Luis Manuel Ruiz.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Algaida editores. Sevilla, 2019. 303 páginas.
El futuro de la humanidad está en juego, pero pocos son los que en realidad saben cuál es el terreno en que se dirimirá ese destino. Muchas veces se ha dicho que un tablero de ajedrez, una partida entre blancas y negras, es la metáfora perfecta de la vida, del eterno enfrentamiento entre Bien y Mal. Pero, ¿y si fuera mucho más que eso? Ruiz ofrece un thriller de misterio, oscuro, con un toque futurista, más cercano a la ciencia ficción que a la fantasía al implicar en la trama manipulación genética y superordenadores, pero que a la vez rescata la figura del autómata decimonónico, que de atracción de feria se transmuta aquí en la pieza fundamental para conseguir la victoria en la secreta guerra por la dominación del mundo. Aventura pura e investigación detectivesca, sociedades secretas, circos de fenómenos, manipulación en las sombras, conspiraciones, autómatas inesperados —en el siglo XXI ya no son sólo una hermosa carcasa rellena de engranajes, sino algo más cercano a los primeros pasos de los replicantes de Blade Runner—, la idea de la identidad a través de quienes la han perdido o nunca la tuvieron, el significado de la vida natural y artificial, la fragilidad de la realidad si es que tal cosa existe, el amor a la literatura, la crítica a un mundo que cada día se parece más a un parque de atracciones... Pura distopía. Pasen y vean.
El autista Óscar, un adolescente fascinado por el juego de ajedrez y todas sus insospechadas posibilidades, es raptado por dos mujeres idénticas, Cora y Dafne, a quienes diferencian apenas destacados rasgos muy distintivos, pues ¿qué se oculta tras el parche de ojo de una o por qué lleva siempre enfundadas en guantes las manos la otra? Flavia Greco y la Hermandad del Marfil podrían tener algunas respuestas, aunque es muy posible que no sean precisamente las que Lázaro Malta está deseando descubrir. Y qué pinta en todo este embrollo la sempi presente Organ Corp, una compañía que promete la prolongación de la vida con, entre otras cosas, la sustitución partes y órganos del cuerpo sin problemas de rechazo al estar cultivadas del propio individuo interesado.
Ruiz embarca a sus protagonistas en una novela tan sorprendente como atractiva, tan bien escrita como intrigante. Desde nuestro presente, o un futuro muy muy cercano, el autor ofrece una trama de misterio que juega con el lector en un laberinto de espejos en que el ajedrez cobra importancia central, pero no se adueña del relato. En la trama de investigación, de búsqueda, torturas, descubrimientos e inevitables enfrentamientos, se cuelan temas como la ingeniería genética y la biónica, la clonación o la computación avanzada, como el ordenador del protagonista, Sycorax, que se desdobla desde el tamaño de una tarjeta de visita hasta el tamaño de una pantalla, y presenta enormes capacidades de navegación y hackeo. Todo envuelto en una historia de ignominia, de autómatas legendarios, parques temáticos, monstruos con su corazoncito, ciudades míticas envueltas en lluvia, grandes mentes y sociedades secretas, con el orden subterráneo del mundo, que rige sus destinos sin que el común de los mortales sean conscientes de ello, en primer y secreto plano. Y, siempre presente, pero siempre en las sombras, el secreto del significado exacto del juego del ajedrez. Porque quién conozca la jugada definitiva dominará el poder de la Creación, será una auténtica deidad, tendrá en sus manos la capacidad de hacer y deshacer. O al menos ese es el mito.
Conforme avanza el relato el misterio va dando lugar a una creciente intensidad y tensión que culmina en una dramática peripecia en un escenario que es mejor no desvelar, pero que se ve un tanto quebrada su emoción por una, es de suponer involuntaria, asociación de ideas con un célebre capítulo de Los Simpsons. En todo caso, la fuerza de la narración no pierde un ápice de su potencia. Y es que la prosa de Ruiz es un ejemplo de bienhacer, de equilibrio entre el fluido entretenimiento y la finura estilística, entre lo lúdico y lo erudito. Gracias a sus preciosas y precisas descripciones, y aun virtuosismo bien entendido, el autor consigue hacer del escenario un personaje más. Berlín con su feria de los horrores, Praga con sus estatuas y su fina lluvia que empapa más que los cuerpos, un Madrid secreto...
Como último apunte, que a nadie importe si no se es un experto en ajedrez. No es necesario dominar el juego, pues el mismo no es sino la excusa perfecta para que Ruiz pueda pergeñar la aventura deseada y plantear las preguntas que le bullen en el cerebro. Al terminar la lectura, desvelada la triste y mundana realidad, subyace en la mente la eterna pregunta: ¿Quién es el monstruo, quien lo aparenta o quien lo lleva por dentro? ¿Pueden los monstruos tener corazón o lo son porque han dejado de tenerlo? ¿Tienen alma, sentimientos, remordimientos? Pero también ha puesto un espejo frente al lector, cuestionando su humanidad, su autonomía, incluso su libre albedrío. ¿Acaso no seremos todos sino complejos autómatas? El ajedrez no es sino la metáfora del devenir del ser humano. ¿Quiénes somos? ¿Blancas o negras? ¿Luz u oscuridad? Todo depende de cómo se disponga el tablero.
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