miércoles, 16 de diciembre de 2020

Reseña: The Poppy War

The Poppy War.

R.F. Kuang.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Orok Editorial. Barcelona, 2020. Título original: The Poppy War. Traducción: Nadia Carbó Mont. Ilustración de cubierta: Waurus. 595 páginas.

Para su segundo lanzamiento editorial Orok trae a nuestro país la que fuera novela de debut de Rebecca F. Kuang, el inicio de una trilogía de género fantástico que traslada la acción a un mundo subcreado con amplia inspiración china - oriental. El tramo inicial de la novela, el primer tercio más o menos, de The Poppy War, se sumerge en un tema tan clásico dentro del fantástico como el de la huérfana con un porvenir aciago, que lucha contra las circunstancias y que consigue alcanzar por méritos propios un puesto en la más prestigiosa academia de estudios militares, un lugar del que su bajo extracto social no le abría precisamente las puertas y donde va a encontrar mucha reticencia y obstáculos ante su presencia. Pero eso es solo la etapa inicial de la novela y, aún con el interesante e inmersivo enfoque de corte oriental, tanto en los entrenamientos como en la filosofía de las enseñanzas, de este comienzo, es en los dos tercios restantes donde el relato adquiere toda su dimensión, cuando la novela da abiertamente un giro hacia lo bélico que sumerge la acción de manera decidida en una combinación de grimdark y silkpunk, términos tan en boga en la actualidad. Lo que vendría a ser una espada y brujería de corte épico, brutal, sangrienta y llena de magia imbuida de la espiritualidad y misticismo orientales.

En Tikany, provincia del Gallo, Fang Runin, Rin, es una huérfana de la Segunda Guerra de las Amapolas. Adoptada por unos padres reticentes —obligados por el estado—, las perspectivas de su vida futura se limitan al trabajo duro en la tienda de los Fang y a una boda concertada con un hombre mayor a quien no ama, ni conoce. Con una inteligencia despierta, Rin no se va a resignar y, contra viento y marea, va a prepararse para examinarse en el Keju, un duro examen nacional donde se decide el destino de miles de estudiantes. De aprobarlo con buena nota —debe ser de las mejores— podrá optar a entrar en la Academia Militar de Nikan, que ofrece una educación becada en la capital, Sinegard. Una academia donde, a pesar del supuesto sistema meritocrático del Keju, es la élite del país quien copa casi todas las plazas, enviando allí a sus hijos para que hagan carrera, y donde Rin apenas podría encajar. Un lugar donde se imparten amplitud de materias, físicas y espirituales; y donde se tiene muy claro que a pesar de que la guerra terminó hace tiempo, el enemigo, la Federación de Mugen, sigue al acecho, lamiéndose las heridas y esperando su oportunidad para volver a la carga.

La novela tiene dos partes bastante diferenciadas. El primer tercio se ocupa de la vida de Rin en la Academia. Los dos tercios siguientes, que en el libro corresponden a las partes II y III, se interna en los vericuetos y entresijos de la guerra, subiendo la intensidad, acción, dramatismo y emoción de la historia, haciendo que el relato despegue de forma vertiginosa. En la estancia de Rin en Sinegard se pueden rastrear fácilmente la mayoría de elementos comunes a este tipo de narraciones: la huérfana que no se resigna a su destino, la entrada en una institución donde no es querida, las enormes trabas que la convierten en la apestada del lugar con quien pocos o nadie se junta, las injusticias recibidas, la perseverancia, el encuentro con el mentor, el descubrimiento de habilidades únicas, el duro entrenamiento… Nada que quizá no se haya leído ya, pero matizado por esa atmósfera oriental, de influjo taoista se podría decir, emulada desde el conocimiento de la historia y espiritualidad china, que envuelve las vivencias de la protagonista y que da un toque tan exótico como agradable a la lectura. En ese disfrute es determinante el descubrimiento de ese misterioso chamanismo que casi toda la sociedad prefiere obviar. Marcado por el uso potenciador de ciertas drogas en un país devastado por el uso del opio y que, por tanto, abomina de su uso, marca ya una diferenciación clara con el resto de sus historias «hermanas». Kuang no se demora en describir curso tras curso, sino que usa esta etapa de aprendizaje para dejar bien establecido el escenario de una forma rápida, ya sea a través de las lecciones de historia y geopolítica, de filosofía o de chamanismo impartidas por alguno de los maestres o del intercambio de pareceres y confrontación de opiniones  entre los estudiantes.

