Ríos de Londres 2.
Ben Aaronovitch.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Oz editorial. Barcelona, 2018. Título original: Moon over Soho. Traducción: Marina Rodil. 318 páginas.
Segunda aventura de la fantasía urbana protagonizada por el agente de policía londinense, y mago en prácticas, Peter Grant, cuya acción se sitúa muy cerca del cierre de la primera, recuperando algunos de los hilos dejados sueltos en aquella y formulando otros nuevos que son los que dan entidad a este segundo volumen. Aaronovitch sigue creando toda una mitología secreta para la ciudad de Londres, llena de magia y criaturas sorprendentes, pero también de peligros inesperados y amenazas sobrenaturales difíciles de ignorar, y de evitar. Tal vez porque después de los eventos que cerraban la anterior novela el protagonista se ha dado cuenta de lo serio de la situación en que se encuentra y de las consecuencias catastróficas que del uso de la magia pueden derivarse, el tono de esta entrega rebaja un tanto el humor —aún lo hay, pero a ramalazos sarcásticos muy concretos— aumentando los matices sombríos, sin eludir, eso sí, la diversión. Y es que estos libros son puro entretenimiento, una mezcla de thriller policiaco y fantasía paranormal que funciona a fuerza de unos crímenes sobrenaturales que sólo unos pocos están preparados para investigar. Y sí, es bastante aconsejable —no imprescindible, pero sí recomendable— haberse leído Ríos de Londres antes de hacer lo propio con esta novela.
Peter Grant sigue intentando hacerse a su nueva situación como aprendiz de mago bajo la tutela de Thomas Nightingale, su superior en el cuerpo de Scotland Yard en una unidad muy especial. Mientras se esfuerza en dominar sus habilidades y aprender todo lo posible sobre la magia y su manejo, dos casos enrevesados van a salir al paso de la Unidad de Delincuencia Económica y Especializada 9 —con énfasis en lo de «Especializada»— o más conocida como «La Locura». Por un lado, un bajista de jazz, Cyrus Wilkins, muere aparentemente de un ataque al corazón, pero su autopsia revela en su cuerpo un vestigium, una huella residual que deja la magia en los objetos físicos sobre los que ha actuado de forma importante, como una marca sensorial o un recuerdo de su presencia que parece indicar que la muerte pudiera no ser tan natural como aparentaba. Siendo el vestigium una melodía de jazz, Peter echará mano de la ayuda de su padre, antaño prestigioso trompetista conocido como Lord Grant, y buen conocedor del ambiente musical de Londres. Por un segundo lado, el mago en prácticas tendrá que enfrentar una macabra muerte, esta sí nada natural, adjudicada a una misteriosa mujer que pudiera atacar a sus desafortunadas víctimas con su vagina dentata. ¿Podrían estar ambos sucesos relacionados de alguna forma?
Aaranovitch aprovecha el trabajo detectivesco que implican los siniestros crímenes para visitar toda la escena jazzística de Londres, haciendo que su protagonista, y narrador en primera persona, recorra un buen número de clubes del Soho, cuyo presente y pasado se revelan como parte importantísima del relato, y desempolve unos cuantos vinilos, haciendo una recapitulación de los artistas más destacados dentro del género musical, en ocasiones con una mirada realmente nostálgica y siempre enamorada de la música y sus intérpretes. La inclusión como secundario de lujo del padre de Peter, y también de su madre todo hay que decirlo, ayuda a dar profundidad al personaje, a hacerlo más humano si cabe. El viejo trompetista, siempre a un paso de la fama, que finalmente pierde su toque y aún así vuelve a intentarlo, es todo un ejemplo para su hijo en un momento muy importante. Una humanidad que se vuelve puro ardor y carne cuando entre en escena la groupie Simone Fitzwilliam, una tórrida amante del jazz —entre otras cosas— que no va a dejar indiferente a Peter y que de alguna manera pudiera estar relacionada con uno de los casos.
Su antigua compañera, Leslie, tras los acontecimientos de Ríos de Londres, va a tener una presencia menor pero bastante importante en la trama. Algo similar a lo que sucede con su jefe, el inspector Nightindale, que todavía arrastra secuelas de la aventura anterior, con lo que sus intervenciones van a ser limitadas, aunque también vitales. Así, Peter está un poco por su cuenta, eniendo que buscar sus propios apoyos y algunos de los compañeros de los que va a echar mano no serán precisamente de lo más canónico para una investigación de asesinatos, aunque hay que reconocer que del tema consultado saben un rato, presentando además algunas aportaciones bastante divertidas. Por otra parte, el interés amatorio de Peter se antoja un tanto forzado y apresurado, sobre todo si se tienen en cuenta las circunstancias en que se conocen y la condición policial del protagonista que no debiera fomentar la relación precisamente. Pero, viendo la relevancia que va a adquirir, quizá sea cosa de la magia que flota en el ambiente.
Si Peter es el protagonista indiscutible, hay dos elementos que vienen a hacerle sombra en el centro del escenario: la música y el Soho, ambos inextricablemente unidos. Aaranovitch transmite pasión por el jazz, por su libertad, sus canciones y sus muchas versiones, al tiempo que se confiesa enamorado de Londres, como ya se veía en la anterior entrega de la serie: de sus calles, sus lugares emblemáticos, su historia y sus gentes. El paisaje urbano y sus misterios es uno de los grandes descubrimientos de la serie. Un escenario sobre el que las tramas van planteando de forma harto fluida y sensibilizada temas muy de actualidad como la diversidad racial, la tolerancia o la sexualidad, dando una lección de cómo plantar en la mente de los lectores cuestiones de lo más candentes sin interrumpir el debido desarrollo de las tramas ni ralentizar la acción.
Entrenamiento mágico, investigación criminal, persecuciones con resultados diversos, aunque habitualmente sangrientos, violencia sobrenatural, misterios londinenses, ecos del pasado, problemas burocráticos, poderosas personificaciones de los ríos locales... Como en la primera entrega en La luna sobre el Soho las dos tramas aparentemente alejadas terminarán encontrando su punto de contacto tras el trabajo de investigación de los protagonistas, pero eso será bastante avanzada la acción, tras superar más de un problema, eludir los peligros e indagar en rincones que ayudan a aumentar el escenario mágico de la ciudad de Londres y alrededores. Sin embargo, cabe advertir que de las dos líneas narrativas vinculadas, una, la que gira en torno al jazz, se cierra con todas las de la ley, cumpliendo con las expectativas planteadas, pero la otra, quizá la más compleja e insidiosa para la integridad del protagonista y sus amigos, queda pendiente en el aire para ser desarrollada en futuras entregas. El clímax es así tan espectacular, con un inesperado toque de ternura hay que decirlo, como ligeramente frustrante, al ser casi —casi— un cliffhanger que deja con ganas de poder seguir leyendo de inmediato.
Sobre la edición quizá sólo se deba decir que una profunda corrección del texto en todos sus aspectos, tanto ortotipográficos como estilísticos, hubiera sido muy, muy de agradecer. Es un tanto decepcionante que una buena novela se vea penalizada por una deficiente plasmación como sucede en este caso.
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