Paul Tremblay.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Nocturna ediciones. Col. Noches negras # 6. Madrid, 2018. Título original: Disappearance at Devil's Rock. Traducción: Manuel de los Reyes. 432 páginas.
Para un progenitor, una madre en el caso de esta novela, difícilmente va a haber algo más terrible que la desaparición, sin ninguna explicación aparente, de su hijo adolescente. El dolor de no saber el porqué, las dudas y la autoculpabilidad, la incertidumbre, la agotadora espera, la destrucción que supone en el seno de la familia, el descubrimiento de que cualquier adolescente guarda secretos para sus padres… Sobre todo ello versa esta novela de Tremblay, quien tras Una cabeza llena de fantasmas ofrece una historia de intriga y suspense repleta de misterios que poco a poco se irán desentrañando para sorpresa y horror de los involucrados. A caballo entre la novela detectivesca, un terror mundano y el thriller sobrenatural, el autor vuelve a jugar con la duda, las expectativas creadas y las percepciones engañosas. Un desasosiego creciente se asienta entre la familia y los lectores, mientras crecen las preguntas sobre las causas de la desaparición, sobre la adolescencia, las amistades peligrosas, lo prohibido y la culpabilidad tornada en silencio, sobre las relaciones entre padres e hijos y los secretos que se guardan unos a otros, la injerencia de los medios de comunicación en los dramas cotidianos —incluidas las redes sociales y sus trolls—, el mal en su forma más insidiosa y las decisiones arriesgadas. Supongo que aquellos lectores con hijos se sentirán todavía más interpelados e identificados en la tragedia de esa madre cuyo mundo se desmorona sin poder hacer nada por evitarlo. Y es que así de fácil es pasar de una existencia aparentemente feliz y despreocupada a otra de horrible tristeza. Tremblay sabe lo que tiene entre manos.
Tommy Sanderson acude de noche con sus dos mejores amigos —casi sus dos únicos amigos—, Josh y Luis, a la Roca Partida en el Parque Nacional Bordeland, un bosque cuyo linde comienza cerca de los patios de sus casas, entonces se interna entre los árboles y ya no regresa. Comienza una búsqueda para encontrarlo y para descubrir las razones que le han llevado a desaparecer. La vida de su madre, Elizabeth, viuda desde hace un tiempo en trágicas circunstancias, se hace añicos, incapaz de racionalizar los sucedido. ¿Es una desaparición fortuita, un mero accidente, o hay algo mucho más terrible detrás? ¿De verdad conocía a su hijo tan bien como creía conocerle? Los inexplicables sucesos, las visiones espectrales, la aparición de páginas de un diario sin saber quién o qué lo hace posible, una misteriosa presencia que creen visualizar los vecinos acechando por sus ventanas en la noche, que se producen a continuación no vienen sino a desestabilizar todavía más su frágil estado.
Tommy y sus amigos son adolescentes de lo más normal. Cierto que no se encuentran en el grupo de los populares del lugar, pero tampoco son unos perdedores absolutos. Como cualquier muchacho de su edad son aficionados a los videojuegos, especialmente al Minecraft, a salir de aventura con sus bicicletas, a las historias de zombies o a las leyendas sobrenaturales que corren en torno a los lugares donde suelen jugar como la que existe en torno a la Roca Partida, que tras los sucesos empezará a recibir el nombre de la Roca del Diablo. Son, como cualquier otro muchacho a sus trece, casi catorce años, fácilmente influenciables cuando alguien mayor les muestra un poco de atención y los hace sentir adultos y transgresores. Saben que hacen mal, pero ¿y qué? El sabor de lo prohibido siempre ha sido de lo más atractivo.
Tremblay estructura la novela en torno a una investigación policiaca, seguida desde la perspectiva de Elizabeth, pero con protagonismo también para su hija Kate, su madre Janice —la abuela de Tommy— o la detective Allison Murtagh, encargada del caso y con sus propios problemas familiares a cuestas. El relato, conjugando diferentes formas narrativas, sigue de forma metódica todas las pistas que van surgiendo de forma sucesiva, tirando del proverbial hilo e intentando desentrañar una verdad de lo más elusiva, sobre todo porque unos cuantos de los actores del drama tienen sus razones para no ofrecer una versión completa de los eventos, tanto de los sucesos de aquella noche en particular como los de los días anteriores que llevaron a ese desenlace. Conforme van saliendo más datos a la luz, mediante las páginas del diario de Tommy que van apareciendo en noches sucesivas y de forma misteriosa en medio del salón familiar, la triste, pero aparentemente accidental desaparición, va cobrando un cariz más sombrío.
