Victoria Álvarez.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Alianza editorial. Col. Runas. Madrid, 2018. 151 páginas.
La costa de alabastro es una obra que viene a demostrar que Álvarez se desenvuelve con la misma madurez en las distancias cortas que en las más largas, dominando por igual todo género al que se enfrente, internándose de lleno aquí en uno que de alguna manera ya había cultivado con anterioridad, el terror gótico, —¿cómo olvidar, entre otras, ese castillo con banshe incluido de Tu nombre después de la lluvia o las diversas visitas al cementerio de Hojas de dedalera?—, y sin privarse en absoluto de utilizar todos y cada uno de sus lugares comunes para conseguir atemorizar e inquietar al lector de forma harto ingeniosa. Con apenas tres personajes, y un par de secundarios con poco papel real, la autora compone en muy pocas páginas una obra de profundo calado, que produce más suspense, tensión e intriga que propiamente terror, aunque la inquietud y el desasosiego penda sobre el destino de los protagonistas en casi todo momento. Empieza de forma suave, pero cuando el lector quiere darse cuenta ya está atrapado sin remedio.
Noviembre de 1947. La señorita Baudin, enfermera especializada en casos de enfermos terminales casi desahuciados, llega a la casa Monjoie, para cuidar de la pequeña de diez años Sophie Clairmont, contratada por su padre Alain con el único propósito de hacer más llevaderos sus últimas semanas o meses de vida. La niña se encuentra en un estado que es muy posible no llegue a la Navidad, pero la joven enfermera hará todo lo posible porque sufra lo menos posible. Algo que quizá no sea precisamente sencillo cuando llegue el momento en que los fantasmas del pasado de los tres ocupantes de la casa empiecen a manifestarse y el ambiente comience a resultar francamente opresivo.
Muy consciente —o así lo aparenta— del material con el que está trabajando y de la historia que desea ofrecer, en un guiño de complicidad con sus lectores Álvarez echa mano de cada uno de los lugares comunes más recurrentes del género de las mansiones encantadas y otras historias de terror similares para crear una ambientación en la que resulta muy sencillo sumergirse:
- Un viejo caserón apenas habitable, construido al borde de un acantilado y con sospechas de poder estar «encantado» por los que allí murieron. ✓
- El agreste jardín con arruinadas esculturas desperdigadas entre la maleza. ✓
- La persona que, sin conocerlo previamente, acude al mismo para cuidar a uno de sus habitantes, mientras arrastra ella misma traumáticas cicatrices interiores de hechos pretéritos que intenta superar. ✓
- El rostro tras la ventana que se esconde rápidamente en las sombras cuando esa persona llega al lugar y mira la fachada. ✓
- El retrato sobre la chimenea. ✓
- Una joven moribunda con un humor algo especial y que gusta de consultar la ouija para comunicarse con los espíritus de su pasado. ✓
- La colección de muñecas de porcelana. ✓
- Un hombre obsesionado por el cuidado de su hija mientras pena por la muerte de su esposa lejos de casa. ✓
- Unas adversas condiciones climatológicas que llegan a dejar aislados a los protagonistas. La ventisca que no deja ver dónde va uno. ✓
- Las puertas o ventanas que se abren solas en medio de la tormenta. ✓
- Las corrientes de aire de procedencia desconocida. ✓
- Las presencias inexplicables... ✓
¿Entonces es esta una más de tantas historias de fantasmas? En absoluto. Es el buen hacer y la estupenda prosa de la autora las que consiguen dar vida a una historia repleta de tensión y drama que va mucho más allá de lo esperado. Y el acierto, desde luego, está en los personajes y en la historia detrás de cada uno, desde la siniestra y algo macabra Sophie, con un pie en la tumba al parecer, pero con un humor negro que fascina por su propia autoconsciencia del funesto destino que la aguarda, hasta su padre Alain, escritor de novelas de misterio y de miedo atormentado por la muerte de su esposa y superado por la enfermedad de su hija, centrándose, ¿cómo no?, en la narradora en primera persona del relato, la enfermera Baudin marcada, como tantos supervivientes, por la reciente guerra y cargada de traumas de un pasado que poco a poco irá desvelando.
Con su habitual gusto por la sugerencia y su maravillosa forma de plasmar atmósferas inquietantes, Álvarez juega con el elemento sobrenatural haciendo dudar en, casi, todo momento al lector, quien no sabe a qué carta quedarse. ¿Es «real» todo lo que está sucediendo entre las paredes de la funesta mansión? ¿O es un claro caso de sugestión de los protagonistas dadas las circunstancias del lugar, los hechos allá acaecidos y lo que están viviendo en ese momento?
Como ya consiguiera en obras anteriores, el escenario cobra una singular importancia, siendo mucho más que un mero telón ante el que discurre la acción, sino un vital componente de la misma. Tanto la ruinosa casa Monjoie, víctima de la ocupación nazi y de los bombardeos aliados, como su localización ante los acantilados que dominan el Atlántico de la costa normanda, sus jardines descuidados y el frío temporal invernal que el lector sentirá en propias carnes, se alían para dar consistencia al drama que discurre inevitable hacia un final que se antoja trágico. Cualquier momento de sosiego, de tensa familiar tranquilidad, se intuye pronto a ser truncado, a dar paso al desasosiego y al franco terror de los protagonistas.
Haciendo gala una vez más de un estilo equilibradamente descriptivo, algo más directo en esta ocasión, es de suponer por el formato más breve de la propuesta, pero igual de inmersivo que en obras anteriores, y de la creación de unos personajes con los que es muy sencillo conectar, la trama dosifica las revelaciones con mimo, manteniendo el suspense y la duda hasta el paroxismo final. Un clímax tras el que llega, en lo que bien se podría considerar ya el epílogo —aunque la novela no tiene ninguna división estructural en capítulos o similares—, el demoledor giro definitivo que deja totalmente descolocado y anonadado al lector. La tensa calma del principio, mientras la autora plantea la situación y va dando a conocer a los protagonistas y las heridas psicológicas que acarrean con ellos, da paso a un crescendo de tensión al irse desenvolviendo el misterio y la acción. El pasado siempre vuelve para torturar a quienes sobrevivieron, a quienes no pueden dejar atrás los fantasmas de lo vivido, y existen heridas muy difíciles de curar. ¿Conseguirán superar la situación los habitantes de la casa Monjoie bajo las parpadeantes luces, las desquiciantes goteras y todos los secretos ocultos de una mansión que agoniza?
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