lunes, 23 de julio de 2018

Reseña: La canción de Bêlit

La canción de Bêlit.

Rodolfo Martínez / Robert E. Howard.

Reseña de: Matt Davies.

Spórtula. Gijón, 2017. Edición digital (ePub). Traducción de los textos de Howard: Rodolfo Martínez. 527 páginas.

Dio la casualidad de que el verano pasado me marqué como reto lector leerme “todo lo de Conan”. Y, con todo,  me refiero al completismo sin criterio ni cortapisa ningunos, que pretendía englobar tanto los originales de Howard como las creaciones más o menos bastardas de Sprague de Camp y Carter, la simpática trilogía de Andrew J. Offutt, los espantos de Steve Perry, la —en su mayoría— estimable contribución de Leonard Carpenter, que si Harry Turtledove, que si Robert Jordan o Karl Edward Wagner y su El camino de los reyes... Además, un alma generosa me había hecho llegar todo —ojo, TODO— Conan en cómic, desde La reina de la costa negra mexicana de 1952 hasta el 2003, cuando el personaje pasó a manos de Dark Horse, ordenado cronológicamente según la guía propuesta por Miller y Clark. Así pertrechado, me lancé de cabeza a la era hyboria, y aunque alternando todo esto con otras lecturas para descansar de tanta barbarie, todavía me quedan unos cuantos espadazos por leer.

© Stephen Fabian
¿Y qué le importan al paciente lector de esta página mis obsesiones lectoras? Por su bien, espero que nada, pero sirva la retahíla de nombres y títulos de antes para dar una idea de mi estado mental cuando me topé con La canción de Bêlit, de Rodolfo Martínez. Fue en enero, y para entonces llevaba ya cinco meses de barbarie norteña. A esas alturas, cuando me miraba en el espejo me ufanaba contemplando cómo mi constitución esférica se había transformado en una mole de músculos de hierro. Una espesa melena negra parecía cubrir mi cráneo antes despejado. No tenía ninguna espada cerca, pero con el cuchillo de picar verdura en la mano ansiaba encontrarme con una serpiente gigante o un simio alado. Beneficios de la lectura, todo ello. Pero sufría también las consecuencias de querer leerlo todo: redescubrí al Howard que tanto disfruté en mi adolescencia,  pero —Crom los maldiga— la ingente cantidad de escritores que metieron sus zarpas en el personaje a la muerte de su creador hizo que la lectura de todo lo que no hubiera salido de su máquina de escribir oscilara entre lo pasable y lo horroroso, y mi periplo por el mundo pretérito de Conan me ha llevado a leer engendros cuyo mayor mérito era haber llegado a ser publicados.

Con estos antecedentes, mi primer acercamiento a La canción de Bêlit fue con recelo y, por qué no decirlo, con escepticismo. Más que dudar del buen hacer de Rodolfo Martínez, no entendía la necesidad que tenía un buen escritor de perder el tiempo con un personaje tan manoseado, y añadir un título más al montón de Conanes espurios. Gracias a Mitra, no solo me equivocaba sino que La canción de Bêlit es, junto los cómics guionizados por Roy Thomas y algunos números de Dark Horse, la mejor contribución que se ha hecho al personaje de Howard.

© Mark Schultz
Lo primero que llama la atención de La canción de Bêlit es la delicadeza con la que Martínez engarza el original y su novela. Partiendo de una nueva traducción —de la que él también se ha encargado—, nos encontramos La reina de la costa negra convenientemente integrada en la narración, con sus capítulos repartidos mayormente entre el principio y el final de la novela. Aunque al conocedor del relato original le pueda chocar encontrarlo troceado, demuestra ser la vía más lógica para llenar los tres años que ocurren entre el primer y el segundo capítulo, y demuestra también el respeto y el cariño por la obra de Howard que tiene Rodolfo Martínez. Porque es un pastiche, sí, e intenta mimetizar el estilo de este, pero lo hace con la habilidad suficiente como para contar una historia que no suene a ya leída. Su Conan lucha como nadie, ama, desconfía de lo sobrenatural y, cuando jura venganza, el lector sabe que esa venganza llegará y será desagradable. Es, en definitiva, el Conan que todos conocemos y con el que vibramos cada vez que desenvaina su espada. Pero es también el Conan de Martínez, y eso puede provocar que determinadas acciones choquen al lector; no por ser impropias del personaje, sino por no haberlo visto nunca en tales tesituras. En el primer capítulo de La reina de la costa negra Bêlit y Conan se conocen, se amenazan, se enamoran y se entregan a la pasión sin pudor alguno. Al comienzo del segundo nos encontramos con una relación más que asentada, y somos los lectores los que tenemos que imaginar los años de saqueos y las noches en el camarote de la capitana. Llenar esos huecos es justamente lo que propone Rodolfo Martínez en su novela, y aunque no sea necesaria la justificación a modo de notas de por qué su Conan y su Bêlit se comportan como se comportan, se agradece que el autor explique ciertas decisiones, no porque la novela sea mejor o peor por ello, sino por el interés que tiene para cualquier fan del personaje el saber cómo Martínez, absolutamente enamorado del mundo creado por Howard, se las apañó para enfrentarse al reto de llenar esos tres años perdidos y la responsabilidad de estar a la altura de un personaje que hace ya mucho trascendió su origen literario para convertirse en un icono cultural.
© Adrian Smith

La canción de Bêlit es, por si no lo he dejado claro, una excelente novela de espada y brujería, pero por si a alguien el término le da algo de pereza también puedo decir que es una excelente novela de aventuras. O de fantasía. Da igual; aunque el conocedor de Conan disfrutará como un bárbaro en un lupanar con las apariciones de personajes de otros relatos (y me quedo con las ganas de preguntarle a Martínez si su Murilo es más un homenaje al personaje de Conan the Barbarian #52 que al de Villanos en la casa), el lector casual también apreciará una historia bien construida y personajes bien definidos, con varias tramas que confluyen de manera natural. Es en el desarrollo de estas historias paralelas a las de Conan y Bêlit donde Rodolfo Martínez se gana el puesto de honor entre el grupo de homenajeadores / continuadores / copiadores de la obra de Howard: como en muchos de los mejores cuentos del cimmerio (o cimerio, según la nueva y atinada traducción), Conan no es el centro de la narración, sino una figura que aparece y desaparece intermitente, siempre determinante en el clímax pero impulsada más por el destino o por el azar que por su propia voluntad. Lo que viene siendo estar en el lugar oportuno en el momento adecuado. Esa es la impresión que transmite el Conan de Martínez: el ser parte de un todo mayor y no ser consciente de ello, convertido en una figura clave, a su pesar, en el destino entrelazado de varios reinos. Este es el Conan que, al menos a mí, más me gusta, y esta es una novela que debería, creo yo, aparecer como “dentro de continuidad” en cualquier cronología del cimerio. Una obra fiel a los personajes y el espíritu de su creador, hecha desde el respeto más absoluto, pero también desde el amor a las aventuras exóticas, los barcos corsarios y los hombres serpiente. Afortunados somos los que también disfrutamos con todo ello por novelas como La canción de Bêlit.

(Quedan en la novela unos cuantos cabos sueltos que... No sé, pero parece que prometen... Como si quedaran algunas historias por contar, y quizás... Igual son cosas mías, pero... ¿Para cuándo la siguiente aventura de Conan?).

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