Las cosas, desde luego, no son lo que parecen y los muchachos podrían tener sus razones, tanto egoístas como altruistas, para guardar ciertos secretos. Algo extensible a otros actores del drama como Kate, quien a pesar de ser menor que su hermano se muestra quizá incluso demasiado madura en algunas de sus actuaciones, y que al final no deja de ser una cría con razones infantiles para su comportamiento petulante. Secretos, rumores y mentiras crean una enrevesada madeja difícil de desenredar. Las páginas del diario de Tommy, llenas de frases crípticas, palabras garabateadas o tachadas, e interpelaciones a su hermana, se muestran tan esclarecedoras como a un tiempo fuente de nuevas cuestiones, sugiriendo muchas veces más profundidades de las que realmente expresan. Tirando del hilo, las respuestas, no siempre deseadas, se encuentran a la espera de ser descubiertas. Y no siempre van a ser plato del gusto de los protagonistas.
Hay en la trama una línea muy fina entre lo real y lo sobrenatural. Tremblay juega muy hábilmente con las percepciones del lector, sin que sepa a carta cabal con qué idea quedarse. Así las visiones que Elizabeth tiene de una presencia en su cuarto, ¿son reales o una fantasía creada por su deseo de ver de nuevo a su hijo, aunque sea en la peor de las circunstancias? ¿Hay algún poder oculto tras la aparición de las páginas del diario de Tommy en extrañas circunstancias o existe una explicación mucho más mundana? El autor crea un ambiente de incertidumbre que rápidamente se contagia al lector y a los protagonistas, mientras una madre desgarrada por el dolor va descubriendo capa a capa esa otra vida que su hijo le ocultaba. La tensión y el horror van creciendo de forma paulatina, alcanzando cotas difíciles de imaginar cuando salgan a la luz algunas de las acciones que han llevado hasta allí.
Según avanza la investigación se hace evidente que el mal no necesita ninguna excusa sobrenatural para actuar, que para crear absoluto espanto y consternación es suficiente con los monstruos que habitan dentro de las personas y con los secretos que empiezan de forma inocente, aunque transgresora, y van creciendo hasta tener consecuencias devastadoras. Si acaso existen los fantasmas quizá estén ahí para recordar a los seres queridos y no para causar quebrantos, ¿o más bien no? Los Sanderson, desde luego, arrastran consigo una buena cantidad de espectros del pasado, como el del abandono y fallecimiento del progenitor, todos con una buena carga de dolor. Se produce una desgarradora ambivalencia en la paulatina desintegración de la familia al tiempo que sus lazos se hacen más fuertes. Mientras Elizabeth intenta construir un puente de comunicación más fuerte con Kate, compartir más de su día a día, la tensión crea un clima irrespirable, y el secretismo y las sospechas no hacen sino incrementar el nivel de suspicacia y enfrentamiento cuando madre e hija deberían estar más unidas que nunca. De manera secundaria, pero no menos importante, la contribución de Janice como voz de la cordura y una tensión propia —al fin y al cabo es su nieto quien ha desaparecido— no siempre va a ser escuchada, pero no deja de ser necesaria. Todos los personajes, desde la familia directa a Josh, Luis y sus padres, están reflejados con una minuciosa caracterización, con reacciones muy humanas y verosímiles, haciendo muy real y cercana la historia.
A nadie puede llamar a sorpresa que Nocturna ofrezca, como siempre, una edición preciosa y una traducción a la altura de las circunstancias, conservando toda la fuerza del relato en tiempo presente con escenas narradas en pretérito, un recurso que da más fuerza a los flashbacks y recuerdos de los protagonistas. La primorosa maquetación incluye una bella apertura de los capítulos con una imagen de un árbol y un bosque que tanta importancia tienen en la trama, y combinando dentro del texto las páginas manuscritas del diario de Tommy o la transcripción de ciertos interrogatorios policiales perfectamente diferenciados del resto del relato. Desaparición en la Roca del Diablo navega entre aguas de géneros literarios, difuminando las fronteras, sin definirse prácticamente hasta el final. Un final no por esperado menos estremecedor. Un final cargado de ambigüedad, llamado a dejar algo insatisfecho a aquellos que busquen tener absolutamente todas las respuestas, no así a quienes comprendan que lo principal está resuelto y cerrado y que, como en la vida real, en las historias siempre hay cosas que quedan abiertas a interpretación, sin explicación alguna.
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