jueves, 3 de diciembre de 2020

Reseña: Recursión

Recursión.

Blake Crouch.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.


Nocturna ediciones. Col. Noches Negras # 12. Título original: Recursion. Traducción: Laura Naranjo. Diseño de cubierta: Christopher Brand. 400 páginas.


Después de su exitosa Materia oscura en la presente novela Crouch no abandona el tema de las diferentes realidades, aunque en este caso se decanta por los recuerdos superpuestos. ¿Si no te puedes fiar de tu memoria, si recuerdas vidas que no has vivido, a qué puedes agarrarte, qué queda de sólido en el mundo? ¿Si el pasado y el presente pueden cambiar en un instante, existe algo que pueda considerarse verdad? La respuesta del autor, si se le puede llamar tal, es una historia sobre la fiabilidad y la falibilidad de la memoria, la naturaleza del tiempo, el dolor de la pérdida, la muerte, las olas concéntricas de consecuencias que dejan las decisiones tomadas y los actos realizados…, y la construcción de la realidad de una persona que nace de la unión de todos estos elementos. Comienza como un thriller tecnológico para luego trascender la etiqueta ampliamente, con buenos elementos de intriga y misterio, e incluso con una deriva insospechada hacia lo potencialmente catastrofista —¿alguien ha mencionado la posibilidad del fin del mundo tal y como lo conocemos?—, para en el fondo mostrar una historia de amor inquebrantable, tan emotiva como llena de acción.


2018. Cuando Barry Sutton, detective de la División de Robos del Departamento de Policía de Nueva York, acude al aviso de un intento de suicidio no puede sospechar que su vida va a dar un vuelco irreparable. En la azotea del edificio Poe va a encontrarse a Ann Vosss Peters a punto de tirarse al vacío. Según le confiesa padece de SFR, el Síndrome del Falso Recuerdo. Tiene memorias de dos vidas, la presente, donde permanece soltera en la Gran Manzana, y otra en la que está felizmente casada y era madre de un hijo en Vermont. Ahora ese hijo no existe, nunca ha existido, y la vida para Ann carece de sentido. No puede soportar  la coexistencia de unos recuerdos tan contradictorios ni el sentimiento de pérdida. No puede vivir anhelando una vida que parece que nunca tuvo lugar en realidad… Tras el dramático desenlace, preocupado por su propia salud, Barry, quien perdiera a su hija Meghan hace ya once años, se verá impelido a investigar el caso de Ann y a profundizar en lo que hay tras el SFR. No sabe dónde se mete.


2007. Helena Smith, investigadora neurocientífica en Palo Alto a punto de quedarse sin financiación para sus estudios sobre la retención de recuerdos en casos de demencia y de de Alzheimer, recibe la no anunciada visita de Jee-Won Chercover, quien le hace en nombre de su jefe, el acaudalado filántropo e inventor Marcus Slade, una millonaria oferta para desarrollar su anhelado proyecto: la Plataforma inmersiva para la proyección de recuerdos explícitos, episódicos y a largo plazo. Cuando acepta, y tras firmar el preceptivo contrato de confidencialidad, deberá desplazarse a las ultra impenetrables instalaciones de Slade en una antigua plataforma petrolífera y gasística reconvertida en puntero centro de investigaciones, la Estación Fawkes. Al principio todo son facilidades y las investigaciones avanzan más rápido de lo que ella misma esperaba. Luego descubrirá que tampoco sabía dónde se metía.

La trama de la novela va a oscilar entre ambos puntos de vista, alternando de una a otro en líneas temporales singularmente confluyentes, convergiendo y separándose de maneras harto interesantes. El invento de
Helena, esa especie de
silla de la memoria, va a tener unas aplicaciones prácticas no anticipadas, ni inicialmente buscadas por la investigadora, que van a despertar oscuras ambiciones en un testigo directo. Ambiciones que cambiarán para siempre el presente, y también el pasado, de alguno de los implicados. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Y los deseos del corazón, tan comprensibles ante el sentimiento de pérdida por un ser querido, a veces no obtienen recompensa sino que traen auténticos quebraderos de cabeza.

