sábado, 7 de julio de 2018

Reseña: La saga de la ciudad. Carne

La saga de la ciudad: Carne.

Juan Cuadra Pérez.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Insólita editorial. Barcelona, 2018. 603 páginas.

Segundo volumen de la edición de Insólita que recoge las novelas tercera y cuarta de la saga y que permanecían inéditas hasta el momento: El libro de Lucian y El libro de Siiri. De la mano de estos dos personajes, que los lectores conocieran a través de los recuerdos del protagonista de El libro de Sombra (incluido en La saga de la Ciudad: Sangre), la acción vuelve al escenario principal, la Ciudad, visitando también, no podía ser de otro modo, las Casas de la Carne, el Reino, la Tierras Resplandecientes de los Tuathe Dé Danann y distintas localizaciones de nuestra propia Tierra. Como ya sucediera en los anteriores libros, el enfoque cambia ligeramente, manteniendo eso sí toda la carga de horror, de salvajismo, truculencia, violencia explícita, referencias sexuales, ternura, gore y magia en todas sus vertientes que caracterizaba la serie, atemperadas en su segunda parte por una nueva visión, bastante más reflexiva, que sin duda refresca y da nueva vida al relato. Los monstruos siguen siendo los humanos para con los humanos y, a veces, intentar mejorar las cosas no puede sino empeorarlas. ¿Hay que dejar de intentarlo por ello?¿Puede uno rendirse cuando hay tanto en juego? ¿Cómo y cuándo se mide el valor de una acción, antes o después de realizada? ¿Se puede elegir entre salvar una sola vida amada o salvar muchas perdiendo esa una? Difíciles cuestiones que invitan a cuestionarse muchas cosas que se dan por sentadas. Fantasía urbana, onírica y oscura que consigue desasosegar, emocionar —hay en su segundo tramo mucha épica—, asquear, estremecer, horrorizar, producir rechazo y enamorar. No es poco. Y como siempre que se reseña una segunda entrega de una saga o serie, avisar de que la presente puede contener algún mínimo destripe de las novelas precedentes.

Este volumen se abre con Lucian bajándose de un autobús en Accolade, Wyoming, poco después de que un matrimonio con su hija se hayan quedado «varados» en el mismo lugar tras reventarles las cuatro ruedas de su coche. Es justo el día en que todo comienza, la noche en que la Ciudad se desgajó de nuestra realidad. El cierre de las puertas del Reino ha tenido consecuencias entre todos los forjadores del mundo y, como en todo el planeta,  los lugareños dejan salir a la luz todas aquellas inquietudes, miedos y oscuros deseos que siempre habían encontrado desahogo en el plano onírico de las pesadillas. Como ya sucediera en El libro de Ivo con los habitantes de la población ahora sin nombre, el pueblo se vuelve loco, dejando salir lo peor —y, en algunos pocos casos, lo mejor— de cada persona. En algunos casos tan sólo es un arranque de concupiscencia y lascivia irresistible, o un ataque de autodesprecio que los lleva a autolesionarse o a encerrarse en todo caso en sus casas. En otros es un impulso de impartir una particular idea de justicia —muchos son los habitantes que tienen su afrentas guardadas en el corazón esperando una mínima excusa para cobrar esas deudas que sienten siempre se les han negado— o de llevar a cabo deseos imposibles como celebrar un singular banquete o dar rienda suelta a pasiones prohibidas que casi siempre conllevas una alta carga de violencia para con terceros, convirtiendo las calles de Accolade en zona de alto riesgo.

Lucian, si consigue abandonar con vida el lugar, está decidido a investigar la extraña compulsión que se ha apoderado de todo el pueblo y, sospecha, de todo el planeta. Pero pronto descubrirá que ha olvidado algo muy importante, o a alguien, y que nadie recuerda la existencia de la Ciudad ni lo sucedido aquella aciaga noche.

Así en El libro de Lucian el lector va a ir detrás de las investigaciones del brujo intentando saber qué ha pasado con Sombra, volviendo sobre datos y acciones y recorriendo caminos ya conocidos por los que han leído el anterior volumen, resultando en buena parte del mismo extrañamente anticlimático. El leiv motiv narrativo va a ser la resolución de unas cuantas de las preguntas generadas en el primer volumen y que permanecían sin respuesta: ¿Qué son los Arcontes, de dónde vienen, cuál es su auténtica historia? ¿Qué sucedió realmente la noche en la que la Ciudad abandonó nuestro mundo? ¿Es posible devolverla al mismo? ¿Qué buscan los Tuathe Dé Danann en su afán de alcanzarla? ¿Qué fue de los habitantes del Edificio Babilonia? ¿Qué harán ahora? ¿Se atreverán a plantar cara al Rey del Mundo? ¿Cómo reaccionarán los señores de las Casas de la Carne? ¿Cuál es la situación de Sombra tras su muerte? Para desentrañar todo ello Lucian, un brujo satánico que practica la magia del caos, pondrá todas sus habilidades en el empeño. Con una filosofía vital singularmente especial y una moralidad como poco ambigua, se niega a aceptar la imposición de ningún tipo de regla externa o a realizar ningún acto sin un cobro por ello. No obstante traza una frontera infranqueable en el maltrato a niños o animales. Para él toda persona adulta es culpable de algo y, por tanto, responsable de cualquier cosa horrible que le suceda; no así toda criatura infantil, inocente, ni perteneciente al reino animal. Cualquiera que haga algo malo con alguno de esos dos grupos se arriesga a recibir un buen castigo por su parte. Y si alguien toca a alguno de sus seres queridos ya puede darse por perdido. Aunque, dado lo sobrado que va el protagonista, va a ser inevitable verle sufrir algún revés por el camino.

