Ferran Varela.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones El Transbordador. Málaga, 2018. 116 páginas.
Es esta una novela corta que sabe a poco, y no por falta de contenido o de una buena historia precisamente. Es cierto que no hace falta alargar un relato cuando su desarrollo pide una distancia corta, pero en esta ocasión el lector se queda con ganas de conocer más de los protagonistas y del escenario en el que se mueven, antes, durante y después de que todo «termine». Se nota que Varela se siente cómodo en el formato corto, siendo autor hasta el momento de un puñado de remarcables cuentos, pero aquí se antoja que tenía material para haber ido un poco más allá, sobre todo porque hay un par de ocasiones en que la dilatación temporal del relato se nota un tanto forzada, sin afectar en realidad a la trama, pero sí al convencimiento del lector. Con todo, se trata de una historia extraordinaria, llena de pasión y sentimiento, de juegos políticos y choque cultural, de filosofía y drama, con unas cuantas cuestiones que, bajo su disfraz pseudo medieval, invitan a reflexionar sobre nuestra propia sociedad y sus en muchos momentos excesivamente rígidas maneras de pensar y actuar. Bajo unas condiciones ciertamente difíciles una joven va a emprender sin siquiera planteárselo un examen de autoconocimiento que revolucionará todo su mundo.
Leara Viera es una plebeya que con mucho esfuerzo y trabajo duro, venciendo toda resistencia, ha conseguido ser tutora de la Academia de Tiuma, la cima impuesta por la sociedad a todas sus aspiraciones. Pero cuando es convocada a la morada del mismísimo Plenipotenciario de la ciudad, la mansión de los Novon, la mayor de las Grandes Casas de Tiuma, sus expectativas dan un vuelco radical. Si consigue sacar al primogénito y heredero oficial de la familia, Gerrin, del violento salvajismo en el que ha caído tras cuatro años de cautiverio entre los gohut su recompensa será impensable. Un ascenso al Decanato de la Academia al que jamás podría aspirar de otra manera careciendo como carece de un título nobiliario. Mas la tarea no será sencilla, pues el joven está convencido de haberse convertido él mismo en un gohut.
© Manu Gutiérrez |
Una sociedad esbozada magistralmente con apenas cuatro trazos y unas pocos referencias, tras la que se intuye gran amplitud y profundidad, yendo un paso más allá de la simplista división entre los poderosos aristócratas y los sojuzgados plebeyos. Una sociedad marcada por una rígida jerarquización, aún con una tibia contestación entre los mismos aristócratas que marca un difícil equilibrio entre conservadores y reformistas que se disputan el ejercicio del poder —aunque unos y otros manteniendo siempre sus privilegios sobre el pueblo al que gobiernan—. Una sociedad en que los plebeyos tan sólo pueden aspirar a puestos sin relevancia, sin esperanza de mejora.
© Manu Gutiérrez |
La necesidad de un enemigo externo para mantener el status quo de la comunidad. El absurdo, e injusto, clasismo devenido del hecho de que unas pocas familias o Casas dominen la política marcando el devenir de la vida de sus ciudadanos, casi con poder de vida y muerte sobre ellos. La rigidez de las tradiciones y el precio a pagar por un atisbo de libertad. Un incipiente toque de atención sobre el papel de la mujer en la sociedad. El cuidado debido a los más desfavorecidos. La reinserción de los desahuciados y de los criminales. La supuesta superioridad de los modos de la civilización sobre otras maneras de integrarse en el mundo...
Todo ello no es sino el telón de fondo sobre el que va a crecer y desarrollarse la dolorosa historia del amor de Ara y Rin. La danza del gohut encierra un apasionado relato narrado con una prosa ágil y muy efectiva, con una estupenda creación de personajes, imágenes impactantes —poéticas en ocasiones, crueles en otras—, bien trabajados diálogos, cuestiones de calado y una invitación al lector a examinarse a sí mismo mientras disfruta de una narración ciertamente entretenida. Un autor a seguir.
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