El ciclo de la Luna Roja II.
José Antonio Cotrina.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
José Antonio Cotrina (edición propia). 2018. Digital / papel. 504 páginas.
Con motivo de la magnífica noticia de la reedición de la trilogía de mano de su propio autor, recuperamos, con mínimos retoques, la reseña publicada en Sagacomic en 2010 referente a su edición original en Alfaguara. Sigue igual de vigente.
Tras los hechos acaecidos al final de La cosecha de Sanheim ―y cabe advertir que es imprescindible haber leído esa primera entrega antes de adentrarse en la lectura de la que nos ocupa, y añadir que esta reseña puede destripar ciertos detalles de la anterior novela― el tiempo de la criba, a la espera de la llegada de la Luna Roja, avanza de forma inexorable e inclemente cobrándose su tributo en forma de vidas humanas. Los muchachos poco a poco se van adaptando, no sin dificultades, a su complicada vida en la peligrosa ciudad de Rocavarancolia, mientras el Consejo debe enfrentarse a las cambiantes circunstancias y asimilar el misterioso asesinato de Belisario, acaecido al final del libro anterior, mientras cada uno juega sus cartas según sus propios intereses. Los hijos de las tinieblas es una típica ―en absoluto tópica― historia de «nudo» dentro de una trilogía; en ella los protagonistas se van a probar a sí mismos, perfilando y afilándose sus aptitudes, se produce la terrible criba ―y es que no todos verán la llegada de la Luna Roja y ninguno lo hará tal y como era cuando llegó a Rocavarancolia―, y se prepara todo para el clímax del tercer volumen, sin resolver realmente demasiado de la trama principal, pero sin resignarse a dar una simple historia de transición, sino planteando un relato repleto de emoción, intriga, misterios, traiciones, amistad, descubrimientos y muerte.
Los jóvenes que fueran arrancados de sus casas, sus vidas, familias, amistades, y de todo lo que conocían, en la noche de Samhein, deben aprender a sobreponerse a la adversidad, luchando por adaptarse lo mejor posible a su nueva y escabrosa situación. Les a la vida en ello. A lo largo de la novela, el lector va a asistir a un crecimiento en ellos, a unos cambios paulatinos no solo físicos, sino también psicológicos y mentales. obligados por las circunstancias, por los imperativos de las crueles y tenebrosas fuerzas que les rodean intentando por todos los medios acabar con ellos. Hay un cambio real, se produce un proceso de maduración acelerada, pues al tiempo que tienen que hacerse fuertes mentalmente, pronto descubrirán que ese extraño mundo está haciendo mella en ellos de otras inesperadas formas, despertando en ellos habilidades latentes que no sabían que poseían y para las que muy posiblemente no estaban en absoluto preparados. Para unos será toda una sorpresa, a otros les causará auténtico terror lo que crece dentro de ellos, algunos no notarán apenas diferencia y otros disfrutarán con el cambio dejándose llevar por la oscura atmósfera de la ciudad maldita. En esta ocasión el protagonismo es mucho más coral si cabe que en la anterior entrega. Hector sigue siendo parte central de la trama, pero deja más espacio para otros hilos, como el curioso enfrentamiento entre Adrian y el solitario Darío, o las intrigas del maquiavélico recién llegado Hurza el Comeojos, o la conmovedora y triste decisión de Mistral y sus consecuencias, o... Muchas historias, y todas con su particular interés e importancia.
A lo largo de las páginas, el grupo ―o más bien, parte de él―, envalentonados por el dominio de la magia que alguno de ellos han conseguido, decidirá tomar la iniciativa y llevará a cabo un intento de exploración sistemática de la ciudad. Una ciudad que se sigue mostrando tan cruel e inhospitalaria como ya se antojaba en la primera parte. Los jóvenes no pueden fiarse de nada ni nadie, las apariencias siempre engañan, no hay un momento de respiro, no pueden permitirse relajarse lo más mínimo, pues la catástrofe acecha de forma inesperada a la vuelta de cualquier esquina, oculta en cada sombra, en cada edificio, en cada ruina, en toda criatura con la que se cruzan. Desde el subsuelo hasta la costa llena de bajíos y acantilados o el inhóspito desierto donde nada sobrevive, el lector asiste fascinado a la recreación de un mundo perfectamente detallado y pleno, lleno de maravillas y horrores a partes iguales. Unido a las escenas de Altabajatorre, donde el Consejo espera impaciente el desenlace de esta extraña partida de ajedrez y donde un nuevo jugador entra en liza, un nuevo personaje que va a complicar mucho más el destino de Rocavarancolia, dándole a un mismo tiempo una profundidad asombrosa al relato y aprovechando para dotar a la narración de unos «antecedentes históricos» que ya se intuían en el anterior libro, pero que aquí sirven pata que el lector llegue a descubrir cómo es posible que Rocavarancolia haya llegado a encontrarse en el lastimoso estado en que se encuentra, para explicar cómo se ha llegado a la situación actual.
