Javier Quevedo Puchal.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Dilatando Mentes Editorial. Alicante, 2018 (2ª edición). 462 páginas.
[Reseña perteneciente a la lectura de los candidatos a los Premios Guillermo de Baskerville 2018, organizados por la página Libros Prohibidos, en la categoría de novela].
Si alguien duda de que una fantasía autóctona, de calidad, es posible que se lea esta novela para quitarse de encima todos los prejuicios. La mezcla que plantea Quevedo Puchal a priori podría antojarse un tanto insoluble, el sur y el norte, las coplas y las meigas —que haberlas haylas—, el sol y la lluvia, el cante y el silencio, pero cuán bien casan después de todo. Es esta una fantasía que bebe de realismo mágico y de folclore, de conflictos familiares y sociales, de leyendas contadas a la luz de la lumbre y de seres sobrenaturales que ni siquiera son nombrados como tales, de costumbrismo y tradiciones ancestrales en la España de la II República, tan llena de contradicciones y claroscuros, tan turbulenta, tan anclada en el pasado como llena de funestos presagios. Ojos verdes, color esperanza, de amor y futuro; negra sombra, oscuridad que palpita en los corazones y ahoga los sueños. Ojos verdes que funden en distintas personas la luz de Andalucía con los nublados cielos de una exuberante Galicia; negra sombra que acecha los destinos funestos de unas mujeres, y unos hombres, que sólo quieren labrarse una vida nueva. Tensiones familiares, viejos amores, nuevos anhelos, dones caros e inexplicables, envidias, lazos de sangre, maltrato, leyendas y palpable, dolorosa, realidad.
En la Sevilla de 1935, en un país donde se palpan las tensiones, Conchita del Arenal obtiene un éxito sin par en el teatro como tonadillera. No obstante, las crueles circunstancias hacen que se vea obligada a huir, con la única compañía de su hermano Liberto, hacia el único lugar donde cree podrá obtener refugio, Pobramoura, una aldea gallega donde reside quien fuera un inolvidable, aunque breve, amor allá cuando su nombre era todavía Aurelia Vargas y su piel poseía un color tostado propio de su sangre medio gitana muy alejado del frío alabastro actual, una identidad a la que deberá volver si quiere escapar a un negro destino. Pero el reencuentro está lejos de resultar lo que esperaba, y a los hermanos no les quedará más remedio que entrar a servir en el pazo en el que esperaban encontrar puerto seguro. Allí serán testigos de las difíciles relaciones familiares, del poco cariño entre el acaudalado y despótico Zacarías Vidal y su esposa Rosalía Quiroga, a través de la que aquel heredase el pazo y las tierras, del compromiso de boda sin amor entre Clara Quiroga y su prometido Darío, de la decadencia del apellido, del maltrato en la intimidad de la alcoba, del orgullo desmedido del cabeza de familia que aspira a que todo siga, como poco, igual a como siempre ha sido. Los secretos que la pareja acarrea se unen a los secretos que se esconden dentro de aquellas paredes, y su mera presencia podría convertirse en la chispa que hiciera saltar la frágil apariencia de normalidad por los aires.
Con el drama familiar en el centro de la narración, el elemento fantástico se encuentra cuidadosamente dosificado, casi en un segundo plano que, a pesar de su importancia, nunca parece adueñarse del escenario. Es desde luego una presencia vital en la trama, origen quizá de toda la tragedia desde el mismo principio en que Aurelia, agobiada por la situación familiar, acude a solicitar la ayuda de las hermanas Heredia, tres mujeres que bien recuerdan a las Nornas de la mitología nórdica o a las fatídicas brujas de Macbeth, obteniendo lo que desea pero seguramente a un precio que no sospechaba. Y sin embargo el grueso del relato se lo lleva el retrato de las vivencias y cambios que la presencia de los hermanos en el pazo provocan. Las tensiones vienen a remover una situación insostenible, pero que se prolongaba en el tiempo ante las ataduras impuestas por las reglas sociales, mientras los detalles de un escabroso pasado van saliendo muy poco a poco a la luz para conocimiento del lector. Y, construido con mimo, el amor surge donde no se esperaba, entre quien no se lo esperaba. Todo envuelto en la mágica atmósfera de la aldea gallega y de sus gentes.
