miércoles, 6 de junio de 2018

Reseña: Estación Central

Estación Central.

Lavie Tidhar.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alethé. Madrid, 2018. Título original; Central Station. Traducción: Alexander Páez. 307 páginas.

¿Novela? ¿Recopilación de cuentos? Un poco de ambos. Estas son las historias de un puñado de personas —tomado el término en toda su amplitud— que viven en los alrededores o en el interior de la Estación Central, una inmensa estación espacial y centro comercial ubicada en un depauperado y en decadencia Tel Aviv. Una serie de relatos interconectados publicados en diversas revistas, revisados y recopilados aquí en forma de libro con algún añadido nuevo. Un conjunto que revela una fascinante novela en forma de caleidoscopio conformada por unas historias que se complementan las unas a las otros haciendo mucho más fuerte el conjunto que la suma de sus partes. Una novela sobre el recuerdo y las decisiones tomadas, sobre las bifurcaciones en el camino vital y las oportunidades perdidas. Sobre el alma humana, la fe, el diálogo y la tolerancia, la familia, el amor en todas sus vertientes, la otredad, el legado que deja la vida tras la muerte de la persona, el sueño del espacio y el regreso a casa —aunque siga siendo imposible volver al mismo sitio del que una vez uno se fuera—.

La estructura del volumen hace que la trama —si es que puede llegar a llamársele así— salte de un personaje a otro, profundizando en sus particulares historias y problemas, aunque manteniendo una singular unidad temática y espacial. La mayoría de las historias giran en torno a miembros de dos familias, los Chong y los Jones, habitantes desde hace tiempo del lugar, y cuyos destinos se han visto entrelazados de muy diferentes maneras. Ahora, con el retorno de Boris Chong a su hogar, la rueda se pone de nuevo en movimiento deparando extrañas sorpresas. Tidhar arroja a sus lectores directamente a la piscina, construyendo el marco de referencia sobre la marcha y sin rehuir temas de lo más polémicos, desde las relaciones «prohibidas» a la eutanasia.

Presenta las historias con un ritmo calmado, propiciando la reflexión, en el que los sentidos cobran especial importancia. Sobre ese Tel Aviv futuro flotan multitud de olores y sonidos del pasado que se solapan con los del presente de los protagonistas. Los recuerdos se sobreponen sobre la realidad, evocando sensaciones perdidas y que ya difícilmente se podrán recuperar. Es el de Tidhar un futuro con el aroma de un cyberpunk desvaído, sin la violencia y frenética acción habitualmente asociadas al mismo, y de un profundo transhumanismo, donde la mayoría de los personajes acarrean diversos tipos de mejoras en sus cuerpos y se codean con los Otros, IAs o mentes digitales no humanas que utilizan a algunos humanos como interface para comunicar ambos mundos.

El autor juega magistralmente la carta del «mostrar y no contar» introduciendo reveladores detalles dentro de la narración, referencias hábilmente colocadas a pequeñas pinceladas en el relato, hebras que se van entremezclando y van construyendo el tapiz fascinante de ese futuro. Un futuro que se va desplegando ante la mirada del lector conforme avanzan las diferentes subtramas, conformando un mosaico que sólo al final obtiene su imagen completa. La humanidad ha salido del planeta, estableciendo colonias en la Luna, en Marte y más allá, hasta el cinturón de asteroides, incluso una parte ha emprendido el largo camino hacia otros planetas a bordo de las naves Éxodo generacionales.

El Tel Aviv de la actualidad del relato es muy diferente de la ciudad de hoy en día, árabes y judíos parecen haber alcanzado una entente cordiale, y la urbe bulle de multiculturalidad, donde la religión y la fe siguen muy presentes, pero han evolucionado por caminos insospechados —incluso hay una Iglesia Robot—. Los robotniks —soldados ciborgs, parte humanos parte mecánicos— utilizados en las viejas guerras y ahora rechazados, malviven en las calles mendigando por recambios para unos cuerpos que se caen a pedazos. Los nietos de los refugiados de conflictos olvidados y de los trabajadores de la construcción de la Estación pueblan sus calles, dotándolas de un color especial y de una amalgama de lenguas y dialectos. Los experimentos genéticos de muy diversa índole, incluso introduciendo en la ecuación simbiontes alienígenas de procedencia marciana, han dado o están dando lugar a una nueva humanidad, conectada desde el nacimiento mediante un injerto llamado Nodo que mantiene a todos, o casi todos, los individuos dentro de la Conversación, una suerte de Internet que abarca el Sistema Solar al completo y que permite vivir a caballo de la realidad y la virtualidad, interactuando con personas que no están presentes pero como si lo estuvieran. Patean sus calles viejos buhoneros nacidos sin nodo que todavía aman los libros de papel, y atesoran las piezas de los antiguos equipos informáticos que se han convertido en ofrendas a los nuevos espíritus, los Otros, mientras nuevas formas de vampiros ansiosos por chupar los datos de los cuerpos y nuevas deidades caminan ofreciendo sus dones que quizá encierren maldiciones…

Pero aún queda lugar para el amor, por difícil que se antoje, y la ternura. Un robotnik enamorado de una joven humana, un hombre que vuelve del espacio para cuidar a un padre enfermo, dos muchachos que luchan contra la tradición y los prejuicios.

Saltando de una a otro, añadiendo nuevas capas de complejidad con cada intervención, aunque también provocando cierto desapego, el personaje secundario de una historia se revela como protagonista de la siguiente, y viceversa, enlazando unos relatos con otros, consiguiendo una curiosa trama temporal lineal repleta de desvíos al pasado. Los recuerdos cobran un peso especial, tanto cuando se intenta retenerlos como olvidarlos. El cambio inevitable, social, cultural, tecnológico, está siempre presente. Ciencia ficción en estado puro, jugando con multitud de ideas sugerentes o dolorosas, especulando no tanto sobre el futuro en sí, sino sobre la evolución del ser humano, sobre cómo la tecnología afecta a su desarrollo, Estación Central es una novela nostálgica que, sin embargo, destila un sutil optimismo, una mirada tierna sobre cada persona de manera individual, sobre sus miserias y arrepentimientos, y todo lo que están dispuesto a entregar para realizar sus sueños.

2 comentarios:

Javi dijo...

Igual es que soy muy paleto, pero me puse el otro día con esta lectura y me costó un mundo avanzar cada página. Al final lo he dejado en stand by y ya más adelante me lo leeré.

Saludos

Santiago dijo...

No creo que sea culpa tuya (mucho menos que seas paleto), cada cual tiene sus lecturas y esta quizá no fuera la tuya. No hay que forzar los gustos.
Si no te entra, pues no te entra. Por lecturas será...

Saludos