miércoles, 27 de junio de 2018

Reseña: Neimhaim. El azor y los cuervos

Neimhaim.
El azor y los cuervos.

Aranzazu Serrano Lorenzo.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Plaza & Janés. Col. Fantascy. Barcelona, 2018. 690 páginas.

Tras Los hijos de la Nieve y la Tormenta que marcaba su debut novelístico llega ahora su muy esperada continuación, tan autoconclusiva y cerrada como fuera aquella. Y si alguien se lo pregunta, no, no es imprescindible haberse leído la precedente, pero sí es desde luego recomendable. Efectivamente, la novela tiene todos los elementos necesarios para ser independiente, pero también es cierto que conocer de antemano el escenario y a algunos de los personajes que aquí pasan a ser secundarios ayuda mucho al disfrute de la trama. Manteniendo el sustrato de épica y mitología de inspiración nórdico-escandinava, con reminiscencias tanto vikingas como célticas, la autora añade a la ecuación un factor de cultura oriental que va a dar un tremendo juego en la trama. Un juego de ambiciones que emponzoñan, de entrega desinteresada que demuestra que la esperanza siempre tiene cabida, de relaciones de muy amplio cariz, de gloriosa muerte en combate, de magia exótica que oculta una singular ciencia, de amores que no entienden de convenciones, de lucha, de épica, en una segunda entrega de una posible saga que no desmerece en nada a su antecesora.

Una pareja de gemelos, Søren y kjartan, van a descubrir de manera harto traumática que su procedencia quizá no sea la que pensaban, que un oculto secreto va a modelar contra sus propios deseos su futuro, y con él quizá el de todo Heimhaim. Algo más tarde, 18 años después de la coronación de los Reyes Blancos, Ailsa y Saghan, y el protagonismo va a pasar a su hijo Jörn Bäradlig Geffast, el primer nacido de la unión de un djendel y una kranyal, destinado por la leyenda a reinar en Neinhaim, pero quien va a fracasar en su primer intento de obtener la corona al ser derrotado por su propia madre en su duelo de aspirante. Una derrota que no le va a librar en absoluto de su poco ansiado compromiso de boda, acordado desde niños, con Sygnet, la hija de Sigfred. Y ella tampoco es que vea con alegría su futura pérdida de la libertad y los placeres de los que hasta el momento ha gozado en Vilaarn bajo la tutela de Illzar de Cendailtan. Los eventos que han de tener lugar en la isla de Hertejänen, implicando a una fuerza exterior que lleva 3000 años buscando alcanzar su asentamiento definitivo y que cree encontrar la respuesta en Neimhaim, van a marcar el devenir de una épica aventura, repleta de resonancias mágicas y mitológicas.

© Vero Navarro
En esta aventura, como ya sucediera en la anterior, a estos actores principales les van a acompañar diversos compañeros y antagonistas que reclaman gran parte del protagonismo convirtiendo la novela en una obra agradablemente coral, aunque a veces se requiera cierta atención para saber quién es quién. Como en las mejores sagas nórdicas hay multitud de personajes, muchos destinados a la grandeza, muchos tan sólo a una singular muerte —y muertes hay unas cuantas, muchas—. Es de destacar la atención con el que se encuentran caracterizados todos ellos, especialmente los guerreros —y guerreras, no hay que olvidarse de ellas en absoluto— retratados con singular cariño tanto en su locura homicida en algunos casos como en su entrega a la defensa de los suyos en otros, haciendo que la obra brille con una especial humanidad. Cada personaje es un mundo, y todos tienen algo que decir.

La novela se ve beneficiada de que no necesita una presentación al escenario, a la geografía, cultura, mitología y magia del lugar, entrando directamente en materia y logrando captar la atención desde el primer momento con la acción. El elenco se compone de una equilibrada mezcla de viejos conocidos y de una nueva generación que viene a ocupar por derecho propio su lugar en el devenir de los acontecimientos. Unos acontecimientos llamados a marcar, para bien o para mal, toda una época y una forma de entender el mundo de Neimhaim. Los guerreros kranjall y los ascéticos djendel van a ver, en un periodo de gran prosperidad, como empieza a surgir una generación de nacidos con ambas ascendencias, sin poder ser adjudicados de manera firme a uno de los dos clanes, rompiendo con las viejas tradiciones y acercando cada día más, no sin quebrantos, la profecía de convertirse en un único clan. Algo para lo que algunos están más preparados y predispuestos que aquellos otros que se aferran a las viejas tradiciones y formas de vida y se resisten al cambio inevitable. En este contexto, el equilibrio no está llamado a perdurar, y la amenaza exterior cobra una singular importancia, haciendo que la paz que se había vivido bajo el reinado de los Reyes Blancos se tambalee de manera alarmante. Serrano aprovecha para seguir dando consistencia a su mundo, ampliando las localizaciones o revisitando en mayor profundidad algunas de las ya conocidas —lugares que, aunque ya visitadas, siguen guardando muchas sorpresas—. La acción va a trasladarse de forma impactante a asentamientos en las islas Terje, la isla Fadden o la que ahora se ha convertido en la octava Marca de Neimhaim, la colonia situada en la lejana e inhóspita Hertejänen.

