jueves, 21 de junio de 2018

Reseña: La balada de Tom el Negro

La balada de Tom el Negro.

Victor Lavalle.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alianza editorial. Col. Runas. Madrid, 2018. Título original: The Ballad of Black Tom. Traducción: Pilar Ramírez Tello. 142 páginas.

La dedicatoria de apertura de la novela es, muy posiblemente, la mejor definición de las intenciones del autor: «Para H.P. Lovecraft, con todos mis sentimientos encontrados». Lavalle viene, desde el respeto literario, a darle la vuelta a algunos de los prejuicios tan asociados, como hijo de su tiempo que fuera, a la figura y algunas obras significativas de Lovecraft, y lo hace de manera sencilla y magistral, sin pervertir en absoluto nada de la esencia de la mitología creada por el autor de Providence. El Nueva York de los años 20, con sus barrios separados por la mayoría étnica de sus habitantes, le sirve como espectacular caldo de cultivo para una historia tan intrigante como sugerente y, a la postre, aterradora. De su pluma surge una declaración a un tiempo de admiración y de denuncia que se revela en definitiva como una obra con entidad propia, rabiosa y cargada de horrores cósmicos. La lucha o la rendición de un joven hombre negro, fiel a sus gentes, al que se le descubre un mundo de poderosos secretos ocultos, un mundo en el que debe decidir cuál es su papel.

Para poner en contexto esta novela corta quizá hacen falta unos mínimos antecedentes: H.P. Lovecraft publicó en 1927 un cuento titulado El horror de Red Hook (The Horror of Red Hook) cuya acción se sitúa en las calles de un pueblecito de Rhode Island, donde el detective de la policía de Nueva York, Thomas M. Malone debe investigar una supuesta ola de desapariciones que le llevará a poner su punto de mira en Robert Suydam, un acaudalado de procedencia europea. Suydam es asesinado en condiciones misteriosas durante su viaje de bodas, y su cuerpo robado por unos hombres de aspecto extraño. La negativa descripción de la población de Red Hook, y de la variopinta mezcla racial de sus pobladores, es parte de lo que ha llevado a Lovecraft a ser «condenado» por su manifiesta xenofobia. Lavalle coge una pequeña parte de estos mimbres y alguno de sus protagonistas —o al menos sus nombres—, les da la vuelta, y pergeña un relato emocionante, vibrante y cargado de resonancias al horror primigenio, iluminando los prejuicios y lanzándoselos de forma harto insidiosa al rostro del lector. Cabe advertir que no es en absoluto necesario ni imprescindible haber leído el relato original para disfrutar en todas sus facetas de esta novela corta, pues sus tramas, filosofías y desarrollo son completamente divergentes. Aunque, con toda su carga difícilmente obviable, sea desde luego recomendable leerla, ya no sólo como mera curiosidad, sino para poner en su justo valor una obra que no debiera ser juzgada tan sólo desde la óptica actual, sino teniendo en cuenta también la situación del momento en que fue escrita.

El comienzo de la novela es otra declaración de intenciones. «Los que se mudan a Nueva York siempre cometen el mismo error: no son capaces de verla. (...) Llegan buscando magia, del tipo que sea, y no hay nada que los convenza de que no existe. No obstante, no es algo necesariamente malo. Algunos neoyorquinos habían aprendido a ganarse la vida gracias a ese error de juicio. Charles Thomas Tester era uno de ellos». Charles reside con su padre Otis, un inspirado músico jazzístico, en Harlem y se dedica a traficar con objetos potencialmente poderosos para cualquier aspirante a tratar con fuerzas sobrenaturales dispuesto a pagar el precio. No es estrictamente un estafador, aunque tampoco duda en engañar a los crédulos para salir adelante. Guarda en su interior algunos principios morales, lo que le lleva a mutilar algo en esos objetos mágicos antes de venderlos, desactivando su poder, para convertirlos de facto en inocuos. Con un traje elegante pero raído y una funda de guitarra, sin haber heredado las dotes musicales de su padre, ya que en realidad sólo se sabe los acordes de un par de canciones —la guitarra que lleva es parte del atrezzo como músico callejero que oculta su verdadero trabajo embaucador—, no duda en visitar esas partes de la ciudad donde los blancos que no conocen el auténtico jazz desean aún así sentirse partícipes de la emoción ilícita de codearse con un músico negro. Cuando es contratado por el excéntrico y acaudalado Robert Suydam en un barrio en el que quizá no debiera haber estado —ya se sabe que un negro no debe pasear por ciertos barrios mejor considerados que Harlem— para tocar jazz en una fiesta, no puede rechazarlo, aunque las dudas le asalten a cada paso. Unas dudas acrecentadas por cierto encontronazo con un detective privado abiertamente racista e irónicamente llamado Howard, y un inspector de la policía de Nueva York llamado, ¿cómo no?, Malone.

