sábado, 21 de diciembre de 2019

Reseña: Nicky, la aprendiz de bruja

Nicky, la aprendiz de bruja.

Eiko Kadono.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nocturna ediciones. Col. Literatura mágica # 85. Madrid, 2019. Título original: Kiki's Delivery Service (Majo no Takkyubin). Traducción: Rumi Sato. Ilustraciones de portada e interiores: Akiko Hayashi. 205 páginas.

Inspirando la magnífica película del Studio Ghibli se encontraba la novela de Eiko Kadono Nicky, la aprendiz de brujaKiki's Delivery Service—, a la que Hayao Miyazaki adaptó con gran acierto y algo de libertad. Publicada originalmente en 1985, la serie de la brujita Nicky ha llegado a tener 6 entregas, la última de ellas editada en 2009, aunque a todos los niveles la más conocida sea esta primera que ahora Nocturna, con su habitual buen hacer y bellas ediciones, nos da la oportunidad de disfrutar. Tratándose de un libro eminentemente infantil-juvenil, aunque ideal para lectores de cualquier edad, cada capítulo vendría a ser un episodio en el aprendizaje de Nicky, una aventura completa en la que superar diferentes retos y obstáculos, ideal para ir leyendo a los pequeños a la hora de irse a la cama para disfrute también de eso lectores más mayores. Diferente en las tramas a la película de Miyazaki, quien tan sólo reflejó alguna de ellas, ampliando unas y creando otras en pos de la mayor cohesión cinematográfica, sí ofrece el mismo poso de mensajes y valores esperanzadores. Kadono ofrece un canto a la amistad, a la colaboración y convivencia, a la ayuda desinteresada, al crecimiento y maduración personal.

Al cumplir los trece años, Nicky, hija de una bruja y un hombre «normal» sin poderes mágicos, debe decidir si da predominancia a su lado brujeril o no. Si acepta su herencia materna, según la tradición, deberá abandonar el hogar y asentarse en una nueva población, ofreciendo sus servicios a la comunidad y viviendo de lo que pueda conseguir gracias a sus habilidades mágicas, haciéndose su propio hueco en la sociedad, y sin poder volver a casa durante un año entero al menos. Cuando Nicky emprende su camino —creo que a nadie sorprenderá que acepte su faceta como bruja— tan sólo la acompaña su gato Jiji, y juntos deberán aprender a vivir por su cuenta en una ciudad desconocida. Al partir, la única habilidad mágica de Nicky es volar en su escoba, pero a pesar de todas las dudas en sus capacidades, y en una gratificante lección, lo que va aprender es a no rendirse ante las adversidades, a aceptar las dificultades y a ofrecer la mejor solución en cada caso.

Nicky, en su decisión de utilizar su habilidad mágica para convertirse en un servicio de reparto dentro de la comunidad, lo que de verdad va a llevar es alegría a los demás. Ingenua, joven y falta de experiencia, se verá envuelta en una serie de aventuras divertidas —más para el lector que en ocasiones para ella misma— y conocerá a un buen número de personas que la ayudarán a crecer y  madurar. Encontrará dificultades, no hay duda de ello, pues si no existiera cierto conflicto tampoco habría historia que contar, pero en general el tono resulta muy amable y atractivo. Nicky, con su mera presencia, su voluntad y bondad, va a mejorar la vida de los habitantes de toda la ciudad, aunque estos al principio siquiera sean conscientes de ella. La adolescencia es ese momento en que, casi sin desearlo ni darse cuenta, un joven debe aceptar una mayor carga de responsabilidades. Y crecer, madurar, experimentar con los márgenes de la independencia juvenil sin caer en el desánimo, no siempre es algo sencillo. Encontrar las gentes adecuadas, apoyarse en quien ofrece ayuda al mismo tiempo que se convierte en una persona productiva y que aporta a la comunidad es una lección siempre bienvenida.

La novela está repleta de un humor agradable, suave y sincero, nacido de las situaciones en que se ve envuelta Nicky y de su forma de reaccionar ante ciertas actitudes y peticiones. Ante cada problema encuentra una solución creativa. Es un libro hermoso, agradablemente traducido —o, como poco, muy agradablemente plasmado en español—, con una prosa sencilla y fácil de leer, y en el que las ilustraciones originales de Akiko Hayashi, algunas de las cuales acompañan esta reseña, dan el perfecto marco imaginativo. Jiji, en su papel de consejero, de confidente y apoyo, le ofrece un contrapunto gratificante a la brujita, sirviéndole tanto de desahogo como de sentido de la razón. Las puyas que intercambian son fuente de diversión al tiempo que sus consejos se demuestran de gran valor. La magia de Nicky, según demuestra a lo largo de sus aventuras, no reside en su capacidad de volar sobre su escoba sino en su corazón, en los actos desinteresados que realiza una y otra vez. De cada episodio se puede extraer un magnífico mensaje, nada doctrinario, sino agradablemente didáctico, nacido de la acción y no de la declaración directa.

Nicky, la aprendiz de bruja es una novela suave, armoniosa, que ronronea mientras la lees, aunque a veces, muy pocas veces, muestre las uñas y arañe. Está presente el miedo al diferente, el miedo al que viene de fuera, pero luego te calienta el corazoncito con la aceptación del ajeno, de la ayuda desinteresada de los desconocidos, con el reconocimiento de los recelosos, y con la apuesta por el ingenio y el trabajo esforzado para resolver las situaciones más peliagudas. Cada cual en su medida lo importante es intentar hacer del mundo un lugar mejor, hacer felices a los demás. Es un libro sobre el crecimiento y la adquisición de responsabilidades, una invitación a hacer lo correcto sin más recompensa que la satisfacción de las obras bien hechas, del bien ajeno. Divertido, entretenido, inspirador, simpático y repleto de valores a tener en cuenta. Todo un acierto.

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