Este primer libro del volumen sirve de alguna manera para recapitular sobre todo lo narrado hasta el momento y colocar las fichas en su correcto lugar para el apoteósico final. Hay por ello momentos quizá menos intensos u originales, un cierto bajón que en todo caso sigue dejando muy buenas sensaciones dada la calidad de lo anterior y que inevitablemente lleva a dejarlo todo preparado para los eventos del último acto. Se antoja que, aunque ninguno lo fuera del todo, como unidad independiente El libro de Lucian es el menos autoconclusivo y satisfactorio de los cuatro, dejando un cierre que tan sólo da paso al siguiente, sin llegar a ninguna «conclusión» real. Cierto es que los dos anteriores también dejaban muchos temas en el aire, pero en ambos había una sensación de cierre de algunas de sus líneas que no se produce aquí. Así que es muy bueno para el lector que Insólita ofrezca esta recopilación sin hacer esperar a una siguiente entrega.

El libro de Siiri se antoja el más coral de todos los que componen la saga, incluso a un mayor nivel que el primero, El libro de Ivo, teniendo la propia Siiri un protagonismo sin duda principal, pero estando la acción supeditada a otro buen número de puntos de vista, especialmente con un par de los actores de los libros anteriores, pero no tan sólo con ellos. Milo, Anna o Jenna, actuales habitantes del Edificio Babilonia, por ejemplo, adquieren su momento, especialmente la torturada pelirroja, dando una agradecida voz femenina a la saga. Siiri, quien sin saberlo conscientemente está visitando en sueños a Sombra, o a sus recuerdos con Sombra, en la vigilia, como le sucediera a Lucian, no recuerda nada ni de este ni de la Ciudad. Cuando un mensaje del brujo del caos le hace darse cuenta de esa ausencia deberá decidir si seguir adelante como si nada o si arriesga todo lo que ha construido en su vida en una apuesta ante la que no hay ninguna seguridad de obtener resultados positivos.

Gracias al pulido estilo de Cuadra, a una magnífica prosa que maneja con habilidad y sin interferir en la lectura los recursos literarios, con grandes descripciones, diálogos verosímiles y un buen dominio de la elipsis, los flashbacks —introducidos de manera muy inteligente— y el tempo narrativo, la acción adquiere en este último tramo un ritmo que no da descanso, frenético y épico, con gran amplitud de frentes abiertos y con gran despliegue de magia de todos los tipos que han ido apareciendo hasta el momento, ya que cada protagonista es practicante de una variedad diferente —desde ceremonial y ritual a wiccana y neopagana pasando por la satánica o del caos—. La acción salta de un escenario a otro, jugando con el espacio y con el tiempo, buscando las claves que puedan arreglar en cierto modo el desaguisado, acabar con las Casas, devolver la Ciudad a su emplazamiento original, terminar con la amenaza de los Arcontes, descubrir cuál la implicación en todo ello del Reino o de las Tierras Resplandecientes. Y obteniendo muchas respuestas por el camino.

Hay mucha tela que cortar en el, irónicamente, libro más corto de la saga. Este último acto viene a «arreglar» algunas de las actitudes imperantes en, sobre todo, los dos primeros, y en cierta manera en el tercero, libros, cargados de testosterona, de actitudes repletas de machismo tóxico —¿acaso lo hay de otro tipo?— y de altas dosis de «complejo del héroe» que viene a desfacer entuertos sin importarle en realidad que el remedio pueda ser peor que la enfermedad. Hay también una importante mirada de aceptación hacia sexualidades alternativas, como en el caso de Lucian y la propia Siiri, y hacia otras maneras de enfocar los proyectos de relaciones o de vida en común, incluida una denuncia de los peligros del amor romántico, no por negativo per se, sino por la facilidad para pervertirlo convirtiéndolo en un yugo de dominación. La presencia activa de Siiri y de Jenna, antaño desgraciada secundaria, se agradecen en gran medida, ofreciendo un mensaje quizá no más esperanzador, pero sí menos agresivo que el que transmitían en buena parte de sus actitudes los protagonistas masculinos. Siguen siendo todos ellos y ellas héroes imperfectos, pero en su forma de actuar, en sus razones, pueden encontrar perdón o condena. Al final lo importante es escuchar a los demás, ponerse en su lugar, empatizar y comprender sus sentimientos, por ajenos que puedan resultar en principio. Los errores no deben ser una trampa incapacitante, sino una piedra de toque para transformarse, para mejorar abriéndose a todo tipo de posibilidades, derribando muros y fronteras tan establecidos en nuestra forma de pensar. Todos llevamos el monstruo dentro, así que lo importante es ver lo que hacemos con él.

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