Cristian Romero.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
La máquina que hace Ping! Col. Ojos de plato. Castellón, 2020. Ilustración de cubierta: Juan Alberto Hernández. 128 páginas.
El colombiano Cristian Romero escribe historias de esas que te atrapan el alma y no la sueltan hasta dejarla magullada. Es una fantasía oscura, un tanto macabra, que linda con el terror, el weird y el realismo mágico, cayendo abiertamente en ocasiones en el horror. Este volumen recoge siete cuentos bastante breves y uno un poco más largo, en los que la atmósfera y lo que no se muestra es tan importante como lo narrado o el giro final que matiza lo leído. Relatos en que lo más cotidiano va cobrando un cariz oscuro y onírico, trastocando vidas y cambiando destinos. Una familia que se reúne en torno a la mesa en una ceremonia anual que parece celebrar la enfermedad del patriarca; un lascivo hombre al que le pesan sus ciento setenta años de edad; la obsesión causada por un brazo amputado; la indiferencia ante un cadáver atropellado abandonado en la acera; ciudades enfermas convertidas en infiernos; maldiciones familiares; pesadillas recurrentes que ocultan culpas que exigen retribución; embarazos conflictivos; canibalismo ritualizado… Romero ofrece una prosa depurada hasta el detalle, con un carácter casi fotográfico, con la que consigue sumergir al lector en ambientaciones tan realistas como terroríficamente extrañas, con la rareza saliendo a su paso a cada momento.
La fuerza de, casi todos, estos relatos reside más en lo que no se dice que en lo hábilmente narrado. En las sensaciones causadas, en las sospechas creadas, en el horror intuido, en la sugerencia de todo aquello que queda en las sombras. Mostrar un atisbo del monstruo siempre es más aterrador, con el lector rellenando los vacíos y los márgenes, que presentar la imagen entera. La mirada incompleta a través de una rendija que deja los márgenes ocultos estremece más que cuando todos los rincones de la escena están a la vista. El sonido que hace intuir que algo sucede entre bambalinas, pero sin saber quién o qué lo produce, produce escalofríos. Ante la falta de confirmación fehaciente la imaginación hace el resto y cada cual proyecta sus propios miedo y angustias, vistiendo la historia con mucha mayor fuerza trastocadora, que si Romero hubiera puesto a la vista todo el entramado.
Tras el Prólogo escrito por Elia Barceló, que sirve para poner al lector en situación —«...una lectura impactante, altamente recomendable… si a uno le gusta caminar por lugares peligrosos. De noche. Solo.»—, la antología se abre con el estremecedor La familia, un relato tan lleno de horror como de tristeza. Una familia se reúne un año más alrededor de la mesa para celebrar su condición única en una suerte de macabra comunión. Cada miembro del núcleo familiar, empezando por el padre enfermo, muestra alguna mácula corporal. El narrador, en primera persona, ha intentado muchas veces romper con la ceremonia, no volver al hogar. Pero año tras año vuelve allí, atado por invisibles cadenas. Romero presenta tanto lazos familiares que constriñen y ahogan como amores ilícitos repletos de anhelo. Y todo envuelto en un ritual perverso, repugnante, que raya la demencia. Impactante.
A continuación Más allá de las ruinas se sumerge en una historia post apocalíptica con una ambientación extraña, alienante. El Eterno vive cerca de la ciudad reducida a escombros. No tiene una mala vida, sobre todo por la dependencia que sienten por él los Huérfanos. Pero quizá las cosas no sean como él piensa. Quizá ha llegado el momento de que las cosas cambien. Y Kiara será el detonante del cambio. Romero presenta, a través de una narración fragmentada, una sociedad crepuscular, enferma, terminal. Un poder enfrentado a su ocaso, a la rebelión de los débiles. Sexo, ambientes inciertos, ternura entre las ruinas. Raro. Extraño.
El niño sin brazo es, como todos en la antología, un cuento difícil de calificar, entre lo surrealista, lo irónico y lo nostálgico. Un accidente trastoca la vida de toda la familia y un miembro amputado, el brazo del hijo, hacen que lo fantástico y la locura irrumpan en la normalidad familiar, en lo cotidiano, trastocando las vidas. Un relato cargado de extrañeza que habla de las pesadas cargas que los padres ponen en su hijos, de los celos que causan los «nuevos» miembros de la familia, de las relaciones conflictivas entre madres e hijos, de la ruptura de lo lazos paternofiliales. Como se podrá apreciar, la maternidad y las relaciones familiares, no siempre convencionales, van a ser temas recurrentes en estos cuentos.
Un atropello involuntario, una distracción al volante, es el desencadenante de un cuento tan desasosegante como El cadáver, una historia donde el peso de la culpa y la furia se mezclan con la indiferencia ante la muerte de una sociedad inmunizada ante el dolor. Un relato que bebe del mismo teatro del absurdo que el anterior, donde un elemento perturbador se inmiscuye en la anónima vida del protagonista, trastocándolo todo, llevándolo hacia la locura —¿o estaba ya perturbado de antemano?—. Extraño e inquietante.
En Podría ser la hija perfecta un padre consuela el sueño inquieto de su hija al tiempo que recuerda rituales realizados en el pasado. Hay en este relato un íntimo descenso a los infiernos de la familia, una ruptura con la normalidad familiar, acechada por los monstruos del exterior y, desgraciadamente, también del interior. Intrigante. Qué no haría un padre por su hija.
Ilustración de Juan Alberto Hernández |
Los remordimientos de hechos pasados que se creían bien enterrados y la pesadilla recurrente que Antonio, protagonista del relato, sufre noche tras noche son el detonante de la macabra historia de El perro bajo tierra. Las malas acciones del pasado exigen retribución. Y las buenas obras quizá no sean suficiente para compensar lo hecho. Un relato sobre la amistad traicionada, sobre el peso del pasado en las conciencias, sobre el pago de antiguas deudas.
Cierra el volumen la ciencia ficción bastarda, difusa, casi noir, de Vientre. Una extraña —ya no sé cuántas veces he puesto este calificativo a lo largo de la reseña, pero es que es el que mejor define a casi todos sus relatos— historia de embarazo y maternidad, de tráfico y mercado negro, de relaciones insanas. Una aventura de corte casi épico donde el improvisado héroe debe enfrentar a fuerzas que no comprende, arrastrado a la acción por una femme fatale que no necesita tanto su ayuda como su desahogo, que aparece y desaparece a voluntad de su vida, atrapándole en una vorágine de deseo y peligro de la que quizá no escape con vida. Antagonistas desdibujados, malvados pero desconocidos. Huidas en la noche, decisiones fatales., y expectativas que van a ser burladas para ofrecer un final inesperado conforman un cierre muy sugerente.
La antología se puede leer del tirón sin problema. La brevedad de los cuentos invita a leer uno detrás de otro sin paradas intermedias, pero parece conveniente, incluso recomendable, tomarse un descanso entre uno y otro. Degustarlos, saborearlos, releerlos con calma, y reflexionar sobre lo leído hasta aprehender todo lo ofrecido. En un teatro de sombras los claroscuros ocultan tanto como muestran, y muchas veces lo no visto es tanto o más importante que lo observado. Este es uno de esos casos. Algo que quizá puede llevar a cierta insatisfacción, o una sensación de no resolución, de perderse o no comprender del todo lo que el autor intentaba transmitir con cada cuento. Pero ahí entra el poder evocador de cada cual, imaginando allá donde la evidencia no se muestra. Romero lanza el guante, ahora es el lector quien debe decidir si recogerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario