El Ciclo de Drímar.
Rodolfo Martínez.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Sportula. Gijón, 2012. Edición digital (epub). 328 páginas.
En la tarea, emprendida desde los mismos orígenes de Sportula, de recuperar la bibliografía al completo del autor, le toca el turno a Jormungand, una narración que se encuentra englobada dentro del denominado Ciclo de Drímar, y que fuera publicada en 1996 por Ediciones B en su colección Nova, con el antetítulo de Tierra de Nadie. Siendo la tercera de sus obras largas publicada, el libro fue ya entonces merecedor de recibir el premio Ignotus 1997 a la Mejor Novela.
Dentro del ciclo, la acción se desarrolla en la llamada Era del Aislamiento, en el planeta conocido como Tierra de nadie. Descubierto en el año 1524 E.S., las observaciones pronto descubrirán un extraño fenómeno: el paso periódico de su excéntrica luna Desastre ha generado un cañón natural, el Río de Viento,
que recorre todo el ecuador del planeta; un cañón surcado y modelado
por poderosos vientos causados por la fuerza de las mareas del paso del
satélite debido a su comportamiento casi cometario, como consecuencia de
la existencia en su órbita de un mini agujero negro apenas perceptible
que fuerza en la luna un apogeo muy lejano y un perigeo que casi roza
las partes superiores de la atmósfera planetaria.
Declarado
de Interés Público, y cerrado por tanto a la colonización o explotación
comercial, el planeta es posteriormente convertido en Planeta Prisión.
Inhóspito y desértico, se construye un enorme edificio penitenciario en
una gran isla del hemisferio norte, dejando abandonado a su suerte el
resto del globo. Pero la vida, sobre todo la humana, tiene una
irrefrenable tendencia a extenderse, y algunos de los presos expulsados
al exterior de la prisión han medrado, cruzado el peligroso mar hasta
llegar al continente principal y establecido las bases para una nueva
civilización, un tanto precaria, pero que poco a poco va arraigando.
Entonces, por causas desconocidas, Tierra de Nadie
queda aislado del resto de la galaxia, una situación que durará
centenares de años, y tras la cual sus habitantes deberán enfrentar la
cuestión de si unirse o no a la Confederación de Drímar.
Una heterogénea misión de enviados —humanos, multis e, incluso, un
delfín— deberán valorar la posibilidad de integración en la sociedad
galáctica o la erradicación de su existencia. Muchos son los factores
que podrían decantar la balanza hacia uno u otro lado, pero al final la
decisión muy bien podría estar en manos de algo que nadie esperaba.
Tierra de nadie: Jormungand fue una de las primeras novelas publicadas de Martínez, y llega ahora de nuevo a los lectores con alguna corrección que no
modifica significativamente la original. Ya entonces el autor hacía gala del
gusto por el riesgo estilístico, comenzando la historia dándole la
palabra a Iskenderum,
o a la presencia que lo alberga más bien, en un brillante ejercicio
narrativo que mezcla hábilmente la primera y la tercera personas del
singular. Dividida en seis diferentes partes, con diferentes
protagonistas y puntos de vista en cada una, subyace en el fondo un
narrador casi omnisciente, que conoce toda la historia, aunque no toda
de primera mano, por lo que tiene que echar mano de diferentes fuentes.
Varía así el tono desde una primera persona a un narrador universal que
permite una buena variedad de enfoques, y estilos, mientras se va
desgranando la historia.
El
autor hace un monumental trabajo en la construcción de su mundo,
presentando una sociedad que ha crecido al margen del contacto con el
resto de la galaxia humana y ha evolucionado en una civilización propia,
con poco contenido tecnológico, pero con interesantes avances en otros
campos, dividida en heterogéneas tribus, cada una con sus propias leyes,
y de individuos solitarios que han emigrado hacia el Sur. A lo largo de
los muchos años transcurridos desde el inicial desembarco humano y la
introducción de especies vegetales y animales de procedencia terrestre,
el planeta ha evolucionado hacia una serie de ecosistemas sostenibles y
muy bien explicados.
