Robert J. Sawyer.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova nº 197. Barcelona, 2007. Título original: Mindscan. Traducción: Rafael Marín Trechera. 356 páginas.
Me parece que en los últimos tiempos estoy reñido con los premios o, mejor dicho, con los premiados. Mindscan recibió el John W. Campbell Memorial 2006 y lo cierto es que después de leer el libro yo me he quedado con la enorme duda de qué sería lo que pudo ver en esta novela el jurado que se le otorgó que a mí se me ha pasado totalmente por alto. Lo mejor que puedo decir de ella es que me ha dejado absolutamente indiferente, lo peor es que por ratos se me antojó bastante tediosa, carente de interés, pedante y aburrida. Lo mejor, que la fluida escritura de Sawyer, plagada de diálogos, con un vocabulario sencillo y pocas explicaciones “técnicas” (o la buena traducción de Rafael Marín, que también pudiera ser), hace que pases las hojas casi sin enterarte, en un suspiro y el libro se acaba enseguida; lo que en las estas circunstancias no deja de ser de agradecer.
Y dicho esto debo añadir, como corolario general aplicable también a este caso particular, que estoy un poco hasta las narices de las múltiples aplicaciones de la teoría cuántica en la literatura de ciencia ficción, demasiado extendidas últimamente, ya que parece que la misma se ha convertido en la panacea universal, en el deus ex machina salvador, donde para llevar adelante cualquier trama basta con sacarse de la manga un “algo cuántico” (mundos paralelos, ordenadores, gemelos, teleportación…) que lo justifique todo y a partir de ahí a echar a correr; como en el caso que nos ocupa en el que una “niebla cuántica” (sea eso lo que sea) sirve para copiar las pautas cerebrales del sujeto interesado y transferirlas a un cuerpo robótico de apariencia “casi” humana y copia del individuo transferido en el periodo de vida que más desee. De este modo, por un buen pellizco de dinero, eso sí, los viejecitos ricachones pueden eludir su fallecimiento y seguir disfrutando de sus fortunas.
Así la novela trata sobre un individuo con un defecto genético que hace pender sobre él una amenaza de muerte (o en todo caso de quedar en coma vegetal de por vida, como le sucediera a su padre) y que por ello decide, a pesar de su relativa juventud (está en la cuarentena, cuando los destinatarios de la transferencia suelen ser personas en el final de su vida), pagarse el novedoso tratamiento y poder vivir así de forma casi inmortal, dado que el nuevo cuerpo cibernético es prácticamente indestructible e infinitamente reparable, adaptable y mejorable según avance la propia tecnología.
Y como no podía ser menos en toda aplicación de una técnica novedosa y recién descubierta la misma empieza a generar problemas, en este caso morales y legales, avocando a la narración hacia el terreno del best seller judicial que tan buenos resultados ha dado a algunos autores en otros géneros (¿alguien ha dicho John Grisham?). De esta manera, el libro se separa en dos líneas que se irán entremezclando, más que nada por los personajes comunes, pero en la que se llevará la parte del león el seguimiento del juicio contra uno de los Mindscan en los que las partes irán presentando sus argumentaciones básicamente sobre si los transferidos son la misma persona que el original o no, si siquiera son humanos o dónde se encuentran sus derechos. Se entra así en una discusión moral bajando hasta el terreno de la propia definición de lo que hace humano a un ser humano o a cuándo una persona comienza a ser persona, la existencia (o no) del alma y otros temas más filosóficos y etéreos. Y entre explicación y explicación, algunas interesantes y otras francamente soporíferas, en la otra parte del libro hay un poquito de acción, casi al final, para dar una gota de emoción que no consigue levantar ya a esas alturas el interés, pero que se agradece para pasar el rato.
Es una lástima, estoy convencido de que la novela me ha defraudado más de lo que debía o se merecía por lo que había disfrutado de los libros anteriores de Sawyer. De todas maneras el libro me parece muy flojo, con unas discusiones filosóficas, morales y éticas bastante superadas, que no aportan nada nuevo, salvo, quizá, ratificar las propias ideas del autor, quien parece volcar y defender aquí una buena parte de sus gustos, pensamientos y concepciones morales (y vitales), rozando en algún momento lo dogmático y demagógico.
Una lástima, insisto, pues sin duda el tema era interesante y creo que daba para más, mucho más que en lo que al final se queda. Otra vez será.
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