Entonces la militarista, totalitaria y expansionista
Federación de Mugen, con una política imperialista que recuerda a la del Japón de la primera mitad del siglo XX, hace su movimiento, y la narración se sumerge decididamente en ese tono ya comentado, a caballo entre el grimdark y el silkpunk, mostrando cómo se desenvuelve Rin en medio de las diversas etapas de la campaña bélica, asignada a una peculiar unidad bastante independiente dentro del organigrama militar de Nikan. Su determinación, su convencimiento de estar haciendo lo correcto —y su disposición a autolesionarse para mantenerse motivada en el inicio de sus estudios ya debería haber hecho sospechar que llevará sus convicciones hasta sus últimas consecuencias—, su deseo de defender su país contra toda amenaza —aún cuando se le revele lo equivocada que estaba sobre sus orígenes—, su arrogancia, su debilidad y su fortaleza, la van a poner en alguna situación de lo más comprometida.

La fluida escritura —y traducción—, la presentación de una sociedad intrigante, la construcción del escenario de una manera profunda casi imperceptible en su dosificación y buena distribución de la información, la representación realista de los sacrificios femeninos y el derecho a decidir sobre su propio cuerpo y sus funciones fisiológicas, la instrucción en artes marciales, las lecciones y pruebas por las que tiene que pasar la protagonista, con esa inspiración china que las dota de un extra de interés, unas gotas de sarcasmo y humor mordaz, y un ritmo rápido que pasa de un tema a otro sin demorarse en exceso, pero dejando bien establecidas todas las bases del mundo y de la historia, hacen que si bien no se puede decir que el inicio sea sorprendente sí que se lee con satisfacción e interés hasta entrar en materia bélica. Y es entonces cuando la autora pone toda la carne en el asador, llevando a su protagonista hacia un abismo mental y físico por el que sus decisiones bien podrían llevarla a despeñarse.

A lo largo de una intensa campaña bélica, con diversos escenarios y distintas escalas de actores implicados, desde grandes enfrentamientos de tropas a misiones casi solitarias, Kuang describe con crudeza los efectos de la guerra, los horrores y torturas, los personajes desequilibrados por la violencia, el genocidio... Es curiosa la manera en que la autora va introduciendo la filosofía y espiritualidad china en el relato, como el uso del I Ching en determinado momento, y el modo en que traslada a su ficción algunos de los eventos de la historia del lejano oriente, sobre todo de los conflictos de la primera mitad del siglo XX, con las atrocidades japonesas sobre China y otros de los países continentales de su área de influencia, incluidos ciertos experimentos de lo más execrables. Es cierto que el enemigo utiliza técnicas horribles, pero la respuesta de la protagonista no se va a quedar atrás. La línea entre monstruos, humanos y dioses se presenta de lo más difusa.

Habiendo tenido que luchar por cada logro obtenido en su vida, dado su origen campesino, y obligada a destacar y a demostrar más que sus compañeros de la academia, su búsqueda de poder es incluso muy comprensible. Pero, ¿cómo actuará de conseguirlo? La joven, en medio del caos y los horrores de la guerra, se va a ver enfrentada a la toma de decisiones complicadas que cuestionaran la moralidad de los hechos y de sus acciones, llegando a un punto en que no va a poder sino verse desgarrada interiormente por la imposibilidad de elección. Y es que todas las elecciones que vislumbra ante sí tienen un matiz oscuro. ¿Debe darle la espalda a su herencia o desatar lo que lleva dentro? ¿Hasta dónde pueden ser lícitas las tácticas de represalias contra el enemigo? ¿A cuántas de tus propias tropas y ciudadanos es aceptable sacrificar en pos de conseguir la victoria bélica? ¿Se puede lavar la sangre derramada con más sangre todavía, responder a la violencia con violencia? ¿Es justificable, siquiera aceptable, alguna vez un genocidio? ¿Cuántas cosas horribles se pueden hacer por un supuesto bien superior hasta que su peso sea excesivo?
Rin es de las que tropieza varias veces en la misma piedra, o en la misma mala decisión, siempre a un paso de convertirse en la villana de su propia historia.

The Poppy War termina en un momento complicado, con una balanza cuytos brazos no terminan de inclinarse. Rin ha llegado a un punto en que poco queda de la joven que abandonara llena de esperanzas y miedos su pequeña aldea de Tikany, incluso de la alumna que tanto se esforzó en la academia. La realidad de la guerra la ha convertido en otra cosa, mucho más peligrosa, pero el futuro está abierto para ella, algo que tendrá que esperar a segundo volumen para poder desvelarse. Esperemos que la traducción de Orok no se demore.

Y precisamente respecto a Orok, como nota a pie de página, cabe decir que este segundo lanzamiento ha mejorado mucho, editorialmente hablando, al primero. La letra, aunque sigue siendo de un calibre pequeño, gracias al cambio de tipo y al espaciamiento interlineal es muy legible y agradable, y se han subsanado estupendamente, a nivel de casi haber desaparecido, los problemas de corrección de erratas orto-tipográficas y de redacción que aquejaban a aquel. La edición, además, con los detalles de las ilustraciones de apertura en cada capítulo, alusivas a lo que va a suceder en cada uno de ellos, ha quedado muy bien. En un año tan difícil, y habiendo pagado ya el peaje de la bisoñez, ese es el camino a seguir.

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