domingo, 23 de agosto de 2020

Reseña: Trueno

Trueno.
El arco de la Guadaña, 3.

Neal Shusterman.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nocturna ediciones. Col. Literatura mágica # 94. Título original: The Toll. Traducción: Pilar Ramírez Tello. Ilustración de portada: Kevin Tong. 725 páginas.

Llegamos al cierre de la trilogía de El arco de la Guadaña, y es un cierre satisfactorio acorde a todo lo precedente —aunque la segunda entrega había dejado el listón muy alto, se puede decir que este casi está a la altura—. Shusterman ofrece una novela, tres en realidad, sobre la vida y la muerte, en un mundo donde la misma ha sido erradicada de forma natural y, debe ser impartida como control de población, y sobre todo lo que hay entre medias de ambas. Las diversas posturas, desde la entrega al egoísmo, muestran un amplio abanico de reacciones ante un tema tan vital, repleto de intrigantes reflexiones, pero sin olvidar en ningún momento que este es un libro de aventuras y de intriga, elementos que el autor explota con habilidad e inteligencia. El mundo se encuentra abocado a tiempos difíciles, y de la forma de encararlos de cada uno saldrá una humanidad reforzada o una condenada. El Nimbo calla mientras los nubarrones se acumulan en el horizonte. El sino del futuro se encuentra en delicado equilibrio en el fiel de la balanza, o quizá mejor sería decir que descansa inestable en el arco de la guadaña. Resta comentar que resulta bastante imprescindible haber leído las dos entregas anteriores, de las que puede haber algún destripe en la presente reseña, para disfrutar en las debidas condiciones de esta.

Han pasado tres años desde los apoteósicos acontecimientos narrados al final de Nimbo y las cosas han degenerado y cambiado de forma radical para la humanidad en su conjunto. Privados de la asistencia del Nimbo al ser calificados como indeseables en su conjunto, todos los ciudadanos deben aprender a vivir sin la muleta en forma de información, asistencia y consejo que aquel representaba. Sólo Greyson Tolliver mantiene el contacto, y eso le va a convertir en una persona especial, buscado por muchos y envidiado por casi todos, va a ser convertido por el coadjutor Mendoza en el profeta esperado por los tonistas. Mientras tanto, la Guadaña ha perdido mucho con el hundimiento de Perdura, y los segadores modernos han empezado desde entonces a imponer unas prácticas impensables hasta entonces. la corrupción se extiende de forma insidiosa, y el segador Goddard, y su mano derecha Rand, saborean las mieles de su imparable ascenso al poder, aunque no todos estén de acuerdo con sus nuevas políticas y el enfrentamiento esté prácticamente predestinado. Anastasia y Lucifer, Cintra y Rowan, duermen el sueño de los justos, dados por muertos; una añorada como una heroína, el otro odiado como un criminal asesino.

Al margen de los acontecimientos, desconectados del resto del mundo, Faraday y Munira siguen embarcados en su misión de encontrar el plan maestro de los segadores originales para restaurar el orden y el equilibrio, para ello viajan hacia un destino ignoto, fuera de la vigilancia global del Nimbo. Un Nimbo que, jugando en las sombras, siempre con su objetivo de preservar el bien de la humanidad, pero sin poder actuar abiertamente cuando entra en escena la Guadaña, pondrá en marcha una serie de acontecimientos que implican de manera singular a la Capitana / Capitán Jerico, una persona de género fluido que viene, entre otras cosas, a dar cuenta de que incluso en un futuro en el que las razas y la muerte han sido abolidas los prejuicios de algunos se mantienen activos.

