jueves, 5 de noviembre de 2020

Reseña: El cielo de medianoche

El cielo de medianoche.

Lily Brooks-Dalton.


Reseña de: Santiago Gª Soláns.


Blackie Books. Barcelona, 2020. Título original: Good Morning, Midnight. Traducción: Carles Andreu.  Ilustración de portada: Ignasi Font. 259 páginas.


Una novela sobre la soledad, y sobre las rutinas y los mecanismos mentales que permiten sobrevivir en circunstancias de lo más adversas. Brooks-Dalton, con profunda sensibilidad, habla del corazón humano, de lo que impulsa a seguir adelante, de amor familiar, compañerismo, ausencia, arrepentimiento y perseverancia, de esperanza y desesperanza, de tristeza y de resiliencia, mediante una historia hermosa de superación y pervivencia, de conexión humana. Una historia melancólica e introspectiva imposible de encajar en las estanterías de los géneros, imbuida de un palpable realismo al tiempo que se sumerge en una atmósfera de terrible fin del mundo. La autora utiliza algunos de los elementos y recursos de la ciencia ficción de futuro cercano para ofrecer un relato casi poético sobre personas y sentimientos: La pérdida, la soledad, el auto examen, el arrepentimiento, la resistencia. Intimista sin perder un ápice de emoción por ello. Las adversas condiciones que los protagonistas enfrentan no lo permitiría.

Tras una dilatada carrera científica dedicada a la observación del cosmos que le ha llevado por medio planeta, desde Atacama en Chile hasta Suráfrica, pasando por Puerto Rico, Hawái y otros muchos lugares, Augustine se encuentra a sus setenta y ocho años en un aislado Observatorio Barbeau, en la región más elevada del archipiélago Ártico. Todos sus colegas astrónomos, los técnicos y el resto de personal del lugar se han ido. Al producirse la precipitada evacuación de las instalaciones, sin más explicaciones que difusos rumores de guerra y emergencia global, él se niega a marcharse, aunque le dejen bien claro que no habrá otra oportunidad de rescate. A él ya le va bien así. Sin embargo, al poco de que todos se hayan ido, apenas un par de días después, encuentra a una niña de unos nueve años, Iris, escondida en un dormitorio vacío; y su decisión de terminar sus días allí en soledad empiezan a entrar en conflicto con la idea de dejarla sola cuando él ya no esté. Pero ¿cómo va a poder sacarla de aquella región helada? ¿Quedan siquiera sitios habitados a los que ir? ¿Hay más seres humanos vivos ahí fuera? El silencio de la radio con la que intenta ponerse en contacto con cualquiera que pudiera estar escuchando parece indicar que no.


A millones de kilómetros de allí, a bordo del Aether Sullivan, astronauta encargada de las comunicaciones, y el resto de sus compañeros Harper, comandante de la misión; Tal, piloto y experto en física; la joven Devi y el experimentado Thebes a cargo del mantenimiento; e Ivanov en el análisis científico acaban de terminar una misión topográfica de Júpiter y sus lunas. Pero a la hora de emprender el viaje de vuelta hacia la Tierra el abrupto silencio del centro de control de la misión que tiene lugar justo antes de las tareas de reconocimiento joviano, llena a toda la tripulación de una ominosa sensación de abandono. Decididos a mantener las rutinas, Sully y sus compañeros enfrentan una larga travesía sin saber qué les espera a su regreso. Sus vidas, en medio de la rutina, estarán marcadas desde ese momento por una terrible incertidumbre.

Brooks-Dalton, con los mecanismos de supervivencia que cada uno de los protagonistas deciden seguir, estructura la novela en capítulos alternos de cada una de las dos tramas. Ambos viven, de un modo casi contrapuesto, en aislamiento. Uno en la inmensidad de los parajes árticos. La otra en el limitado y claustrofóbico espacio de la nave espacial. Ambos deben enfrentar un futuro sin esperanzas y encontrar motivos para seguir adelante. Sus respectivos compañeros, la callada Iris por un lado, y los otros cinco tripulantes del Aether por otro, van a ser un vital apoyo, una válvula de escape para sus peores momentos. Con esa mirada hacia atrás de cada uno, de a quienes y a aquello a lo que han renunciado, se va a ir construyendo un relato introspectivo cuya fuerza reside en la resistencia del espíritu humano frente a las adversidades. La vida contemplativa, casi asceta, en el Observatorio Barbeau, se superpone a la estresante rutina a bordo del Aether. Pensamientos, recuerdos, miradas al pasado, ambiciones, triunfos académicos y derrotas familiares van conformando la personalidad de cada protagonista ante los ojos del lector.


Augustine e Iris enfrentan juntos el duro proceso de adaptación al medio, mientras el científico intenta asimilar la idea de que ellos dos sean, muy posiblemente, los dos últimos seres humanos sobre la Tierra. Disponen de abundantes alimentos enlatados y combustible para calentar el lugar, pero sus condiciones de habitabilidad son un tanto precarias y no es sitio para que crezca en soledad una niña pequeña. Así que cuando la dilatada noche del Ártico da paso a unos días cada vez más largos, Augie empieza a hacer planes para encontrar algo mejor. La soledad no conseguirá adueñarse de sus corazones mientras se apoyen la una al otro.