Cotrina no deja absolutamente nada al azar y con una habilidad artesanal va haciendo avanzar el reloj del torreón preparándolo todo para la llegada de la amenazadora Luna Roja; desvelando, aunque con cuentagotas, algunos misterios sobre lo que se supone que va a suceder, sobre la importancia ―pasada y futura― del cometa, y sobre el destino que les espera a los muchachos y muchachas que logren sobrevivir hasta entonces.
A lo largo de la novela, como era de esperar por lo ya visto anteriormente, van a morir algunos de los protagonistas, tanto en la ciudad ―la criba es inmisericorde― como entre los miembros del Consejo ―hay conspiraciones dentro de conspiraciones, y los giros sorprendentes y las alianzas inesperadas son la norma―. Los jóvenes no pueden relajarse en momento alguno, no caben las risas ni la diversión ante lo que les rodea. Cuando se permiten creer que se encuentran a salvo o que ya conocen todos los peligros a los que se enfrentan, la irremediable tragedia se encarga de enseñarles que no era así en absoluto. Es éste un relato por partes cruel, por partes triste, muy aventurero, con abundante acción y emoción, con personajes que se muestran muy humanos sobre todo cuando muestran sus incongruencias con su forma de reaccionar al verse superados por todo lo que les rodea e impotentes para poder hacer nada que cambie su destino. Es fácil identificarse con muchos de ellos, con sus reacciones, tan humanas, tan contradictorias, tan bien reflejadas.
En la pugna interna del consejo hay también emoción y tensión a raudales. Quizá el conocer ya a los monstruos los haga menos terroríficos, se les humaniza de alguna manera, pero no dejan de atraer la curiosidad y una fascinación morbosa. La narración sigue siendo sin duda muy oscura, pero se muestran resquicios luz, de sentimientos ―no siempre bondadosos, eso sí, el egoísmo sigue siendo lo imperante entre los dirigentes de Rocavarancolia, cada cual buscando su propio bien e interés, que a veces coincidirá, pero a veces no, con el bien común de sus compañeros y de la ciudad― entre los malvados dirigentes de la ciudad. Hay un tono ciertamente más triste si cabe, una sensación de inevitabilidad ante lo que se avecina. Hay traiciones inesperadas y revelaciones sorprendentes.
En una historia de supervivencia como esta se antoja que las relaciones sentimentales no tienen cabida, aunque el amor se empecine en aparecer contra viento y marea. Los propios protagonistas intentarán negarlo y cortarlo de raíz, y las situaciones que ello propicie van a tener su importante hueco en la narración. El amor no es sino una ventana hacia la esperanza y cualquier resquicio que les aparte de la desolación que les rodea, que les distraiga de las amenazas que siempre penden sobre ellos, es un peligro que puede condenarles a mayores sufrimientos. Por eso es mejor endurecer los corazones, abandonar los sueños y vivir rechazando ciertos sentimientos, por muy difícil o imposible que sea. Todo ello dará paso a la confusión, al desengaño, al sacrificio que no se puede explicar, a la amistad desinteresada o al incomprensible rechazo a la mano tendida, a la ayuda ofrecida. Todos se cierran un tanto en si mismos como quien cierra una puerta al dolor, sin comprender quizá que es algo imposible y que el ser humano necesita el calor, la compañía, la comprensión de sus compañeros para seguir siendo humano. Y es que los monstruos no siempre son los más evidentes y feos, sino que se pueden ocultar en los sitios más inesperados.
A pesar de que quizá se haya dejado llevar en exceso, que haya querido «retratarlo» todo, y que el libro ―su longitud― se le haya escapado un poquito de las manos ―tampoco creo que sea motivo de queja de nadie―, lo cierto es que Cotrina salpica la narración de una imaginación desbordante, con una prosa rica y arrebatadora, pintando imágenes de una terrible fuerza evocadora, enormemente visuales, trasmitiendo al lector todo el dolor, los escasos momentos de alegría, la desesperanza, la pérdida, el imparable paso del tiempo de una forma excelente. En este volumen se ha desprendido con mucho de la etiqueta de literatura juvenil ―sin renunciar en absoluto a ese público― para hacerse recomendable a todo tipo de lectores, incluidos los más talluditos que no hayan abandonado su capacidad de sorprenderse y dejarse maravillar por una historia francamente entretenida y subyugante. Como no podía ser de otra manera en el libro central de una trilogía, el desenlace deja todo en el aire, preparado para lo que ha de venir que se adivina tan apasionante como lo que ha tenido lugar hasta el momento. Los hijos de las tinieblas, junto a su antecesora, es una lectura de las que me atrevo a recomendar sin dudarlo.
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