Crouch parte de unos personajes prototípicos, el detective de policía atormentado con un matrimonio fallido a sus espaldas, la científica bienintencionada cuyos descubrimientos son «pervertidos», el millonario obsesionado con la tecnología y el control del futuro, para de forma paulatina irlos haciendo evolucionar en sus posiciones y objetivos. Dejando a un lado a Slade, como el perfecto antagonista de la historia, las motivaciones tras los actos de los dos protagonistas principales, cuando el lector los conoce, quedan muy claras y son perfectamente comprensibles, generando una fuerte corriente de empatía. ¿Quién no lloraría la muerte de una hija y se sentiría con un vacío interior difícil de sobrellevar? ¿Quién, teniendo los medios, no intentaría cualquier cosa por devolver la memoria a un familiar con Alzheimer? Ambos van a intentar cambiar su situación y ambos van a tener que aprender una dura lección por el camino. Una vida afecta a todos los que la rodean, y modificar un detalle nimio, no digamos ya uno destacable, puede desencadenar un maremoto de cambios de dimensiones incalculables.

El autor, con una narrativa ágil, limpia y muy cinematográfica, con profusión de emocionantes escenas de acción, se distancia del inicial planteamiento en forma de
thriller tecnológico para adentrarse en campos clásicos de la ciencia ficción —los viajes en el tiempo, aunque quizá no se pueda hablar estrictamente de «viajes»— con un desarrollo tan entretenido e interesante como bien construido. Consiguiendo que la madeja no se enmarañe de forma catastrófica en ningún momento, juega a sorprender las expectativas del lector, llevando las tramas en direcciones que tal vez no sean las más anticipadas. Y hay que estar atento, sí. Pero no por lioso, ni porque implique la necesidad de profusos conocimientos técnicos para seguir las explicaciones, sino para estar seguro de en qué momento de la historia se encuentra cada uno de los protagonistas cuando están sucediendo las cosas. La acción, que incluye múltiples perspectivas tras cambiar varias veces de línea temporal, llega a condenar a los protagonistas a entrar en un bucle recursivo —de ahí, es de suponer, el título—, donde, como en un particular y alargado día de la marmota, una y otra vez aplican lo que han ido descubriendo en un intento de modificar para bien aquello que ya ha sido.

En medio de tal vorágine Recursión también está repleta de sentimientos y de momentos de sensibilidad a flor de piel. Junto a la exploración del dolor de un padre que ha perdido a su hija o de una hija que ve cómo se pierde la mente de su madre, las circunstancias y cambios de escenario fuerzan una historia de amor nada típica, pero por ello más cargada de significado. ¿Está el amor destinado a prevalecer a través del tiempo? ¿Construyen los recuerdos la realidad? Difícil contestar. Crouch no da respuestas directas, pero hay muchas lecturas que entresacar de entre las líneas de la novela. Lecturas sobre la fragilidad, el dolor, la emoción y la naturaleza de los recuerdos, de cómo llegan a moldear la personalidad y la realidad de cada persona. El sentimiento de abandono cuando se empieza a perderlos, a dejar de ser quién era, de recordar lo vivido, bueno o malo. La ilusión de poder escapar del pasado, de poder elegir otro camino cuando lo vivido no resulta grato, la frustración de no saber si haber hecho algo o haberlo evitado habrían cambiado las cosas... La novela también sugiere preguntas prácticas sobre la ética y los límites de la ciencia apoyada por un capitalismo salvaje, o por una filantropía mal encaminada, que a veces lleva demasiado lejos la aplicación de todo avance tecnológico; e, inevitablemente, cuestiones casi filosóficas sobre la naturaleza y definición del tiempo —¿existe tal cosa o es tan sólo un constructo humano para tratar de capturar lo inasible?—, sobre la memoria y la muerte.

Y todo envuelto en la magnífica edición de Nocturna.

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