lunes, 13 de noviembre de 2006

Reseña: El privilegio de la espada.

El privilegio de la espada.

Ellen Kushner.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Bibliópolis. Col. Bibliópolis fantástica nº 50. Madrid, 2006. Título original: The Privilege of the Sword. Traducción: Manuel de los Reyes. 318 páginas.

Como continuación de A punta de espada tengo que decir que me pareció mucho mejor aquella primera que ésta que nos ocupa. Donde en una había originalidad en ésta es un poco más de lo mismo. Y encima tenemos el problema del género al que adscribir lo narrado; porque esa es otra, ¿quién determina que esta obra pertenece al fantástico tan sólo porque aparece una ciudad indeterminada y ficticia en la que se desarrolla la trama? ¿Fantástico? ¿Por inventarse una ciudad que podría ser cualquier ciudad real dieciochesca? No hay en este libro ni magias de ningún tipo, ni seres inexistentes, ni monstruos imaginarios, ni razas inventadas, ni ninguna de las convenciones extraordinarias generalmente aceptadas por el público y que normalmente adornan el género fantástico. No sé, me parece tan literatura fantástica como podría serlo Romeo y Julieta (salvando las evidentes distancias literarias). Y el ejemplo de los amantes trágicos no está tomado en vano, sino que tiene mucho que ver con la narración. Es El privilegio de la espada una novela sobre grandes o pequeños y mezquinos amores, no sé, o sobre ambos tal vez; pero lo que importa es que todo el trasfondo es mero decorado para el desarrollo de las pasiones del corazón que impregnan todas las páginas, motivan a los protagonistas y se convierten en motor de los sucesos narrados.

Y es que, volviendo al tema del género, lo que tenemos entre manos es lo que, al menos antes y no sé si ahora todavía, se llama una novela rosa: llena de amores (posibles e imposibles), de cortejos, de tragedia y drama, de fornidos amantes (de ambos sexos) y de torturadas damiselas, de malvados pretendientes despechados y heroicos salvadores, de sexualidades a flor de piel,…

Bien está que se cambian algunos de los típicos elementos del género rosa, dando algo menos de tópico a la narración (como que el “encargado” de reparar el honor de cierta dama sea otra dama) y que todo ello está arropado de un entretenido ropaje de novela de capa y espada y de enredos políticos. Lo que sucede es que, donde en A punta de espada ésto era lo importante, ahora ha pasado a un segundo plano para dar más relevancia, mucha más, al romance. La intriga política que convertía la narración en un duelo en sí, el juego de los nobles por llevarse el gato al agua y cumplir sus ambiciones, el enfrentamiento entre los poderosos con sus viles jugarretas, sus ataques y contraataques donde las vidas de las personas carecían de importancia como meros peones de sus ambiciones, el trasfondo oscuro, tenebroso casi, barriobajero de La Ribera donde terminar muerto era cuestión de una palabra equivocada o una mirada amenazadora… todo eso ha quedado atrás, y ahora nos encontramos en esta El privilegio de la espada con una ciudad que pudiera parecernos nueva a los que ya caminamos por ella en la novela anterior. No menos válida para la narración, pero quizá sí menos interesante.

Ahora, en El privilegio de la espada, lo que importa son los salones de fiestas de los nobles, los bailes, dónde las jóvenes damas buscan ser presentadas en sociedad y sueñan con conseguir un apuesto, y adinerado, pretendiente. Allí, el Duque Loco (yo le habría denominado por un epíteto mucho menos cariñoso), Tremontaine, el Alec de A punta de espada, hará que su joven e inocentona sobrina se convierta en una espadachina para su propia defensa y la de su casa. Y esta premisa que podría dar para muchísimo (una joven usurpando el puesto y las prerrogativas de un espadachín en una sociedad marcadamente patriarcal y machista, en la que el honor de la nobleza se demuestra en duelos de campeones alquilados) se convierte tan sólo en una excusa para deshacer un par de entuertos sentimentales, para satisfacer algún necio impulso vengativo y para asistir al despertar sexual de una muchachita que no se entera demasiado de la distinción entre sexos (aunque de eso quizá tenga la culpa su tío el Duque, que no le hace ascos ni a la carne ni al pescado ni al ningún tipo de “alimento” intermedio), mientras descubre que su cuerpo es algo más que una percha para llevar la ropa.

Entre todo ello, la trama es entretenida, de las que se dejan leer con agrado, pero sin aportar tampoco nada nuevo (todo el “escándalo” que podía provocar las tendencias sexuales de algunos de los protagonistas, están ya asumidas por la lectura del primer libro, aunque aquí estén llevadas al extremo). Lo que más me ha llamado la atención, como un acierto, es la importancia que cobra como hilo conductor de la narración un libro que empieza a leer la protagonista, titulado El espadachín cuyo nombre no era Muerte, y que servirá de clave para las comunicaciones de las dos jóvenes damas y que, convertido en obra de teatro, se trasforma en parte del escenario cobrando una sutil importancia. El tal libro, ficción dentro de la ficción, es, otra vez, una especie de Romeo y Julieta, final trágico incluido, que influenciará enormemente la forma de actuar de las muchachas, enfrentado lo literario con lo “real” de lo que están viviendo y sufriendo.

Lo peor, esa indefinición en el género literario, y el haber convertido la ciudad innominada (un personaje más, al fin y al cabo) donde se desarrolla la acción de un lugar oscuro y tétrico a un sitio casi “luminoso”.

Lo mejor, un irónico sentido del humor, que impregna muchos de los diálogos, sobre todo en los enfrentamientos dialécticos del Duque Loco tanto con amigos como con enemigos, y el delicado equilibrio descriptivo que hace de este personaje el ser repugnante, atractivo e intrigante a un tiempo en que la ha convertido la autora. Y junto a ello, ese final, sorprendente tanto por lo brusco como por lo coherente y acertado, que cierra el libro, pero tal vez no la serie, con un broche sangriento.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No estaría de más que reseñases el anterior libro también ;)

Vic

Santiago dijo...

Hombre, creo que la crítica a la novela anterior está implícita en la de esta; pero ya me lo plantearé, ¿vale?

Saludos