© Vero Navarro
Hay un gran contraste entre los protagonistas, lo que permite a Serrano ofrecer un amplio abanico de respuestas a las situaciones que se van planteando. Al comenzar el relato Jörn acaba de cumplir con su obligación marcada por la ley del exilio y ha vivido los últimos años en las agrestes y salvajes montañas de Karajard, aislado de casi todo, aprendiendo las artes del combate y la superviviencia, de la guerra y la sabiduría. Una experiencia que le ha hecho apreciar la soledad y la naturaleza salvaje con lo que el choque que va a sentir al volver a Vilaarn, la capital, va a ser mayúsculo, aunque su sentido de la responsabilidad y del deber le impulsa a intentar abrirse a los demás. En estas circunstancias su matrimonio concertado con Signet le resulta tan intimidante como inevitable. La joven, que tampoco está demasiado contenta con el compromiso, es su polo opuesto. Vivaracha, dicharachera, malcriada y dada a la libertad de los placeres de la carne, siente que su futuro le coarta muchos de sus disfrutres. En realidad ambos no podrían ser más diferentes y de esa diferencia va a surgir una historia de tolerancia de lo más especial. El desarrollo de su relación, del crecimiento de ambos, es uno de los grandes logros de la novela. Y es que el amor no se puede forzar, pero se puede trabajar —es más, se debe—, y a veces el cariño es todo lo que hace falta. De los gemelos me vais a permitir que diga lo menos posible, pues del descubrimiento de sus personalidades y acciones surge buena parte del disfrute de la lectura. Sólo adelantar que van a dar mucho, mucho, juego y deparar unas cuantas sorpresas. Van a generar atracción, amor, odio, ternura, admiración, incomprensión, rechazo, adhesión o justificación, entre otras muchas sensaciones para unos personajes tan bien definidos como construidos.

Dividida también esta vez en tres partes —que de hecho pudieran perfectamente haber sido tres novelas sueltas por méritos propios—, hay en la segunda un efecto valle, al menos para el que esto suscribe, motivado por la entrada de la trama en un nuevo torneo por la corona con sus inevitables duelos y competiciones tantas veces vistas ya. Cierto que están narrados con buen pulso y emoción, pero no es nada que a lo que el lector no haya asistido ya en multitud de lecturas. Un pequeño bache, entretenido pero poco original, que enseguida da paso a temas de mayor calado, interés y profundidad.

© Vero Navarro
De forma suave, surgiendo de las acciones de sus protagonistas son interrumpir la aventura, Serrano va introduciendo en el relato un alegato a favor de las sensibilidades diferentes, de la tolerancia, de dejar a un lado los prejuicios y abrirse a otras posibilidades que quizá antes no se habían contemplado. Transmite un amor por las palabras, por la escritura que permite un enlace con el pasado, con los conocimientos de generaciones anteriores que permiten mantener un sentimiento de unidad, de raigambre a través del tiempo, de cohesión de pertenencia a un grupo identitario aún a pesar de encontrarse muy lejos del lugar de origen. Y todo ello sin olvidar nunca su propósito de entretener al lector con una historia llena de grandes escenas de combates, marítimos y terrestres, de pirotecnia mágica, de sufrimiento, luchas, derrotas y victorias, y alianzas imposibles. Y también de una intriga que imbuye de misterio las acciones de los extranjeros, de la fuerza invasora cuyos objetivos sólo al final quedarán claros para cerrar con un broche de otro la acción.

En una novela larga como esta se antoja, como sucedía también en la anterior, una sensación indefinida de que la prosa podría haber sido podada o recortada de alguna manera, que hay momentos que podrían haber sido condensados, pero sin poder tampoco indica en absoluto dónde podría haber sido efectiva esa poda, pues en retrospectiva cada palabra se encuentra perfectamente en su lugar. Serrano hace gala de un estilo prolijamente descriptivo, que gusta recrearse en los detalles, creando con mimo la ambientación y el escenario, y que al final es lo que da consistencia al relato. Es parte de su magia. Fantascy, ahora un sello de Plaza & Janes, acompaña al texto con una edición hermosamente editada, con profusión de mapas y unas pocas ilustraciones para abrir, o cerrar, cada parte del libro. Gracias a la vívida prosa de la autora, y a todo este apoyo visual, resulta fácil introducirse en los lugares retratados y conocer a todos los personajes, perfectamente caracterizados. Es esta una historia épica, de héroes llamados a marcar la diferencia o morir en el intento, pero también de amor, de familia y de lealtad más allá de todo lo concebible. El azor y los cuervos, magníficamente diferenciada de la anterior, con una historia de muy diferente cariz y más grande si cabe, se cierra con un final satisfactorio, autoconclusivo, que requiere de la lectura del anterior, pero no deja cabos demasiado sueltos para una posible —y deseable— tercera entrega. ¿Sabéis esa sensación de no estar haciendo justicia a algo en absoluto? Pues esa es la que tengo yo al terminar esta reseña. Neimhaim se merecía algo más. Algo que hablase de su pasión, de la implicación emocional que requiere del lector, de la sensibilidad y el amor que destila, de todo lo que transmite. Pero esto es lo que hay. Espero que sea suficiente.
© Vero Navarro

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