Sergio Gaut vel Hartman.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
La máquina que hace Ping! Col. Incontinencia Suma # 3. Castellón, 2018. 286 páginas.
La escritura de esta reseña muy posiblemente sea una de las más complicadas de afrontar con las que he tenido que lidiar hasta el momento, y van ya unas cuantas. Quien me conoce o haya seguido mis reseñas sabe que me gusta el surrealismo o unas buenas dosis de absurdo en una historia siempre que esta vaya a algún sitio, siempre que haya un buen sustrato y un objetivo a alcanzar. Existe una línea muy fina entre surrealismo y no tener ni pies ni cabeza, entre lo meramente irracional y lo disparatado, y muy posiblemente alguno de los relatos que componen esta antología la cruzan sin remedio. El autor es capaz de lo mejor, lo excelso incluso, y lo inclasificablemente incoherente —y casi seguro que cada lector discrepará en decir cuál de cada uno de ellos entra en una categoría u otra—. Es difícil juzgar, incluso puede resultar descabellado, porque en el teatro del absurdo lo que para un lector puede ser una genialidad o una inspirada locura para otro resultar una desmesurada extravagancia, un incongruente sinsentido. Es esta una ciencia ficción bastarda, poco dada a lo tecnológico o lo científico, sino más bien a la especulación sociopolítica de un futuro-pasado que habla en realidad del presente. Una ciencia ficción que raya, cuando no se adentra abiertamente, en lo fantástico, en lo onírico y la demencia. Cinceladas en la portada deberían estar las palabras de la puerta del Infierno de Dante: «¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!», pero acompañadas también de las palabras del Maestro justo antes de cruzarlas: «Conviene abandonar aquí todo temor; conviene que aquí termine toda cobardía». Mente abierta por tanto, y que cada cual saque sus propias conclusiones, formule sus propias interpretaciones y obtenga sus propios mensajes. Los cuentos dan para eso y mucho más.
Gaut vel Hartman no se pone ningún límite en absoluto y, aunque en muchas ocasiones eso es bueno, en otras se pasa de frenada. Hay una gran carga política en estos cuentos, una fuerte crítica a los regímenes totalitarios, a las dictaduras golpistas que tanto proliferaron —y de alguna manera proliferan— en Latinoamérica en tiempos no demasiado lejanos, a las juntas militares que imponen su régimen de terror. Una censura a las políticas económicas que sólo buscan el enriquecimiento de unas élites por encima del bien de la ciudadanía o a las religiones organizadas que ofrecen un consuelo que muchas veces no pueden respaldar. Pero también un reproche a los revolucionarios de salón, a las consignas sin sustancia ni voluntad de lucha detrás. La Historia se disfraza de anécdota, de chascarrillo que alguien se cuenta en el futuro intentando desentrañar respuestas donde no las hay. Y toda esa crítica viene envuelta en la mayoría de los relatos en un humor ácido y una socarronería entre el sarcasmo y la ironía, en chispeante absurdo y pura locura. La parodia conquista gran parte de sus páginas, la sátira ilumina muchos momentos oscuros mediante la proyección de más sombras oscuras. Al final, sin embargo, prevalece la reflexión, el demoledor silencio de los que lo han perdido todo. Y todo ello expresado mediante una escritura por momentos puntillosa, por momentos farragosa, muy dada a la divagación, al embellecimiento, a la descripción grandilocuente, a los diálogos desmesurados y a los endiablados juegos de palabras, pero que termina revelando una profunda elaboración, mucho más que un mero vehículo para el mensaje.
Son cuentos de muy diferente catadura, difíciles de clasificar y mucho más difícil de intentar capturar en una mera sinopsis. No resulta de extrañar, casi como si de un aviso se tratara, que el primer relato de la antología, Expansión, verse sobre la percepción de la realidad, aunque también sobre aceptarse a uno mismo, a atreverse a franquear las fronteras para descubrir qué hay más allá. Tampoco resulta extraño, quizá como si fuera algo intencionadamente buscado, que el segundo relato, El crujido de la escarcha, resulte tan desconcertante como evanescente e inaprehensible, una historia de amor en la que Hitler y un minúsculo robot tienen su parte. No me ha gustado, aunque confieso que seguramente no he terminado de entenderlo y me he quedado con la mente a cuadros.