Así
se podría considerar como gran protagonista del relato al propio
planeta —o una parte del mismo— y a la ambientación en que se desarrolla
la aventura; ese Tierra de Nadie
afectado por el paso de la órbita extremadamente elíptica de su luna
que influye de manera determinante en el desarrollo de cualquier
sociedad que quiera sobrevivir sobre su superficie. Junto a las fuerzas
de la marea, el alto grado de radioactividad, tema muy importante para
el satisfactorio discurrir del relato, produce un alto número de
mutaciones genéticas entre sus pobladores, tanto animales —incluidos por
supuesto los humanos— como vegetales, llegando incluso a poder generar
nuevas especies inteligentes.
En el transcurso de la narración, con la delegación de Drímar cambiando de alguna forma el aceptado status quo,
hay algunos personajes sin embargo que se «sienten» un tanto
desaprovechados, puestos ahí para poner en marcha ciertos
acontecimientos y abandonados luego a su suerte. No obstante, y a pesar
de que la eliminación —o refundición— de alguno de ellos tampoco hubiera
supuesto cambios significativos, hay que reconocer que el trabajo del autor
para caracterizarlos, individualizándolos con sus «neuras» y gustos,
filias y fobias, es realmente encomiable. Cierto es que de la comitiva
de Katia, la dirigente de la misión, hay algunos que parecen inicialmente destinados a dar mucho más juego —como Cástor o Pfernan—
del de su aportación posterior a la acción, más allá de servir para
plantear ciertas cuestiones filosóficas en las que el autor parece
desear hacer hincapié. Otros, sin embargo, como Ayuda Primero y Ayuda segundo
desarrollan un papel vital y dramático lleno de interés y emoción, al
que quizá hubiera sido interesante poder seguir más de cerca —y es que
alguna de sus «actuaciones» más importantes tienen lugar «fuera de
cámara»—. Genial, por otra parte, la aportación de Bailarín Lujurioso, un inteligente delfín telépata, a través de cuyos ojos la historia adquiere un relieve diferente.
Es
una pena que el tono narrativo se muestre, en general, un tanto
desapasionado, distante, con poca implicación emocional con lo narrado.
El narrador casi
omnisciente le juega una mala pasada a Martínez al distanciar al lector
de la acción que está narrando. A su vez, es un tanto cansino el empeño
repetitivo y machacante en dejar claro que los personajes son ateos y
que, incluso, hay una especie biológica y evolutivamente incapacitada
para creer en cualquier tipo de presencia divina o sobrenatural. Bien
está la primera vez, pero es que cada vez que aparece nombrada la
especie o alguno de sus individuos se remarca ese mismo tema, siendo
realmente innecesario. También, dejándose llevar, como se ha convertido
en marca de la casa, por sus filias, choca un tanto tal vez esa
referencia final a cierto comic-book clásico que poco aporta y que produce más extrañeza que empatía. Da la sensación de que Martínez haya querido dar cabida a gran cantidad de temas afines a sus gustos, siendo alguno de ellos de dudosa justificación dentro de la trama.
El final, la revelación de lo que es Jormungand,
podría considerarse un tanto inverosímil, pero sin duda es la
consecuencia lógica de todo lo que se ha ido narrando con anterioridad
en la novela. Una idea, y una obra, enormemente ambiciosa, que igual
peca de querer abarcar demasiado. Llena de evidente sentido de la maravilla,
con poderosas imágenes, sobre todo en las escenas que más relación
tienen con todo lo implicado con las mareas de Desastre, tanto en el
cruce del mar como en ese Río de Viento con su particular ecosistema y la compleja civilización que se ha creado a sus orillas.
Echando la vista atrás, y viéndola con la perspectiva histórica de la evolución posterior de Martínez, Jormungand
es una más que digna novela, interesante, entretenida y llena de
matices, que ya apuntaba los caminos que iba a transitar el autor —el
riesgo estilístico, los personajes trabajados, el sentido de la
maravilla— en obras posteriores.
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Reseña de otras obras del autor:
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