martes, 25 de febrero de 2020

Reseña: Estelar

Estelar.
Escuadrón # 2.

Brandon Sanderson.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nova. Barcelona, 2020. Título original: Starsight. Traducción: Manu Viciano. Ilustración de portada: Charlie Bowater. 458 páginas.

La segunda entrega de Escuadrón es, como alguien lo ha definido con bastante acierto, un auténtico pasapáginas palomitero, entretenimiento en grado superlativo, divertido y de ritmo y lectura rápidos, pero encierra una profundidad de sentimientos y unas reflexiones que ya quisieran muchos poder llegar a transmitir. Acción y aventura envueltos en intriga y misterio, space opera con un toque ominoso que casi la adentra en los territorios del terror espacial. Con algo menos de frescura, quizá, se siente no obstante una novela más sólida y algo más adulta —aunque sigue siendo para todos los públicos— que su precedente. La protagonista sigue su proceso de maduración y va a descubrir que el mundo no es tan en blanco y negro como se lo pintaba a sí misma, que quizá los absolutos no existen y que una vez conocido a fondo es difícil volver a despersonalizar al enemigo. Sanderson ofrece algunos espectaculares combates y algunas magníficas exploraciones espaciales, pero, en pos de la no repetición de los esquemas vistos en la anterior entrega, desplaza el escenario y hace que la aventura discurra por diferentes derroteros, sumergiendo a la protagonista de lleno en una intrigante civilización galáctica: La Supremacía. Aviso: es bastante necesario leer Escuadrón antes de hacer lo propio con esta segunda entrega, e incluso antes de leer esta reseña.

Algunos meses después de los acontecimiento narrados en el volumen anterior, Spensa y sus compañeros siguen combatiendo a las fuerzas de los alienígenas krell que mantienen a los humanos encerrados en Detritus. Han conseguido hacerse con algunas posiciones en las plataformas orbitales que prácticamente cubren el cielo del planeta, pero son todavía escasas, apenas el perímetro de todo su inmenso entramado, y la situación es todavía peliaguda, más desesperada que antes si cabe. Las FDD siguen escasas de efectivos frente a enemigos abrumadores. Cuando en una de esas plataformas los humanos recuperen una grabación del pasado, de tiempo antes de que su propia nave hiciera un aterrizaje forzoso en su superficie, van a descubrir que el peligro podría ser mucho mayor de lo que sospechan y venir de una dirección totalmente inesperada. Una presencia resuena ominosa, una amenaza del vacío del que sólo conocen el nombre: Zapador. La situación dentro de Detritus se antoja muy complicada. Los humanos deben abandonar el planeta si quieren sobrevivir, pero ¿cómo? Cuando, al parecer siguiendo una señal emitida inadvertidamente por la propia Spensa, una piloto misteriosa de una especie alienígena desconocida se estrella en la superficie mientras se encontraba en tránsito hacia una estación alienígena llamada Visión Estelar para formar parte del programa de entrenamiento de una nueva fuerza de combate, la arrojada joven va a tomar su lugar, ocultándose bajo un disfraz holográfico proporcionado por su fiel M-Bot. Su misión será intentar infiltrarse en la Supremacía, conocer más a fondo a sus enemigos y robar, si es posible, un motor de hipersalto de una de las naves de los krell. La suerte está echada. Pero lo que no esperaba es verse envuelta en los juegos políticos de una civilización alienígena con en sus propios problemas internos.