En hermanos del dolor el lector se va a encontrar con una extraña forma de proselitismo, una despiadada crítica a la religión organizada, pero también un homenaje a la debilidad humana. El cuarto cuento, El círculo se cierra, ofrece una interesante fábula política con una profunda crítica a los totalitarismos, a los regímenes de terror y a sus asesinatos de disidentes, de los asesinos impunes que no acarrean la culpa de su actos ni recuerdan a sus víctimas, pero que al final, quizá, puede ser que obtengan una justa retribución. El quinto, Mercaderes del tiempo, encierra otra fábula, esta vez sobre lo que los humanos hacen con sus horas y minutos de vida, sobre el valor que se le otorga al tiempo aparentemente menos valioso y lo que cualquiera haría por conseguir una prolongación de la existencia, tanto si es comprador como si es vendedor de tiempo. Las alas rotas gira en torno a una confrontación entre la política y la religión, un imposible matrimonio entre la cábala y las teorías revolucionarias de izquierdas, aparentemente imposibles de integrar o reconciliar en una misma persona, y que construye un alegato contra las torturas y una reverencia a la amistad entre gentes dispares.
Justo entonces viene uno de los mejores cuentos de la antología, Último recurso, con un consejo de Ministros y Secretarios de los más variopinto y desquiciado que discuten sobre lo que se debe hacer ahora que el país está en la más absoluto bancarrota, cuando «en las bóvedas no queda ni un cobre»; las soluciones que se les ocurren son, no podái ser de otro modo, de lo más disparatadas y, sin embargo, algunas se antojan absolutamente cuerdas, empezando por las sugeridas por el Secretario de Asuntos Estrambóticos. Finalmente la coherencia, aunque no sea lo habitual, se impone, y el cierre es demoledor, pero extrañamente lógico.
A Continuación, en Anidados los protagonistas son reclutados para participar en una extraña guerra alienígena en la que deberán usar sus talentos psíquicos, aunque el resultado de esa participación quizá no sea el que ninguno esperaba. Triángulos de colores es uno de los más desgarradores y angustiosos relatos del volumen, con una mujer hacinada con otros muchos cuerpos, algunos ya cadáveres, en un vagón de tren del que se conjurará para escapar. Salvo en su final, el cuento es de lo más realista y, quizá por ello, su mensaje es uno de los más potentes de todos los aquí reunidos. No obstante, su final, introduciendo otro relato o línea temporal que ya estaba allí en el cuento, dilapida y realza a un tiempo ese mensaje, cambiando el foco de la crítica. Radicalmente diferente, En la estepa es una disquisición sobre la literatura y la metaficción, sobre personajes autoconscientes, plagios, continuaciones apócrifas, personajes que cambian de libro y autores dispuestos a ganar concursos con sus cuentos por muy alucinógenos que sean. Cierra la antología con el más alegórico —dentro un conjunto en que la mayoría tienen un alto componente de alegoría— de los cuentos en ella recogidos, La banda de los bicéfalos, una historia que habla de la vida después de la muerte, pero en una concepción en absoluto religiosa; un cierre del círculo con un nuevo alegato contra las juntas militares argentinas y las desapariciones que tuvieron lugar durante aquellos terribles años. Un maridaje de Historia y ciencia ficción que resulta certero.
Ninguno de estos cuentos, ninguno, sigue una lógica lineal o formal. Ninguno se rige por las normas de la realidad, ni de la física, ni del espacio-tiempo por todos asumido. Todos encierran una ficción surrealista que busca subvertir las reglas de la existencia, darles la vuelta y devolverlas profundamente cambiadas, pero todavía reconocibles en forma de críticas nada veladas a la política, la sociedad, la economía, la religión o a la simple pérdida de tiempo. Cuentos crípticos en que diferentes lectores encontrarán diferentes lecturas, provocando tantas adhesiones inquebrantables como rotundos rechazos, tanta incredulidad como fascinación. Ya lo he comentado al empezar, no es fácil adentrarse en ellos, hacerse con su tono ni con su falta de agarres y saltos en el vacío sin red de seguridad. Algunos de ellos dejarán muy insatisfechos, llenos de confusión o decepción, a ciertos lectores por la mismas razones que conquistarán a otros. La quinta fase de la luna es uno de esos libros, una de esas antologías que no dejan indiferente para bien o para mal. Lo curioso es que el sentimiento se invierte de un relato al siguiente, maravillando uno y dejando con la idea de no tener ni pies ni cabeza el posterior. Ciencia ficción bastarda los he llamado antes, pero tampoco es que ahora me atreva en puridad a llamarlos siquiera ciencia ficción a pesar de sus ucronías, sus viajes en el tiempo, sus alienígenas, sus drogas de diseño, sus servoarmaduras, sus existencias paralelas, sus psíquicos o sus realidades alternativas. ¿Recomendable? No me atrevo a decirlo, soy un cobarde. Que cada cual se adentre en sus páginas bajo su propia responsabilidad.
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