Alex Benedict 3.
Jack McDevitt.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
La Factoría de Ideas. Col. Solaris ficción # 171. Madrid, 2012. Título original: Seeker. Traducción: Beatriz Ruiz Jara. 319 páginas.
En la nueva entrega de la serie dedicada a glosar las aventuras del «anticuario» Alex Benedict y su «socia-ayudante» Chase Kolpath, tras Un talento para la guerra y Polaris,
una pequeña taza de plástico con el dibujo de un águila y una
inscripción en un idioma desconocido va a ponerles sobre la pista de un
descubrimiento de proporciones inimaginables. Como es habitual en las
obras de McDevitt se inicia así un periplo que llevará a la pareja protagonista, sobre todo a Chase, a recorrer diferentes enclaves de diversos planetas y a viajar al espacio profundo en busca de respuestas. Un space opera con un atractivo misterio por resolver y invalorables tesoros por encontrar, un thriller de intriga y aventura
lleno de sentido de la maravilla, que para seguir ofreciendo ese sabor a
ciencia ficción clásica típica del autor evita ciertos escollos de la
realidad, mientras por otra parte incluye detalles de física espacial
que, sin llegar a sumergir la novela en el hard, ayudan a consolidar el misterio, dotando de verismo a la trama.
El
ofrecimiento para que compren la citada taza, de procedencia un tanto
dudosa y aparentemente sin valor, va a propiciar una inicial
investigación que descubrirá que el idioma que aparece en la frase
impresa en la misma está escrita en una lengua largo tiempo muerta: el
inglés. Esa frase y la imagen del águila podría encerrar la respuesta a
un misterio que tuvo lugar 9000 años
en el pasado de los protagonistas y que desde entonces permanece sin
respuesta, el destino de un grupo de colonos de la vieja Tierra que,
huyendo de la tiranía teocrática que imperaba entonces en los
antiguamente llamados Estados Unidos de américa, quisieron dejar todo
atrás y fundar una colonia, remota y aislada del resto del espacio
humano, que se llamaría Margolia.
McDevitt
factura, como es habitual en él, una intriga llena de misterio, acción,
y grandes escenarios galácticos. Con un tesoro de incalculable valor en
juego, es de suponer que sus rivales no se van a quedar quietos, sobre
todo cuando parece que alguien les está espiando y anticipándose a
expoliar los «yacimientos» que esperaban descubrir gracias a arduas
investigaciones. Además, parece que en las sombras alguien está decidido
a que las intenciones de Alex y Chase no lleguen a buen puerto, cueste
lo que cueste y caiga quien caiga, estando dispuesto a matar para que el
misterio no sea resuelto.
El autor ha imaginado para la ocasión una historia mucho mayor que la de su antecesora Polaris,
tanto en lo temporal como en su implicación social, ofreciendo un
misterio más grande, e interesante. La colonia de Margolia se ha
convertido con el tiempo, 9000 años desde que partiera la expedición
colonizadora, en una Atlantis mítica, en una quimera que muchos expertos
dudan siquiera que fuera real; algo que hermana la búsqueda con la de Heinrich Schliemann en pos de encontrar las ruinas de Troya.
Una
investigación «arqueológica» en busca de desenterrar cualquier dato que
pueda proyectar algo de luz sobre el misterio de los margolianos,
presentada de forma casi detectivesca
con una factura clásica, de ir uniendo los puntos de forma lógica, más
intelectual que de acción, yendo de A a B donde se consiguen los datos
para poder llegar a C y sucesivas etapas, recopilando cualquier brizna
de información, rastreando en viejos archivos, en museos remotos, en
ignotas fuentes, en recuerdos familiares, luchando contra la burocracia y
el inmovilismo...; sin evitar eso sí ciertos callejones sin salida,
retrocesos y pasos atrás, aunque incluso cuando una pista se revela
falsa o improductiva hay justificación para algunos saltos intuitivos
que permiten que el tema no se atasque. De hecho, aparece en
determinado momento un evidente deus ex machina
que hace avanzar de nuevo la investigación —aunque, no obstante, quizá
no debiera recibir ese nombre, pues está anticipado casi desde el
principio— cuando parecía abocada al fracaso. La trama está salpicada de
ciertas revelaciones sorprendentes, de viajes fascinantes —incluso a
una sociedad alienígena conocida como la de los mudos en el espacio
Assiyyur— y unas buenas dosis de acción y peligro, que la dotan de
emoción e impiden el riesgo de que el relato pueda caer en la monotonía.
Como
en las anteriores obras, Alex Benedict es el cerebro y Chase la acción,
moviéndose de un lado a otro, cambiando de planeta incluso, en pos de
seguir la más mínima pista que puedan encontrar. En demasiadas ocasiones
Alex queda en las sombras y la auténtica protagonista —como quizá no
podría ser de otra manera al estar el libro narrado en primera persona
desde su óptica— es su «ayudante», quien hace todo el trabajo duro, le
saca en muchas ocasiones las castañas del fuego y realiza tareas mucho
más allá de sus obligaciones.
A
través de una extrapolación un tanto irónica de nuestro presente
McDevitt introduce una velada crítica a la situación «histórica» de la
Tierra y de la Humanidad en general, de los totalitarismos, las guerras,
las desigualdades, la superpoblación y la pobreza. Aparecen a lo largo
del relato ciertas situaciones que muestran aparentes incongruencias
que, sin embargo, terminan justificadas a la vista de los sucesos y
explicaciones finales. Lo más llamativo, quizá, sea que la Humanidad de
ese muy lejano futuro en realidad es básicamente como la actual pero con
mejor tecnología y naves espaciales, algo que McDevitt parece
justificar mediante la existencia de ciertas edades oscuras, de
estancamiento e, incluso, involución social que han impedido un mayor
desarrollo o saltos como la tan pronosticada singularidad. Así, la IAs
no dejan de ser meras herramientas muy útiles para el pilotaje de las
grandes naves espaciales, pero desde luego no participan de ese futuro
salto evolutivo que las aparte de la Humanidad. O los «avatares» de
personalidades futuras, tan útiles para conocer su experiencia vital en
ocasiones, no comportan ningún tipo de inmortalidad.
McDevitt
ofrece, una vez más, una aventura galáctica muy de la «vieja escuela».
Algo bueno si se disfruta de este tipo de ciencia ficción, con el sabor
de los clásicos, pero que puede tirar para atrás o llegar a saturar a
ciertos lectores que busquen otro tipo de especulación. Combina una space opera
muy actual, pero que sin embargo bebe de las fuentes del género del
siglo pasado, y donde el autor demuestra una vez más que flojea en la
construcción de sus personajes, pero que domina a la perfección el
misterio galáctico, la fascinación por lo desconocido y la investigación
«arqueológica», aportando datos astrofísicos sobre las enanas marrones,
los planetas errantes, los agujeros negros... que de alguna manera
aportan mucho verismo a la narración.
Como las precedentes entregas, Última misión: Margolia
ofrece una historia completa e «independiente», aunque sea muy
recomendable haber leído los antecedentes antes de leerse ésta. Con una
prosa sencilla, muy fácil de seguir, el lector va a encontrar una obra
típica de este autor —que eleva, no obstante, algo el listón respecto a
alguna de sus anteriores novelas—: misterios por desvelar, ideas
fascinantes, escenarios galácticos, aventura y riesgo, amor por el
pasado, tesoros por descubrir, peligrosas intrigas, secretos que sacar a
la luz...
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Reseña de otras obras del autor:
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