Carlos Sisí.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Apache Libros. Col. Habeas Corpus /002. Madrid, 2018. 141 páginas.
Apache Libros recupera en formato físico un título que anteriormente tan sólo había gozado de edición digital en 2012 de la mano de Planeta en su sello Scyla eBooks. Se trata de una novela corta en la que con muy pocos personajes, un escenario con apenas una localización y ningún elemento sobrenatural o fantástico Sisí retrata la suave pendiente que lleva a un hombre al desquicio más incapacitante y a la locura. Podría clasificarse de terror realista, aunque la sensación sea más de suspense y pura angustia que de auténtico miedo. No hay sustos sino la terrible sensación de que la vida de un hombre se despeña por el abismo mientras el lector no puede dejar de mirar, fascinado por los sucesivos intentos fracasados de retomar la normalidad. El horror es contemplar la impotencia del protagonista para reparar una situación que a cada paso dado empeora cada vez más, sin solución ni remedio, hasta el fatídico desenlace. Un thriller psicológico que se lee casi del tirón.
Cuando Daniel se instala en su casa en una aislada urbanización llamada El Edén todo parece indicarle que, en efecto, por fin ha cumplido sus sueños y alcanzado su ansiado paraíso. Además, la satisfacción se ve coronada por la obtención de un magnífico encargo por parte de la empresa para la que trabaja como freelance como programador informático. Los primeros días son maravillosos. Su vida ha dado un giro radical, desde lo que suponía vivir en un barrio marginal de la ciudad en un piso infrahabitable a la paz y tranquilidad de la urbanización, con sus paseos por la naturaleza, su aire puro y su silencio. Pero, poco después, algo se tuerce. Algo nimio. Nada importante en apariencia. Tan sólo un perro ladrando en el jardín de la casa de debajo de la suya. Nada que vaya a molestarle en exceso o a sacarle de su recién estrenada rutina, ¿verdad? No podría estar más equivocado. El Edén está a punto, en efecto, de verse interrumpido con un brutal descenso a los infiernos del protagonista.
El autor sabe conducir el relato desde un admirable ritmo pausado inicial que va dando paso gradual e inevitablemente a la tensa tormenta que está por estallar en una espiral descendente que no promete nada bueno. La vigorizante atmósfera de la urbanización poco a poco va transformándose en una sensación de ahogo, de lugar cerrado y claustrofóbico del que no hay manera de escapar. Y lo hace de la forma más sencilla y progresiva, sin necesidad de sobresaltos ni de monstruos sobrenaturales. El horror surge de lo más cotidiano, de la pura desidia y de la mala convivencia.
Agobio y tensión crecen de forma exponencial mientras el protagonista va planteándose sus posibilidades, intentando poner remedio a la situación, consultando sus salidas y topando cada vez con un muro. El desinterés de los estamentos oficiales que se van pasando la papeleta de unos a otros, del vecino que no quiere buscarse problemas, de las autoridades que escurren el bulto…, hacen que Daniel sienta que lucha en solitario contra el mundo. Una soledad que le convence de que sólo puede contar consigo mismo. Muchas veces la indiferencia es peor que el simple desprecio. Muchas veces la falta de ayuda o de propuestas de soluciones —o de sugerencias no muy afortunadas— conduce a acciones desesperadas.
Agobio y tensión crecen de forma exponencial mientras el protagonista va planteándose sus posibilidades, intentando poner remedio a la situación, consultando sus salidas y topando cada vez con un muro. El desinterés de los estamentos oficiales que se van pasando la papeleta de unos a otros, del vecino que no quiere buscarse problemas, de las autoridades que escurren el bulto…, hacen que Daniel sienta que lucha en solitario contra el mundo. Una soledad que le convence de que sólo puede contar consigo mismo. Muchas veces la indiferencia es peor que el simple desprecio. Muchas veces la falta de ayuda o de propuestas de soluciones —o de sugerencias no muy afortunadas— conduce a acciones desesperadas.
Edén interrumpido se revela como un relato que viene a demostrar lo fácil que es perder lo que tanto esfuerzo ha costado conseguir, aquello en lo que se ha depositado tantas ilusiones y sacrificios. Una locura que lleva a un final atroz, pero con el de que alguna horrible manera se llega a empatizar, pues podría ocurrirle a cualquiera que se encontrase en la misma situación que el protagonista. Ese es el verdadero horror. De lo noche a la mañana el suelo desaparece bajo los pies y el mundo que con tanta ilusión se ha construido, en el que se han depositado tantas esperanzas y desvelos, se viene abajo llevando a la pura desesperación. ¿Qué haría uno entonces? En ocasiones se juzga demasiado rápido, sin saber en realidad los motivos que se esconden detrás de las acciones que se antojan más aberrantes. En ocasiones se cometen injusticias por no conocer las causas que han llevado a cierto desenlace. En ocasiones los monstruos somos nosotros mismos.
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