Victoria Álvarez.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Nocturna ediciones. Col. Literatura mágica # 74. Madrid, 2019. páginas.
Victoria Álvarez hace que parezca muy sencillo algo tan absolutamente complejo y difícil como es facturar la excelente muestra de despliegue imaginativo, admirable prosa y alarde de planificación que es esta novela. La autora consigue un perfecto equilibrio dentro de cada capítulo, y de cada uno de ellos con el resto, dosificando las revelaciones, la acción y la emoción, manteniendo el misterio y la intriga, potenciando el interés y las dudas, y jugando con las expectativas y deseos de los lectores. Sólo hay dos fuerzas que sobrevivan al paso de los milenios, y son las dos caras de una misma moneda: el amor y el odio. La narración va a llevar la acción a dos épocas tan fascinantes como el Antiguo Egipto del faraón Amenofis Neferkheperura, autollamado Akhenatón, y su esposa Nefertiti, y el país del Nilo y la Francia revolucionaria de 1799, presentando una historia con cuatro personajes principales que van a ofrecer cuatro visiones de un mismo drama dilatado en el tiempo. Una historia que, contra el habitual juego de la autora, que gusta mantener las sospechas sobre el carácter fantástico o no de algunos de los elementos presentes en sus obras, se sumerge esta vez de lleno en lo sobrenatural, entrelazando componentes ficticios e históricos con singular habilidad, sin fisuras. La autora, demostrando un profundo trabajo de documentación que dosifica con maestría para no apabullar al lector ni demorar su lectura, se toma las necesarias libertades creativas tanto en algunos de los personajes como en la datación de algunos sucesos para plasmar satisfactoriamente su historia, incluida la presencia de cierta princesa, enlace con alguna de sus obras anteriores, que va a darle mucho juego para desgracia de la protagonista principal.
Amunet |
Shaheen |
Gabriel |
La novela se estructura en torno a capítulos alternos no demasiado largos que van saltando alternativamente entre las dos épocas y dividiéndose de forma secuencial entre los cuatro puntos de vista narrativos, Amunet y Khay en el Antiguo Egipcio, y Shaheen y Gabriel Roux en el Egipto y la Francia de finales del siglo XVIII, aunque resulta evidente la presencia de algunos de ellos en los capítulos de los demás, sobre todo la de Amunet, cuya figura, ya sea en forma corpórea o incorpórea, presente a lo largo de todo el relato dando cuenta de sus especiales habilidades en un momento y otro se revela como el fulcro sobre el que se sustenta todo el entramado literario y narrativo de la obra. Existe un agradable, sugerente e intencionado paralelismo entre las acciones de las dos épocas, muy interesante de rastrear, con el añadido de que la resolución de los dilemas planteados sean tan diferentes en una y otro que mantiene en todo momento la atención y la intriga del lector.
Khay |
Por encima de todos descolla Amunet, desdoblada en una suerte de doble personalidad en la vida y en la muerte se adueña de todo el relato de forma arrolladora. La muchacha que va creciendo y adquiriendo experiencia hasta convertirse en una decidida mujer en el Antiguo Egipto se muestra muy diferente del espíritu que Shaheen liberará siglos después, pero a lo largo de la narración se van haciendo más y más evidentes los motivos para semejante cambio. La pérdida de la inocencia, los golpes de la vida, las traiciones de aquellos en los que confiaba, el odio de quienes la envidian o el desprecio de quienes tan sólo quieren utilizarla como herramienta de sus anhelos… Todo confabula contra la heka y el bienintencionado pero equivocado Khay, y cualquiera de los planes que con tanta ilusión pudieran trazar. Y si la Amunet de la Francia revolucionaria se muestra un tanto desabrida, insensible e innesariamente cruel, lo cierto es que motivos no le faltan en absoluto. Lo raro sería que todo lo vivido no hubiera hecho mella en su espíritu.
Resulta patente que La voz de amunet es una obra de personajes magníficamente caracterizados, pero también que estos cobran vida en un escenario perfectamente construido. Si en algo destaca Álvarez en todas sus novelas, y esta no iba a ser una excepción, es en la magnífica ambientación desplegada como trasfondo y escenario de la acción, geográfica e históricamente hablando. La autora consigue transmitir el poderoso contraste del polvoriento y caluroso Egipto con el lluvioso, frío y bastante inhóspito París. una contraposición en la que el drama —los dramas, porque sí, desde el mismo principio se anticipa la tragedia en uno y otro tiempo— se va a desarrollar a un ritmo constante y firme. Cada capítulo de cada protagonista muestra un trabajado equilibrio, cada cual tiene su momento de exposición y de reflexión, su parte de acción, su dosis de intriga y su punto álgido en el que, normalmente, da paso al siguiente dejando al lector con la avidez de seguir leyendo cuanto antes lo que viene a continuación. Todo suma: los personajes, la trama, los escenarios, los edificios —desde los templos y palacios egipcios a los salones o catacumbas parisinas—, los monumentos, las gentes —los poderosos y el pueblo llano—, los ropajes y vestimentas, las costumbres, los ritos, el colorido…
Con La voz de Amunet Álvarez ha escrito uno de sus mejores libros —y eso que ya llevaba nueve remarcables obras en su haber—, trascendiendo una vez más clasificaciones y géneros, ofreciendo una historia para cualquier público que desee una aventura apasionante, inteligente, estupendamente planificada, con trabajados escenarios y tramas, una magnífica atmósfera, y unos personajes que roban el corazón por mucho que el lector se sepa llamado a sufrir con ellos. Un nuevo despliegue de imaginación y virtuosismo de quien sigue revelándose como una de las grandes orfebres de las letras españolas. Y no se puede cerrar esta reseña sin destacar la belleza del libro en sí. Nocturna, con su mimo al detalle, sus cenefas y las ilustraciones como las que acompañan esta reseña, obra de Cecilia G.F., consigue una vez más que el soporte se convierta en parte integrante del goce estético de la obra.
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