Pobramoura. Un lugar dominado todavía por las ancestrales costumbres, por los caciques de ampulosas maneras y ambiciones desmedidas, y por la ignorancia de aquellos que no pueden aspirar a más, a los que no se les ofrece nada más, y sin embargo se revelan dotados de una sabiduría popular muy necesaria. Un lugar de rancias y caducas tradiciones, de señores que hacen y deshacen a su antojo, y de aldeanos que guardan el saber de antaño como si de un tesoro se tratara. Un lugar encantado, de exuberante naturaleza, de bosques y lugares umbríos, de viejos ritos, de capillas desmoronadas donde se entremezcla religión y paganismo, donde cualquier cosa resulta imaginable y posible, y las leyendas en ocasiones cobran realidad.
Y si bien el escenario y la trama atrapa sin remedio, la grandeza de la misma reside en sus personajes. Es esta una novela de mujeres, no sólo porque sus principales protagonistas, Aurelia, Rosalía y Clara, lo sean y sobresalgan muy por encima de sus partenaires masculinos, sino porque gran parte del sustrato del relato se basa en la constatación del peso que las tradiciones han puesto injustamente sobre sus hombros, asfixiándolas con cadenas invisibles muy difíciles de quebrar. Las rígidas reglas y la obligación del cuidado del hogar como tarea casi exclusiva, la entrega en cuerpo y alma al marido, la baja autoestima, la conciencia de su irrelevante puesto social, cada una en su lugar, la crítica a aquella que intenta sobresalir por sí misma, la poca consideración a su valía, la soledad, la falta de libertad… Mujeres de distintas procedencias y extractos sociales que buscan un punto de contacto en un mundo que no las tiene demasiado en cuenta. Mujeres de carácter doblegadas por la sociedad, por el qué dirán, por las circunstancias, por las tragedias de sus vidas. Mujeres que en algún momento deben decir basta por mucho que les cueste, que se rebelan de la única manera que pueden... Hay en la novela dos grandes historias de amor, de palpitante ilusión y entrega, aunque perfectamente pudieran ser de todo lo contrario, de desamor y desengaño, protagonizadas por mujeres de sentimientos tan confusos que tan sólo cabe calificarlas de entrañablemente humanas.
Con el telón de fondo de un país convulso, de las revueltas laborales en Asturias, de cambios sociales y de anarquistas que quieren hacerlos más rápidos, de tensiones entre trabajadores y patronos, de racismo soterrado hacia minorías como los gitanos, la novela desenvuelve con acertada parsimonia un drama que el lector puede anticipar sin manera de evitarlo en absoluto. El aroma de las tierras gallegas, de su umbría humedad, de sus mitos y leyendas tan palpables en cualquier recoveco del camino, impregnan la narración llenándola de una inmersiva atmósfera de la mano de la musicalidad de la prosa de Quevedo, preciosista y hermosa, sobria con el punto justo de poesía y de elegancia. El relato se hace cercano en unos diálogos llenos de giros locales y de expresiones típicas de los lugares de procedencia de las protagonistas, del gracejo andaluz o de los dichos gallegos. El costumbrismo, el fiel retrato de unos años convulsos en una Galicia anclada en el pasado pero que intenta mirar al futuro, se adueña de la narración con una sencillez encomiable, fluyendo la acción en su seno de manera tan ágil como agradable e interesante.
Todo un epígrafe aparte merece la edición de la novela a cargo de Dilatando Mentes, una preciosidad donde las haya, repleta de detalles que la convierten en mucho más que un mero envoltorio para el contenido. Una introducción de postín a cargo de María Concepción Regueiro, grabados, ilustraciones varias y láminas fotográficas a cargo de Fernando Villanueva Martín-Consuegra, e interesantes apéndices, como un ensayo de José Ángel de Dios y un cuento extra del autor, El vestido de mi madre, con la historia extendida de un personaje que aparece como secundario en el texto principal, y que sin estar del todo a la altura de la novela a la que acompaña sigue mereciendo mucho la pena, y una miscelánea de fotos antiguas y modernas que ponen en imagen muchos de los temas y del periódo histórico tratados en el libro. Una preciosidad.
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