Bridget Collins.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Fantascy / Plaza & Janés. Barcelona, 2020. Título original: The Binding. Traducción: Nieves Calvino Gutiérrez. 478 páginas.
Es este un drama romántico con un componente fantástico absolutamente imprescindible para el devenir de la trama. Una ucronía o historia alternativa que fusiona el escenario de una incipiente industrialización con una magia sutil cargada de simbolismo. No es una magia de grandes poderes o grandes gestas, sino una magia cercana, que hace referencia al poder de las palabras y los libros, y a la capacidad de encerrar en un volumen, encuadernándola, la vida de una persona, haciéndole olvidar aquello vivido y que podría causarle dolor, trauma o vergüenza entre otros muchos motivos que hacen deseable el olvido. En una Inglaterra alternativa, sin referencia temporal, pero cuyas descripciones —pequeñas granjas y bosques menguantes, luz de gas y cenizas cayendo del cielo en la ciudad, fábricas y carruajes de caballos, una aristocracia victoriana dispuesta a abusar de sus privilegios...— la sitúan cercana a la Revolución Industrial, Collins presenta un mundo en transformación, con unos estamentos y diferencias sociales todavía muy marcados, que encierra los mismos prejuicios que se encontraban en el nuestro, donde los amores deben ser los aprobados por las mentes bien-pensantes y los custodios de la moralidad, bajo la amenaza del ostracismo, el desprecio y la burla a quienes se salen de las normas.
Emmet Farmer, como su apellido indica es un joven hijo de granjeros que, en el momento de iniciarse la narración —que no la historia, como se verá después— está saliendo de una incapacitante enfermedad que le ha mantenido postrado durante largas semanas. Cuando apenas empieza a sentirse de nuevo él mismo recibe una carta en la que es requerido como aprendiz de una encuadernadora, Seredith, que vive en las marismas y a quienes muchos de sus vecinos consideran una bruja. A pesar de sus reticencias no puede negarse al llamado y, dejando atrás a sus padres y a su hermana Alta, entrará a su servicio, trabajando en las tareas del hogar mientras aprende los secretos de la encuadernación —el tratamiento, manipulación y uso de los materiales necesarios, ya que no todavía del oficio de encuadernar los recuerdos—, hasta que un traumático suceso le saque de lo que se estaba convirtiendo en una dura pero confortable vida, al tiempo que le llevará a conocer por las malas el reverso oscuro de su obligada profesión.
Portada interior de la edición original. La de Fantascy es igual de preciosa. |
¿Quién no tiene algún momento de su pasado que preferiría olvidar? Muchas pequeñas cosas, pero también grandes sufrimientos. Un amor prohibido, una ruptura traumática, una repetida violación sufrida a manos del noble que le da trabajo, la muerte de un ser muy querido, pesadillas torturadoras, secretos vergonzosos e inconfesables… Para muchos significaría un auténtico nuevo comienzo, libre de cargas y pesares. Pero con el dolor también se va una parte del alma. Asi también están los que prefieren hacer que sean otros, las propias víctimas, quienes olviden las tropelías sufridas a sus manos. Hay toda una industria montada en torno al fenómeno. Desde aquellos pobres y desesperados que venden sus vivencias para disfrute de los degenerados compradores de libros a cambio de un poco de dinero que les permita seguir un tiempo más con sus desgraciadas vidas, hasta los depravados pudientes que ocultan sus transgresiones y pecados forzando a sus víctimas, a los menos favorecidos, sirvientes o campesinos, a encuadernar todo recuerdo de las vejaciones sufridas. Disfrutando además a posteriori con la lectura de sus crímenes, pues crímenes son aunque queden sin castigo como tantas veces sucede con los adinerados. Es como vejar de nuevo a la víctima, quien además no recuerda nada de lo sucedido al tiempo que va perdiendo con cada borrado un poco de su espíritu, terminando como cuerpos vacíos, carentes de voluntad y ganas de vivir.
La novela está estructurada en tres partes, todas en primera persona, pero las dos primeras narradas desde punto de vista narrativo de Emmet, y la tercera desde el de quien fuera secundario de lujo en las anteriores, quien cobra una especial importancia ante el devenir de la anticipada tragedia. Siendo la primera parte una suerte de presentación, estableciendo de forma muy interesante la relación maestra-aprendiz, mantiene un tono de intriga bien sostenido que no hace sospechar todavía que El encuadernador es, en lo más significativo, una historia de amor, un drama en toda regla. No es hasta el comienzo de la segunda parte, una larga analepsis con la historia precedente de Emmet hasta el momento crucial de su enfermedad, que se empieza a intuir el desarrollo del romance. Una vez dispuestos los protagonistas, en esta segunda parte la autora tiene el acierto de no mantener durante un tiempo excesivo el supuesto misterio de las atracciones, porque cualquier lector con un poco de bagaje a sus espaldas sabe enseguida cuáles van a ser los derroteros del romance, no así de su resolución, dando cuenta de una historia de amor que no está bien vista por la sociedad imperante y que el destino va a hacer por borrar de la mente de los protagonistas, de diferente estatus social. En la tercera parte, con cambio de punto de vista narrador incluido, el drama va a llegar a su máximo exponente, sumergiendo la acción en las callejas y en las mansiones de la ciudad, retratando una sociedad injusta y desequilibrada.
En cierta forma es una pena que tras la lectura quede la impresión que todo el entramado de la encuadernación, la sugerente magia subyacente y todas las posibilidades que se antojan derivadas de la misma, sean tan sólo la excusa o el vehículo necesario para poder preparar y detonar el drama o para denunciar ciertas depravaciones que deben ser corregidas. Es un elemento imprescindible, sí, sin el cual la historia no podría haber existido de la misma manera. Pero que de alguna manera se convierte tan sólo en el apoyo de un relato que deriva luego por otros derroteros. Quizá es que, después de la primera parte, me esperaba otro tipo de historia, quizá es que no estaba preparado para el giro abiertamente romántico —al que no tengo nada en absoluto que objetar, por otra parte—. Debo reconocer que el escenario y muchas de las consideraciones que se pueden extraer de la trama están de lo más logradas, pero se pasa demasiado deprisa sobre muchas de ellas, sin llegar a profundizar y dejando unas cuantas cuestiones candentes —más de fondo que de importancia real para la trama— sin respuesta. Es esta, entonces, una historia que gira en torno a la familia y sus imposiciones, a las veleidades y libertades de los ricos y poderosos que se sienten por encima del vulgo jugando con sus vidas de forma caprichosa, las diferencias sociales, los abusos de poder y los límites del consentimiento tantas veces forzado, las verdades irrechazables del corazón que se siente atraído por quien se ve atraído de forma ciega, la importancia, peso y valor de los recuerdos, la forja de una identidad y personalidad, la falsa libertad que concede el olvido, el poder de los libros..., pero, por encima de todo, gira en torno a un amor prohibido, escandaloso para la sociedad en que se desarrolla pero muy natural en realidad, arrebatador, angustioso, y que deja cicatrices al ser extirpado.
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