Disforia.
David Jasso.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Valdemar. Col. Insomnia. Madrid, 2015. 401 páginas.
Disforia: emoción desagradable o molesta. Ansiedad,
irritabilidad. Angustia difícil de soportar, malestar psíquico. A menudo
conlleva reacciones coléricas. Es el opuesto etimológico de la euforia.
Jasso escribe para hacer sufrir a sus personajes y, con ellos, a
sus lectores. Pero, a pesar de lo que quizá pudiera suponerse, no se trata tan
solo del mero sufrimiento físico, de la tortura de un psicópata y de las
heridas sangrientas que un cuchillo puede causar sobre un cuerpo indefenso… No.
Jasso es un maestro en jugar con la mente del lector y crear sensaciones escalofriantes, en presentar
situaciones angustiosas y aumentar lenta pero de forma imparable el agobio y la
tensión. Su acierto —uno de ellos— es que la obra no impacta tanto por aquello
que se muestra, sino por todo lo que se desconoce, lo que se oculta. El autor
juega con la impotencia de no saber qué se esconde tras una puerta cerrada o tras el
giro de una esquina y de no atreverse a comprobarlo, con la duda de lo que le está
sucediendo a algún personaje fuera de escena, entre bambalinas, o con el sobresalto
ante un ruido inesperado o un objeto fuera de lugar de forma inexplicable. Y,
entonces, deja entrar todo el horror de golpe, desasosegante y estremecedor.
Además, por si fuera poco, se permite introducir todo un combativo trasfondo de
denuncia social, de crítica política y económica sobre la situación de nuestro
país extrapolando la realidad actual hasta sus peores consecuencias con una especulación demoledora.
Tomás y Esther están
realizando una escapada con su hija de dos años Sara, a la que llaman Say,
para pasar unos días de descanso en la casa de montaña que poseen. El matrimonio,
como todo el país, está pasando una mala situación laboral y, además, ella
parece estar sufriendo los efectos de no poder mantener el tratamiento
prescrito por una enfermedad previa. Pero, aún así, todo parece ir bien hasta el
momento en que suena el timbre pero nadie se identifica al otro lado de la
puerta. Los nervios se presentan, la tensión aumenta, y algo habrá que hacer
para ver quién se encuentra allá afuera. El desconocimiento de lo que está
sucediendo allí donde la vista no llega crea una angustia creciente, un agobio
paralizante. A partir de entonces discurren unas 24 horas interminables
Nolasco y Zoel son otros
dos de los protagonistas que de forma paralela irán desvelando su participación
en este drama y sus propias miserias. Padre e hijo, atormentados cada cual a su
manera por la trágica muerte de la esposa y madre. Un hombre obsesionado por
una labor inexcusable, y un adolescente atormentado y asqueado por su vida, con
tendencia a autolesionarse y totalmente dominado por la figura paterna.
La novela presenta dos escenarios
bien diferenciados que definen las dos partes en que se divide la trama: La
casa y El coche. Dos localizaciones que se podrían considerar casi
minimalistas, despojando la acción de distracciones innecesarias. E, intercalados
entre sus capítulos, se suceden una serie de Intermedios, con
protagonistas y localización —espacial y temporal— variable, que dan cuenta de
otros detalles y hechos, tanto presentes como pasados, necesarios para la
historia. En esta particular obra de teatro, con tan pocos actores principales,
el trasfondo se revela vital para entender el drama.
Así, existen dos lecturas en la novela. La primaria es la del horror que un ser humano puede causar a otro, del «psicópata» con una misión a la que no puede renunciar; y la secundaria, soterrada pero evidente, la de la situación en que se encuentra el país a través de un ejercicio de proyección hacia una realidad paralela tan aterradora a la postre como la violencia física y psicológica ejercida por alguno de los protagonistas. La crisis, tanto económica, social y política como de valores éticos, ha golpeado muy duramente, forzando la constitución de un Gobierno de Consolidación que legisla con mano dura sobre la miseria de sus ciudadanos. La desesperación, la pobreza y la falta de esperanza han dado lugar a un estremecedor fenómeno llamado las Plazas de la Ida, una última salida crítica para aquellos que lo han perdido todo y no ven manera de levantar cabeza. El paralelismo extremo de un mundo que se encamina hacia el abismo con ciertas situaciones actuales es más que evidente.
Así, existen dos lecturas en la novela. La primaria es la del horror que un ser humano puede causar a otro, del «psicópata» con una misión a la que no puede renunciar; y la secundaria, soterrada pero evidente, la de la situación en que se encuentra el país a través de un ejercicio de proyección hacia una realidad paralela tan aterradora a la postre como la violencia física y psicológica ejercida por alguno de los protagonistas. La crisis, tanto económica, social y política como de valores éticos, ha golpeado muy duramente, forzando la constitución de un Gobierno de Consolidación que legisla con mano dura sobre la miseria de sus ciudadanos. La desesperación, la pobreza y la falta de esperanza han dado lugar a un estremecedor fenómeno llamado las Plazas de la Ida, una última salida crítica para aquellos que lo han perdido todo y no ven manera de levantar cabeza. El paralelismo extremo de un mundo que se encamina hacia el abismo con ciertas situaciones actuales es más que evidente.
El autor dosifica la información
con el ritmo justo, ofreciendo retazos que no siempre son lo que parecen o que
llevan en direcciones muy diferentes de a dónde parecían apuntar, creando
hipótesis y expectativas en el lector que van a ser cruelmente refutadas. Los
protagonistas, como cualquier persona, guardan secretos por los que se
mortifican y que muy bien podrían causarles la muerte aunque sea de una
retorcida manera indirecta. Hay en ellos muchos remordimientos, mucha culpa mal
asumida, muchos defectos como los de cualquier otro hijo de vecino, mucha
humanidad en unos personajes que llevan consigo su propio tormento. El acierto
del autor en mostrarles tal cual son, ninguno «inocente» —salvo la pequeña Say, que se muestra como principal
objeto de desvelo—, algo que consigue que la empatía, la implicación, y la
angustia del lector sea mucho mayor. No hay «buenos» en esta historia y la
narración va desvelando poco a poco todo el bagaje que cada uno arrastra; un
bagaje que de alguna manera les ha llevado hasta allí de manera inevitable.
Los caminos de la inspiración son inescrutables |
Disforia es una novela de sentimientos y emociones al límite, de
juegos mentales, de instintos a flor de piel, de rabia y denuncia del
«sistema», de amor y miedo irrefrenables, de conflictos y contradicciones muy
humanas. Y también lo es de atmósferas, algo en cuya creación es experto Jasso.
Cerrada sobre sí misma, claustrofóbica en su escueta ubicación, casi
minimalista, juega hábilmente con la percepción del lector sobre lo que cree
que está pasando y lo que realmente sucede. Hace gala de un estilo directo,
muchas veces coloquial, acerado y descriptivo, muy acertado para la historia
que se trae entre manos, siguiendo diversas voces, cada cual con su tono y
enfoque particulares, y con una complicidad cercana con el lector a quien hace
partícipe de la historia. Una historia que mantiene al lector atrapado en su
angustia y tensión de principio a fin. Particularmente, hay una pequeña
irrupción manifiestamente sobrenatural que se podría considerar algo
innecesaria dado el duro cariz realista del resto de la narración, pero que
tampoco molesta demasiado y aporta una visión diferente —y matizadora— de los
hechos, creando dudas y potenciando el misterio en torno a lo sucedido. Si se
desea pasar un estupendo mal rato, Disforia
es la sensación que se está buscando.
==
Reseña de otras obras del autor:
Abismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario