Ríos de Londres 5.
Ben Aaronovitch.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Oz editorial. Col. Oz Nébula. Barcelona, 2020. Título original: Foxglove Summer. Traducción: Marina Rodil Parra. Ilustración de cubierta: Stephen Walter. 320 páginas.
Quinta entrega (de ocho hasta el momento, sin contar un buen número de relatos y novelas cortas) de las aventuras sobrenaturales protagonizadas por Peter Grant, agente de Scotland Yard, adscrito a la Unidad de Evaluaciones Especiales. En esta ocasión Aaronovitch saca a su urbanita protagonista de su zona de confort y traslada la acción al mundo rural, donde los sucesos inexplicables —mágicos— para los profanos también tienen lugar, y no en pequeña cantidad. La habitual fantasía urbana de la serie se traslada a los encantados campos de Inglaterra y Gales, donde los cuentos de hadas se muestran palpablemente vigentes. Alejado del bullicio de la gran ciudad y sin noticias de El hombre sin rostro, el relato adquiere la cualidad de un inesperado remanso dentro de las procelosas aguas de la serie. Pero no hay que engañarse, los misterios, las revelaciones, los peligros y la magia se mantienen en todo lo alto. Y la investigación policial de la desaparición de dos niñas y la incertidumbre sobre su destino son los motores de una gran aventura de la que Peter no saldrá tan indemne como pudiera pensarse. Y sí, para disfrutar en plenitud de esta novela, es recomendable haber hecho lo propio con las cuatro anteriores.
En Rushpool, un pequeño pueblo inglés de West Mercia cercano a la frontera con Gales, se ha producido la desaparición de dos niñas de once años, Hannah Marstowe y Nicole Lacey. Como parte de la política interna de La Locura, Peter parte hacia el lugar para descartar la participación en el suceso de «magos de segunda y similares» que pudieran estar involucrados en prácticas de magia inmorales, en concreto de un viejo mago llamado Hugh Oswald, superviviente de la II Guerra Mundial y actualmente retirado en la campiña donde se dedica a la apicultura acompañado de su nieta Mellisa. Lo que de inicio parece una investigación de desaparición voluntaria y posible rapto posterior de las niñas pronto va a dar un giro más sobrenatural ante la presencia de un amigo invisible, que no imaginario —no es lo mismo—, que pudiera o no tener relación con los hechos.
Tras los muy dramáticos eventos narrados en Familias fatales que a priori sugerían y hacían pensar en un camino muy diferente para esta entrega, el hilo conductor de la serie, los maquiavélicos planes de El hombre sin rostro y su enfrentamiento con los miembros de La Locura, pasa aquí a un muy discreto segundo plano, sin ninguna participación directa en la trama, aún con unos esporádicos cruces de mensajes telefónicos entre Peter y la «traidora» Lesley May que mantienen el tema activo durante toda la novela. Con la duda de la presencia de elementos sobrenaturales implicados en la desaparición, el apartado de investigación policial toma preeminencia en el discurrir del relato, con Peter entregado a los procedimientos, dictámenes, colaboración y órdenes de las fuerzas policiales locales, pero sin renunciar a sus propios planes e investigaciones menos «canónicas», que a la postre son las que dan su interés a la historia.
Incorporado al operativo de búsqueda dentro del área de mediación familiar, el agente se va a ver inmerso de lleno en la difícil situación que siempre presenta la desaparición infantil, consolando y dando apoyo a los padres, intentando dar respuesta a la inevitable pregunta de si las niñas aparecerán vivas y, de ser así, cuáles habrán sido las condiciones de su cautiverio. El autor presenta de forma muy humana las reacciones de las familias implicadas, de los padres y madres que enfrentan la situación de forma personal, lidiando como pueden con el dolor y la incertidumbre. Mientras el caso se va liando y la madeja enredándose los secretos que todo pueblo guarda irán aflorando, pero sin llegar en momento alguno a convertirse en el centro del relato. Agradablemente, las vidas privadas de los implicados y los posibles escándalos, teniendo su vital importancia, no son lo que impulsa la trama. Aaronovitch, aún con sus soterradas críticas a cierto tipo de prensa, no se regodea en la angustia de la situación ni juega a lo lacrimógeno ni a lo sensacionalista.
