lunes, 3 de febrero de 2014

Reseña: Bifrost

Bifrost.
El Ciclo de Drímar.

Rodolfo Martínez.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Sportula. Gijón, 2014. 172 páginas (Edición digital). 458 páginas (Edición en papel).

El monumental Ciclo de Drímar llega a su fin ―o casi―. Después de mucho tiempo, cae el telón y el Ciclo se cierra dejando un sentimiento agridulce, con la agradable sensación de una tarea bien completada al tiempo que queda la «pena» de saber que la historia continúa o podría continuar ―el final abierto de esta novela así lo indica―, pero que será difícil asistir a ella. De alguna manera, Bifrost se puede considerar una secuela lejana de Jormungand, pues viene a dar respuesta a muchas cuestiones que quedaron pendientes tras el cierre de esa novela. Y, al igual que en aquella, el título que remite a la mitología nórdica está elegido con mucha intención. Si Bifrost era el puente que unía los mundos de Asgard, hogar de los dioses, con Midgard, la tierra de los hombres; aquí, la nave que recibe ese nombre viaja por el espacio recorriendo y uniendo la inmensa distancia que separa la Tierra de Cielo. Esta novela, como obra independiente tal y cómo se puede encontrar en su formato digital, viene a dar cierre a ciertas líneas planteadas en las novelas precedentes, algunas de las cuales, en su versión en papel, se encuentran integradas en el cuerpo de la misma: Los celos de dios (finalista del Premio UPC de Novela Corta 1993), La sonrisa del gato (Premio Ignotus a la Mejor Novela en 1996) y Un jinete solitario (Premio Ignotus a la Mejor Novela 1997).

Han pasado miles de años desde que el planeta Tierra de Nadie fuera condenado junto con todas las razas inteligentes que lo poblaban. Mientras tanto muchos, extraordinarios y violentos acontecimientos han tenido lugar en una galaxia envuelta en la Dispersión humana. La Bifrost, una nave cuya tripulación está compuesta por humanos, delfines y ratas inteligentes, viaja hacia un destino muy concreto con una misión bélica de la que depende el destino de toda la Galaxia. A bordo, el delfín Rompiente, hijo de Bailarín Lujurioso, y la rata Fértil, recibirán las particulares enseñanzas del humano Sordo, uno de los mayores telépatas del universo conocido. Juntos indagarán en ciertos momentos decisivos de la Historia que han llevado de forma casi inevitable a su momento actual.

De alguna manera, las cuatro narraciones implicadas en el volumen, que se pueden encontrar por separado en formato electrónico y en un único tomo en papel, parten de una misma base: una investigación, normalmente como un encargo que alguien recibe por parte de un tercero de acceder a ciertos conocimientos, aunque también puede tratarse de un interrogatorio policial o de «trabajos» de estudio, que saca a la luz cada historia en concreto.

En Los celos de Dios, Hamuel recibe el encargo divino de llevar a cabo la herética investigación sobre la existencia y el destino final de un robot humaniforme dotado de una inteligencia artificial consciente de sí misma, una abominación para la religión que él profesa. De forma minuciosa, enfrentándose a sus propios prejuicios, a través de un «blasfemo» terminal informático, irá buceando en antiguos archivos, rastreando la más mínima pista, hasta reconstruir una historia apasionante que discurre a lo largo de varios siglos y vidas. Martínez da rienda suelta a sus pasiones y ofrece una narración que mezcla sus filias-fobias religiosas, su gusto por los «rompecabezas» con robots «asimovianos» y una intriga casi detectivesca, y su peculiar visión de la informática del «futuro». El «pero» que se le puede poner a este relato es que desde un buen principio de intuye la identidad del que realiza el encargo, pero tal vez eso precisamente no parece un detalle que preocupase al autor.

En La sonrisa del gato, el interrogatorio de un joven detenido, sacará a la luz los acontecimientos que tuvieron lugar recientemente en la Estación de convergencia Número Uno, más conocida como La Peonza, una estación espacial situada en un sistema fronterizo, «neutral» y poco poblado, donde la Confederación de Drímar y el Mandato Sáver luchan en secreto sus combates por la dominación del futuro. Mezcla de novela negra, space opera, cyberpunk y hard. En terreno de nadie, entre cierta anarquía la ciencia y la investigación más extrema ha florecido, y el comercio de tecnología puntera ―y muchas veces prohibida― lo ha convertido en un lugar imprescindible para el resto de la galaxia. En un momento dado se produce una inesperada confluencia de actores con la llegada a La Peonza de varios personajes que van a poner en marcha un juego a varias bandas. Espías, hackers, fanáticos religiosos, duros «servidores de la ley», pilluelos ladrones de información, Inteligencias Artificiales, asesinos despiadados… Entre todos, destaca la presencia del ciber pirata Vaquero y de la inquietante IA cuya mueca sardónica, basada en un personaje de Alicia en el País de las Maravillas, da nombre a la novela. Como siempre, el autor brilla en la elección de una arriesgada estructura temporal y en la plasmación de los distintos lenguajes con los que los humanos interactúan con las máquinas o estas entre ellas, y del ámbito en que «habitan».