La estructura de la novela, similar y no obstante bastante diferente de la de las anteriores, sigue jugando con la alternancia de diferentes puntos de vista, intercalando entre capítulos —en blanco sobre negro como ya se viera en las precedentes— extractos de conversaciones, de documentos históricos, de escrituras de los tonistas y otra serie de detalles que, fuera de contexto, plantean multitud de dudas y sugerencias que solo se verán resueltas en el final de la obra. Con un enfoque y un rumbo distintos a lo anterior, con una gran amplitud de puntos de vista y líneas narrativas que hacen que la profundidad de algunos de los protagonistas previos, no así de los muy interesantes nuevos, se resienta un tanto, Shusterman mantiene en equilibrio numerosas bolas en el aire, alternando entre tramas y escenarios que a veces confluyen y otras se mantienen muy apartados. Los saltos temporales y geográficos son así continuos en la narración, creando una imagen amplia de la situación, ofreciendo en todo momento el punto de vista que haga avanzar la acción y dejando, no obstante, otros en las sombras mientras sus aportaciones son menos importantes, como sucede con alguno de los personajes más queridos que tienen escasa intervención hasta bien avanzado el libro.
Los años pasan rápidamente, abarcando en comparación un periodo mayor que el de los dos anteriores libros; años repletos de sucesos relevantes, y los personajes se van alternando en el protagonismo. Todos brillan, todos tienen su momento. Y aunque a veces pueda antojarse que el relato se dispersa en ese exceso de líneas, dando cierta impresión de desconexión entre unos personajes y otros, Shusterman sabe el lugar al que quiere llevarlo y lo reconduce con ingenio. Si alguien se pasa tres años perdido en una isla al final será por un motivo. Si alguien está repleto de dudas y remoridimientos su reacción posterior será consecuente con ello. Si los segadores originales prometieron, subrepticiamente eso sí, una solución para tiempos difíciles en que la Guadaña hubiera pervertido su misión, tal solución existe, aunque quizá no sea la que nadie esperaba o deseaba.

La muerte ha sido vencida, es posible revivir a los «morturientos» haciendo que muy pocos decesos sean irreparables, y se puede volver atrás el reloj biológico y recuperar la juventud —o la edad que se desee—, así que buena parte de los intereses y reflexiones de los protagonistas —entre los que se incluye, por supuesto, al propio Nimbo, cargado de preocupaciones y planes secretos— van a girar en torno a consideraciones filosóficas y morales sobre lo que significa para los seres humanos la posibilidad de vivir por siempre. El autor juega bien sus cartas y disfraza todo su mensaje bajo capas y capas de aventura, viajes, luchas, descubrimientos y enfrentamientos.

Junto a las muy evidentes reflexiones sobre la naturaleza de la vida y la muerte, o sobre la evidencia de que el ejercicio del poder corrompe a quien a él se aferra, Shusterman introduce con mimo y mucha intención el tema de la construcción de una secta y todo lo que la rodea: los entresijos tras los oropeles y las promesas, el corpus de creencias, la manipulación y tergiversación de un mensaje bien intencionado en origen, el espectáculo de cara a la galería, las desavenencias internas, o la realidad de quienes componen su estructura, desde el símbolo —el Trueno— que le da sentido y sobre quien se construye el relato, hasta los auténticos creyentes, seguidores honrados y convencidos, pasando por los aprovechados y los abiertamente fanáticos que doblegan violentamente a su voluntad la doctrina para adecuarla a sus fines o a su particular modo de ver el mundo. De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, y al lado de todo líder emergente crecen las camarillas de aprovechados —algo que sirve tanto para el Trueno como para el egocéntrico Goddard—.

El desenfrenado tramo final de la novela y de la trilogía puede dejar un tanto descolocado a algunos lectores, dado que juega mucho con la suspensión de la incredulidad. La elección de la solución ofrecida por el Nimbo a la humanidad es un tanto brusca, aunque estaba perfilada a lo largo de todo el libro. El cierre definitivo, no obstante, termina ofreciendo unas respuestas que bien merecen el camino.

No puedo cerrar la reseña sin resaltar, una vez más, la inmejorable tarea de edición de todo el equipo en Nocturna, destacando, cómo no, la estupenda traducción y la presentación del volumen.

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