¿Qué finalidad busca en realidad Robert Suydam tras esa fiesta con una selección de lo más granado del submundo neoyorquino¿ ¿Quién ese Rey que duerme en el fondo del mar que no duda en buscar? Lo que descubrirá en la casa de Suydam y el componente de superioridad racial, hará que Tester, por una vez en su vida, se cuestione lo que está haciendo y lo convierta en algo personal. En esas circunstancias es muy posible que todo avance hacia un festival sangriento. Las hordas sin rostro, morenas, sucias y de costumbres despreciables vistas desde un xenófobo punto externo en el Red Hook de Lovecraft, se humanizan en la obra de Lavalle, quien desmitifica ese aura oscura retratándolas desde dentro, desde la mirada amable de su protagonista, y a través de la privación y pobreza de los inmigrantes de innumerables países —los negros del Harlem, sirios y españoles de Red Hook, chinos e italianos de Five Points…—, todos objeto del desprecio del hombre blanco, y aún así luchando por forjarse un futuro mejor que el de sus ancestros. Es cierto que existe un mundo subterráneo de clubs de jazz y sociedades herméticas con connotaciones turbadoras, pero posiblemente su secretismo es más terrible que la realidad que ocultan dada la incomprensión, y el nulo interés en comprender, de una parte de la sociedad hacia la otra.

Tras una primera parte más costumbrista y centrada en retratar esa sociedad neoyorquina desigual y desequilibrada, a mitad de la novela, motivado por ciertos acontecimientos decisivos que llevan al protagonista a adoptar una decisión vital, en la segunda parte la perspectiva del relato cambia radicalmente, saltando del punto de vista narrativo de Tommy Tester al del policía Malone, un observador privilegiado de los eventos. El retrato del Nueva York más cotidiano empieza a dejar entrever elementos sobrenaturales hasta entonces quizá sólo intuidos. La acción y la tensión se disparan adquiriendo entonces una mayor dimensión la extrañeza y el horror cósmico hasta el momento contenidos. Sugiriendo más que mostrando, creando suspense, Lavalle ofrece una visión canónica y a la vez reformada de la mitología de Lovecraft. Ahí siguen presentes la visión gloriosamente inmensa de sus «deidades», su vastedad e imposibilidad de aprehensión, y lo tentador del poder que pueden otorgar a sus acólitos y celebrantes. La lectura más cercana en la que los monstruos son unos hombres para con otros, con una monstruosidad nacida del desprecio y la minusvaloración de grupos sociales o étnicos enteros, de las atrocidades que un hombre blanco podía hacerle en los años 20 a un hombre negro sin mayores consecuencias, del supremacismo racial y su impunidad de actuación, da paso a la inmensidad de un cosmos en el que la humanidad es insignificante. En este contexto, con el Rey dormido soñando despertar, la justa retribución podría convertirse en una amenaza para toda la humanidad. Y es que quizá en el fondo lo más importante no sea la existencia real o no de seres tentaculares de dimensiones impensables —que también—, sino las motivaciones que llevan a alguien a abrazar el mal como el mejor de sus caminos.

La novela está cargada de rabia, incluso de ira, frente a los prejuicios y las injusticias. Tester es un personaje poliédrico, repleto de facetas. El racismo y la brutalidad policial, o de terceras partes aceptadas por la policía, con la que es tratado, con la que toda su gente es tratada, los crímenes de odio, los clichés clasistas impregnan de justa indignación las páginas y desata el horror. Un horror primigenio que incluso se muestra justamente justificado en sus difíciles elecciones morales, aunque su resultado sea terrible. ¿Cuánto es capaz de soportar un hombre antes de revelarse? Y así da paso a una acción que habla de las verdades que se esconden bajo los rumores, de la ruindad de ciertas personas que no dudan en creerse las peores mentiras siempre que impliquen al grupo odiado, de la violencia que se aplica con alegre despreocupación sin tener muy claro su objetivo.

Así La balada de Tom el Negro es una novela con una doble lectura, la de la francamente entretenida y emocionante historia de terror, con un final explosivo aunque algo difuso, y la del juego metaliterario que la confronta a la obra de Lovecraft. Lavalle, con todas sus resonancias y heredades de los Mitos de Cthulhu, se aleja de la cadencia de las obras originales para ofrecer un estilo, perfectamente adaptado en la traducción española, rabiosamente moderno, con un ritmo sosegado pero apasionante, sin verborreas ni florituras excesivas, sobrio, provocativo y vibrante, que acompaña de manera extraordinaria al horror creciente del relato, al sentimiento de palpable amenaza que termina con un estallido muy real. El autor construye, desde la vindicación y a través de un relato inquietante y visceral, un homenaje, una acusación y, quizá, una concesión de extraño perdón a Lovecraft, ya que no así a un mundo que permite ciertas cosas imperdonables.
© Robert Hunt

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