Estelar cambia el tablero del juego, ampliándolo y haciéndolo más atractivo si cabe. El juego de engaño se vuelve imprescindible y el misterio discurre por nuevos caminos. El conflicto limitado a Detritus y su espacio circundante se abre a la galaxia, y las relaciones de una rebelde Spensa con otros humanos a las que el lector asistía en la anterior  entrega, y con los que aquí no puede contar, se trasladan a otras especies alienígenas, muy diferentes entres sí, que van a forzarla a cuestionar muchas de sus ideas preconcebidas al tiempo que descubrirá mucho sobre sí misma. Spensa se ve dividida entre sus intereses propios y los designios marcados por su misión. Debe aprender más de sus poderes citónicos, para poder dominarlos y hacer uso de ellos, mientras se esfuerza en los vuelos de práctica de la fuerza alienígena sin destapar su tapadera. Debe integrarse como una más entre sus nuevos compañeros, ganarse su confianza, mientras lucha por entender los entresijos y peculiaridades de la sociedad interespecies entre la que se ha camuflado. No sin sorpresa, descubrirá que aquellos que los humanos de Detritus denominan genéricamente como krells son un heterogéneo conjunto de especies alienígenas que forman todo un imperio galáctico conocido como la Supremacia, como los dione o los varvax, cada una de las cuales posee sus propios intereses, ideas e idiosincrasias, y aprenderá mucho más sobre los motivos de todos ellos para odiar y temer a la humanidad.

Mucho que asimilar, y aún más le espera en su futuro inmediato. Para Spensa el vacío encierra horrores, unos ojos que la contemplan desde allí y que le producen una escalofriante sensación de odio y amenaza. Algo a lo que tendrá que hacer frente si quiere llegar a dominar sus habilidades citónicas. Deberá enfrentar lo que más teme casi sola y sin saber demasiado bien en quién de sus nuevos conocidos puede llegar a confiar. Su habitual temeridad tendrá que ser atemperada por una poco acostumbrada cautela, su ingenuidad se verá contrastada por la realidad de los juegos políticos en que se verá envuelta sin pretenderlo, y sus dotes de investigadora —escasos, según ella misma reconoce— deberán ser suplidos con buenas dosis de ingenio. Mientras tanto, de una forma muy divertida pero también filosófica, M-Bot sigue con la exploración y autoconocimiento de su propia personalidad e identidad, si es que pudiera demostrarse que una IA las tuviera. Intentando contestar a la pregunta de si se le puede considerar como un ser vivo, protagoniza algunas de las mejores y más divertidas escenas de la novela, incluida la más conmovedora de toda ella. Es un enorme apoyo, un auténtico amigo, una fuente de recursos, pero también por ello un motivo más de preocupaciones. A lo largo de la historia, junto al tema de la identidad, otros personajes alienígenas, como une dione combinade, una amalgama de prueba del cuerpo de sus dos progenitores y que como tal todavía no ha nacido, le permiten al autor explorar diversas ideas necesarias sobre la identidad de género.

La novela encierra, envuelto en la dinámica trama de acción y en un decidido propósito de sana diversión, un profundo mensaje sobre los prejuicios y las ideas preconcebidas, sobre la dificultad para aceptar lo extraño y de cómo el conocer de verdad a alguien muchas veces impide que se la odie o por lo menos que cambie la percepción de la misma. De cómo hay que deshumanizar, convertir en monstruo, al enemigo para poder seguir adelante con la conciencia tranquila. Y todo en medio de un conflicto que muestra la forma en que las tiranías pueden llegar a instaurarse de maneras insidiosas y con un tema tan de actualidad como las fake news, las mentiras que se propagan para conseguir objetivos que de manera lícita sería muy difícil, sino imposible, lograr. En una situación en la que la costumbre, y otras herramientas mucho más maquiavélicas, mantienen un status quo que en la práctica significa la subyugación de unas razas o especies por otras que se consideran más evolucionadas para gobernar sobre la galaxia, sobre los ciudadanos secundarios, es difícil abstraerse de la tentación totalitaria. Hay además en ello un racismo latente que da mucho en que pensar. Y todo bajo el mejor ropaje de aventura sin tregua.

Tras resolver uno de los misterios principales de la trama Sanderson demuestra ser un escritor de mente retorcida, cruel incluso, y cuando parece que el final feliz, con cambio de paradigma incluido, se encuentra al alcance de la mano se saca de la chistera un cierre y epílogo de novela que dan la vuelta a toda la situación, reinicia el conflicto y se cierra con un cliffhanger que deja abierto el camino a la tercera entrega.

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