Peter se encuentra solo en el campo, librado a su suerte, sin el cobijo del paraguas que su superior, Nightingale, mantiene sobre él tapando sus posibles, probables, pifias. Fuera de su ámbito, el protagonista deberá apoyarse en la ayuda local, sin olvidar el refuerzo de la personificación de cierto río de Londres llamada Beverly Brook, quien con una agenda propia, tanto sirve de evidente ayuda como de placentera distracción. El agente empieza así a extender sus alas en libertad, y si bien en cuanto a practicante de la magia no tiene grandes progresos en el libro, sí que crece en procedimientos policiales. Enfrentado a un caso tan difícil como todos los que implican la desaparición de menores, deberá acompañar a las familias al tiempo que se dedica a investigar la posible presencia de residuos en los escenarios de la desaparición. Debe tomar la iniciativa y mostrarse imaginativo en los métodos para descubrir si el caso entra o no dentro de la jurisdicción de La Locura. para ello contará con el apoyo del agente de policía local Dominic Croft, quien va a demostrar su utilidad gracias a su conocimiento del terreno y de los parroquianos, sacando a Peter de algún que otro atolladero social en el que se va a ver envuelto por su desconocimiento de las convenciones y costumbres rurales. Simpático, extrovertido y con un novio granjero-acomodado, Dominic se enfrentará por vez primera a una experiencia posiblemente sobrenatural con una mente abierta, aunque sin descartar que sea cosa de los extraterrestres, dando un contrapunto divertido a algunas situaciones realmente peliagudas.
Explorando el medio rural de Herefordshire con la misma intensa disección que la dedicada a los barrios de Londres en anteriores entregas, desde la geografía, el paisaje y el folclore a la política forestal y la historia del lugar —¿quién iba a decir que las antiguas calzadas romanas tuviesen tanta importancia después de tanto tiempo abandonadas?—, Aaronovitch sigue recreando un intrincado mundo mágico hábilmente imbricado en el mundo del común de los mortales, mostrando la existencia de otros tipos de magia, más feérica en esta ocasión, y resolviendo algunos de los misterios que habían acompañado al protagonista hasta el momento —¿alguien ha mencionado a Molly? ¿Ettersberg?—. No obstante algunos de los detalles que se van desvelando al lector pueden entrar en conflicto con lo que se había dado por sentado hasta el momento, como la asumida desaparición de todos los magos de Inglaterra, salvo Nigthingale, que ahora se ve confrontada con la presencia de un red de ex practicantes retirados en el mundo rural. Un mundo rural, por otra parte, que se revela tan interesante y lleno de personajes tan atractivos y misteriosos como el que se puede encontrar dentro de la geografía oculta de Londres.
Verano venenoso, alejado del escenario urbano, supone un giro muy agradable en la serie. Una toma de aire fresco, una suerte de descanso tempestuoso ante los acontecimientos más oscuros que se otean en el horizonte. Aaronovitch aprovecha para profundizar en las habilidades policíacas de Peter y para dotar su vida romántica de ciertos agradables sobresaltos, no exentos de una problemática propia, en los que tiene mucho que ver una caprichosa, y bastante críptica cuando quiere, diosa del río. Llena de giros, con un ritmo más dilatado y menos acelerado, acorde a la vida en la campiña, pero igual de vibrante que el de entregas anteriores, la novela muestra un mundo mágico más amplio y lleno de posibilidades. Aún con muchas resoluciones, el final deja con abundantes preguntas, tanto sobre el caso y sus motivaciones como sobre un futuro inmediato que se presenta tormentoso. El periplo por la campiña de Peter parece un apartado en el camino, una toma de distancia con la línea general, pero seguro que las repercusiones derivadas de lo aquí expuesto están prontas a golpear en las entregas venideras. Las ominosas palabras de Lesley así hacen presagiarlo.
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