En Un jinete solitario el lector va a conocer la historia de las circunstancias que llevaron a Vaquero a La Peonza. El que fuera posiblemente el mejor hacker de la galaxia encontró la horma de su zapato en el relato anterior, pero ¿cómo llegó hasta allí? Peter Highsmith, antiguo mentor y profesor suyo, va a recibir el encargo de recopilar un dossier con todo lo que los Servicios Secretos de la Confederación tienen de él, desde la forma de contactarlo, su reclutamiento e instrucción hasta lo úiltimo que se supo de él en La Peonza.. Una tarea en la que se embarcará sin demasiado entusiasmo pero gran perseverancia, sacando a la luz una particular y dura historia de amor, de traición, espionaje, cibercrimen y muerte. Le falta, quizás, la necesaria intensidad que el drama que se está narrando requeriría, con un personaje narrador, Highsmith, tan auto aislado, y un «protagonista», Vaquero, tan encerrado en sí mismo, con los que no hay forma de empatizar. Sin embargo hay que reconocer la desgarradora fuerza intimista de lo narrado, la disección de un alma hasta su fondo más profundo, hasta las honduras a las que la desesperación puede llevarla y lo que ésta puede forzar a una persona a hacer.

Dando cobijo a las tres anteriores, Bifrost es mucho más que el «pegamento» que amalgama el conjunto. Quizá se note en exceso que su estructura está construida con la intención expresa de contener en su interior a los otros tres relatos. Sin embargo, su trama se puede considerar perfectamente unitaria, independiente ―hasta el punto en que cualquier de estos relatos y todos los anteriores del ciclo pueden considerarse «independienrtes» de los demás― y aporta muchos datos de interés al conjunto. Es una narración con entidad propia, que viene a responder muchas preguntas que los lectores del Ciclo desde sus orígenes venían arrastrando en sus mentes y cuya contestación venían demandando, principalmente sobre el destino de los «supervivientes» de Tierra de Nadie, de los sucedido con sus habitantes y descendientes más allá de lo narrado en Jormungand. Se trata de una historia de aprendizaje, de autoconocimiento, con una investigación ―no podía ser de otra manera― sobre el pasado de los implicados y de los hechos y actos de tantas «inteligencias» que les han llevado hasta donde se encuentran y que han hecho casi inevitable el futuro enfrentamiento hacia el que avanzan. El que Bifrost seguramente deje con nuevas preguntas a cambio de las «viejas» sólo responde al gusto de Martínez de no darle a sus lectores todo mascado o tallado en piedra.

A lo largo de todo el volumen, tanto el electrónico con sólo la novela Bifrost como en la publicación en papel con las cuatro historias, el autor es fiel a su estilo desenfadado, con toques experimentales, ópticas narrativas sorprendentes, un ritmo adecuado en todo momento, una prosa bien cultivada y unas tramas imaginativas aún cuando todos sus giros no consigan sorprender por igual. Son aventuras amenas y desenfadadas, inteligentemente construidas, con fusión de estilos y temáticas, y en las que Martínez consigue hacer cómplices a sus lectores, implicarlos en lo narrado y conducirlos donde él desea, que quizás no es donde habían imaginado ir.

El Ciclo ha terminado, la historia ha visto como caía sobre el escenario el telón y ha sido un auténtico placer haber llegado hasta aquí. Ahora, por fin, la historia completa permite poner en perspectiva todos los relatos anteriores ―a muchos de los cuales el autor no se priva de realizar pequeñas referencias a modo de guiños hacia los lectores que le han acompañado, de una manera u otra, a lo largo de todo este camino― y las piezas, separadas por muchos años «creativos», terminan encajando en el tapiz. Tal vez, este final en concreto puede parecer un tanto insatisfactorio, demasiado abierto, demasiado brusco, demasiado en el «aire», demasiado al albur de la imaginación y las preferencias de cada lector. Y es verdad, como suele ser marca del autor, no existe una conclusión perfectamente cerrada. Pero si eres de los que no soportas quedarte con la duda, voy a hacer un poco de trampa y revelar un «secreto»: Bifrost, y con ella el Ciclo, termina aquí, en efecto, pero todavía queda un pequeño cierre para el Ciclo, «Cielo tomado: Una coda» donde, tal vez, solo tal vez, se pueda conocer el resultado de la misión de la Bifrost y su tripulación, y del destino de Cielo, antes La peonza, y de todos aquellos que allí confluían. Ahora sólo tienes que buscarlo ―una pista: ¿te suena “Drímar: el ciclo completo”? Pues eso―.

Recorrido de un extremo al otro el puente del arco iris... el viaje ha terminado.

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