Augie es un personaje conflictivo, con el que se hace difícil empatizar. Dedicado en cuerpo y alma a la búsqueda del conocimiento científico, ha dejado de lado a toda persona que hubiera podido acompañarle en el camino. Con escasa empatía emocional, su trato con las mujeres no es precisamente edificante, y el resto del mundo tan solo parece estar ahí para él mientras le sirva para seguir avanzando en su carrera e investigaciones. Su nueva situación le obligará a realizar un autoexamen, forzándolo a descubrir qué tipo de persona ha sido o si mereció la pena todo lo que dejó a un lado para conseguir su objetivo de formular una teoría astronómica que pusiera su nombre en los libros académicos para siempre. Ahora, mientras los achaques de la edad resquebrajan su salud, ve que todo lo que ha conseguido fue fútil, que no le ha servido de nada salvo para tener remordimientos. Tal vez Iris sea su tabla de salvación, y ayudarla su última oportunidad de redención.


En la línea más activa de la novela, muy posiblemente porque hay más personajes y se producen más interacciones, a bordo del Aether Sully se concentra en el análisis y clasificación de la telemetría de las sondas que han dejado en el sistema joviano, mientras cuestiona su decisión de dejar atrás a su hija en pos de conseguir sus sueños personales. Escanea una y otra vez las frecuencias de radio, esperando escuchar un contacto, una voz al otro lado. Pero salvo el susurro de la telemetría de viejas misiones espaciales como la Voyager 3, no encontrará más voces en el espectro. Sullivan tampoco es un personaje sencillo de asimilar, anteponiendo las ambiciones de su carrera espacial a la vida familiar, a su pequeña hija a quien deja atrás para emprender una misión que durará años. Para ella la frustración añadida de que su misión, sin gente que pueda valorar las maravillas que han visto, no ha servido de nada, es una carga muy dura de sobrellevar. Están emparentados así en su aparente fracaso.


El retrato de un tiempo dilatado, difícil de rellenar con tareas que aparten los pensamientos del momento concreto, de la situación en que se encuentran, permea cada página y conecta ambas tramas. Tiempo que se alarga, como las noches árticas, como el falso día de la nave. Tiempo de sobra para liberar sus mentes y volver una y otra vez al pasado, a darle inútiles vueltas a lo que fue, lo que pudo ser y lo que ya nunca será, invitándoles a hacerse responsables de sus actos pasados por mucho que duela. El relato se ve salpicado así de continuas analepsis que permiten conocer las circunstancias que han llevado tanto a Augie como a Sully al momento en el que están inmersos. Sus carreras, la influencia de sus respectivas madres, las decisiones vitales, la búsqueda de respuestas científicas, la fascinación por el cosmos...


La autora se sirve de impresionantes descripciones del mundo helado, de su escasa fauna, de la inhóspita y fría tundra, para cargar de simbolismo el oso polar, el lobo, las auroras, el deshielo… el proceso de crecimiento y cambio de mentalidad de Augie. En la segunda línea la inmensidad y belleza del espacio sirven a un propósito similar. Las dinámicas que Sully establece con sus compañeros, las tensiones, las dudas, el refugio en un trabajo que empieza a carecer de sentido... El espacio en su inabarcabilidad, donde la nave es menos que una mota de polvo, ejemplifica a la perfección la soledad a la que se enfrentan los que bien pudieran ser los últimos humanos. Y, cubriéndolo todo, los distintos silencios que dominan ambos escenarios, la épica que se necesita para sobrevivir en ellos, se convierte en metáfora de la soledad interior a la que se ven condenados. Y sí, es una novela de corte intimista, tranquila, lo que no impide a la autora incluir algunas escenas cargadas de emoción y peligro, caminatas en el hielo y misiones extravehiculares en el espacio incluidas.


Conforme avanzan las dos tramas el lector sospecha que debe haber una conexión entre ambas, que finalmente deben confluir de alguna manera que se antoja cada vez más difícil. Brook-Dalton juega con las expectativas del lector más experimentado, y al final sí que ofrece un punto común, unas frases de cierre sobre las que pivota todo el significado de la novela. una conexión que resulta sencillo anticipar, pero que no es sino casi en el último momento cuando se confirma. El cielo de medianoche no es una obra para aquellos lectores que quieren encontrarse todo bien atado y explicado al cerrar el libro, sobre todo porque el apocalipsis que ha motivado el fin de la humanidad queda siempre en sombras, olvidado mientras la autora, menos preocupada de las causas que de los efectos, desarrolla la historia que realmente quiere contar. Un retrato psicológico del espíritu humano ante las adversidades. Una mirada al interior de las personas mientras su futuro se apaga. ¿Qué supone aceptar la idea de que muy posiblemente sean los últimos humanos en el universo? ¿Merece la pena perseverar en un mundo sin mañana? ¿Qué puede dar sentido a esas vidas? ¿Puede queda amor en el fin del mundo? Una historia que en definitiva tal vez solo hable sobre la necesidad de cada persona de vencer la soledad y escuchar que hay una voz al otro lado de sus propias palabras.


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