aunque el misterio particular, la trama de la investigación del crimen concreto y sus repercusiones, queda satisfactoriamente resuelto y cerrado, el arco general apenas avanza, un tanto en barbecho, con algunas revelaciones menores y algunas pistas que dan sus pequeños frutos, pero nada que acerque todavía en realidad a estar un poquito más cerca de resolver el misterio planteado con anterioridad ni a descubrir la identidad del Hombre sin Rostro. Y es que, a pesar de que se devora con tanta fruición como las anteriores, al terminarla queda una sensación de haber asistido de alguna manera a una novela de transición dentro de la serie, al punto que si esto fuera una trilogía tendría todas las características del «libro de en medio», con mucha construcción de personajes y exploración del escenario, y una trama que va colocando nuevas, y viejas, fichas en el tablero para una gran jugada futura.

Con un ritmo sostenido, y divertido, que vuelve a hacer gala del «caos organizado» que las investigaciones en las que se ve envuelto Peter parecen invocar, Aaronovitch parece más preocupado en establecer las bases para grandes cosas por venir que en revelarlas en este libro. Y es que, sin restarle emoción o interés a la trama, no se perciben peligros tan intensos ni hay grandes sobresaltos ni se presentan monstruos inclasificables como en las anteriores, y la misma se basa más en una sólida investigación más de seguir pistas y unir cabos, resultando quizá algo menos impactante. Aunque algunas arriesgadas aventuras en el subsuelo, tiroteos, persecuciones y destrucción de elementos arquitectónicos incluidos, sostengan con fuerza la acción y el peligro siga siendo constante, quizá la tensión no alcance picos tan intensos como en las entregas previas. Susurros subterráneos es una lectura muy agradable e intrigante, que aunque se encuentra libre de grandes sobresaltos, tampoco desmerece, porque el misterio está bien construido y su resolución mantiene la intriga hasta el final. Es de suponer, se antoja, que algunos de los descubrimientos asociados a las redes subterráneas de Londres cobren especial importancia más adelante. Así como se intuye la adición al elenco de protagonistas de alguno de los personajes aquí presentados —¿la joven Abigail que puede ver a los fantasmas?— en una dinámica cada vez más coral.

Ya que la reseña de La luna sobre el Soho se cerraba con un comentario sobre la edición de Oz, es de justicia mencionar aquí que, sobre todo en cuanto a corrección, la de esta mejora notablemente sobre la de la anterior entrega, haciendo más agradable si cabe su lectura. Algo muy de agradecer. Ojalá podamos disfrutar pronto de nuevas entregas en español.

4 comentarios:

Michel Godin dijo...

Buenísima reseña Santiago.

No pude esperar las ediciones en español y me leí toda la saga en inglés.

Aaronovitch ya lo ves en el tercero, peca de su condición de guionista de series (o de querer seguir explotando el producto) y alarga demasiado la trama principal. Aunque sea el único reclamo que tengo para hacerle, es uno bien grande.
No sé si le sigo leyendo luego de estos seis que devoré.

Es excelente, en tu reseñan, el comentario de Londres como un personaje en sí. Tal cual. Qué disfrutable ser Peter Grant por unas horas en esa ciudad.

Santiago dijo...

Tal y como está el panorama español hiciste bien en leerte los libros en inglés. No obstante, para los que no dominan esa lengua, y después de la espantada de Minotauro, esperemos que esta sea la buena, y que Oz siga adelante con la serie hasta su conclusión (o hasta que el autor quiera).

Lo de pasar de puntillas por el arco argumental general es muy llamativo en esta entrega, sobre todo después dela importancia que tenía en la anterior. Esperemos que vaya a más en las próximas ;-)

Y sí, Londres cobra vida de la mano de Aaronovitch. Se nota su entusiasmo por la ciudad.

Saludos

Mangrii dijo...

Siempre me han recomendado Ríos de Londres. Ahora estoy iniciándome bastante en la fantasía urbana (Dresden, Parabellum, La saga de la Ciudad) y la verdad es que me gusta mucho. Es una probable, pero que sea una saga que se dilata tanto en el tiempo, no me atrae tanto. Aún así, el primero cae fijo. Un abrazo^^

Santiago dijo...

Yo desde luego le daría una oportunidad a la primera, ya que, dentro de lo que cabe, es bastante autoconclusiva. Esta serie está más en la línea de Dresden (otra serie que me encanta) que de La saga de la Ciudad, aunque con su propia identidad. Lo de que sea ya una serie larga es un problema sí, aunque también puede ser una aliciente, sabiendo que hay más aventuras esperando. Yo que tú probaría con el primero y a ver qué tal ;-)

Saludos