La Tierra Larga /3.
Terry Pratchett / Stephen Baxter.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Fantascy. Barcelona, 2016. Título original: The Long Mars. Traducción: Gabriel Dols Gallardo. 429 páginas.
Tercera entrega, de cinco, de la serie de mundos paralelos que se iniciara con La Tierra Larga a partir de una historia corta publicada por Pratchett en los años ‘80 del siglo pasado, The High Meggas, es, en lo básico y como sus predecesoras, una novela de «exploración en entornos “alienígenas”» —por mucho que lo alienígena sea una Tierra alternativa— con un cierto aroma de ciencia ficción «clásica»; una continua sucesión de revelaciones, de existencias paralelas, de ecosistemas extraños y fascinantes, de criaturas de evolución y fisiologías divergentes con las de nuestro planeta y de especulación sobre cómo hubieran podido ser la Tierra o Marte con unos mínimos cambios en su desarrollo a través de las eras. Una novela que viene cargada de referencias literarias y cinematográficas a grandes clásicos de la ciencia ficción —Dune, Star Wars, Star Trek, 2001 Odisea Espacial, Crónicas Marcianas…—, profundizando en el universo hasta ahora planteado, poniendo énfasis en situaciones de alguna manera ya conocidas y presentando nuevas maravillas, y que se desvela como un puente entre lo anteriormente sucedido y todo lo que todavía ha de venir. Buena parte del relato, poblado de viajes y de cartografiado de nuevas tierras, se convierte así en una suerte de «cuaderno de bitácora» donde quedan reflejadas las observaciones, experiencias y vivencias de los protagonistas a través de los diferentes mundos paralelos, con el aditamento de unas cuantas aventuras exóticas.
La acción de El Marte Largo tiene lugar entre los años 2040 y 2045, iniciándose justo con las consecuencias de la catástrofe que cerraba el volumen anterior, La Guerra Larga. Tras el cataclismo se produce una inmensa ola de emigración y de recolocación en nuevos asentamientos de la gran población afectada. En tres líneas prácticamente independientes, junto a los protagonistas recurrentes como Lobsang, Joshua Valienté o Sally Lindsay, vuelve a la palestra el padre de esta última, Willis Lindsay, a la sazón inventor de la caja cruzadora y responsable por ello de abrir la puerta a los humanos hacia todos esos mundos paralelos. Y lo hace con el proyecto de, gracias a las facilidades —relativas— que proporciona la existencia del mundo «bromista» conocido como La Brecha, alcanzar Marte e investigar si también el planeta rojo tiene una cadena de réplicas por las que poder desplazarse, algo en lo que embarcará a su hija y al antiguo miembro de la NASA Frank Wood. Simultáneamente Maggie Kaufman emprende una expedición al mando de dos dirigibles —o twains—, el USS Neil A. Armstrong II y el USS Eugene A. Cernan, que habrá de llevarle en un viaje de exploración a doscientos millones de saltos de la Tierra Datum —u «original»—. Y en paralelo a todo ello empieza a crecer la sospecha, entre unos pocos informados, de la existencia de una nueva inteligencia, un nuevo tipo de humano ya aventurado en la entrega anterior, que podría llegar a desplazar incluso al Homo Sapiens como señor de la Tierra y sus muchas réplicas, algo que se traducirá en radicales decisiones preventivas.
Detrás de toda la sugerente sucesión de mundos a explorar, auténtico leitmotiv de la serie, una de las características, para bien y para mal, de los libros para hacer avanzar las tramas es la creación de un complejo problema o dilema, no exento de peligro, que, no obstante, va a resolverse de forma relativamente rápida para dar paso enseguida a una siguiente etapa. Y es que cada novela está tan repleta de ideas imaginativas, de sentido de la maravilla, que en su afán por quemar etapas, y dada la particular idiosincrasia del relato que apenas permite recalar un tiempo mínimo en cada mundo singular y llamativo, Baxter y Pratchett avasallan a sus lectores con tal saturación de conceptos maravillosos que muchas veces llegan a sobrepasar su capacidad de retención y de asombro. Los protagonistas, embarcados en diversos tipos de viaje, saltan de mundo en mundo, a cada cual más imaginativo y repleto de maravillas, retratando lo que van descubriendo en cada uno de ellos, haciendo hincapié sobre todo en las divergencias que van encontrando en la flora y fauna, en la evolución biológica y geológica, conforme más se alejan del punto de partida, nuestra propia Tierra. Conforme se acerca el final de esta entrega los acontecimientos propiamente aventureros adquieren algo más de dimensión, primando algo más la acción sobre los descubrimientos que han ido acumulándose hasta ese momento.
Y es que El Largo Marte, salvo quizá en lo tocante a la trama del planeta rojo, aún con un mejor ritmo y una mayor profundidad en la especulación científica que suu predecesora, se siente de alguna manera como un libro de transición, de recapitulación y de «centro de una serie», sin que la trama más general avance realmente, salvo presentando más misterios que se unen a los ya existentes y que deberán ser resueltos en las próximas entregas —esperemos—. Básicamente, y de forma algo frustrante, pues los planteamientos son francamente interesantes, hay aquí mucha exposición —un auténtico documental científico con pinceladas filosóficas— y poca resolución, como si los autores se estuvieran guardando los fuegos artificiales para un futuro desenlace. No faltan interesantes teorías científicas, evolutivas y filosóficas, cantos pacifistas y a la concordia, peligros inesperados, descubrimientos tan chocantes como sorprendentes y exóticas civilizaciones que vienen a unirse a otras descritas anteriormente como la de los Beagles —dando además alguna de ella una necesaria pincelada de humor al relato general—.
Dentro de tanta exposición y a velocidad de vértigo —o de salto— las cuestiones ecologistas y humanistas de calado se encadenan, como ya sucediera en anteriores entregas, jalonando el viaje de dilemas morales y científicos de difícil respuesta. ¿Es una inteligencia superior motivo para arrogarse poderes sobre los más «lentos»? ¿Es lícito tomar decisiones sobre el «bien» de otros por el mero hecho de poder hacerlo y sin medir las consecuencias ni informar a los sujetos «beneficiados»? ¿Se puede entregar al dominio público cualquier tipo de descubrimiento sin medir las muy posiblemente catastróficas consecuencias? ¿Se puede juzgar al diferente según los baremos propios? ¿Cuándo puede prevalecer el «bien mayor» sobre el «mal menor»?...
Preguntas y tramas que quizá obtengan respuesta y desenlace en alguna de las dos entregas restantes, desgraciadamente de edición póstuma para Pratchett, The Long Utopia y The Long Cosmos.
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Reseñas de otras obras de los autores:
Pratchett y Baxter:
Terry Pratchett:
Stephen Baxter:
Stephen Baxter con Arthur C. Clarke:
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