Miguel Córdoba.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones El Transbordador. Málaga, 2016. Edición digital (ePub). 178 páginas.
Bienvenidos a Gran Salto, una pequeña localidad de ubicación incierta donde tienen lugar los más extraños y luctuosos sucesos para enorme desazón de sus habitantes. Desde perros que se vuelven locos, emiten gemidos que suenan humanos y atacan sin razón a todo bicho viviente hasta muertos violentamente asesinados que no están exactamente muertos sino que mantienen conversaciones cuando nadie puede observarlos, desde una autora que puede leerse en novela ajena convertida en personaje, hasta un extraño forastero que trae en cuatro sobres escrito el destino de otros tantos muchachos. Un forastero que quiere que se deje de construir la ciudad, a cualquier precio, por cualquier medio. Surrealismo, fantasía, metaliteratura, pinceladas de horror, incluso un poquito de gore, y un sutil toque de ciencia ficción, junto a una prosa de lo más agradable, configuran el interés de una novela que no deja indiferente. Una obra que, tras haber sido primero autoeditada por su autor, El Transbordador tuvo el gran acierto de recuperar en 2015 para inaugurar su línea editorial, dándole así el envoltorio que se merecía. Ciudad de Heridas es una lectura para elucubrar, para intentar descubrir a dónde quiere Córdoba llevar a sus lectores, o de qué modo puede hacer que terminen confluyendo unas tramas en apariencia irreconciliables. Una construcción laberíntica, en ocasiones desconcertante, que se cierra sobre sí misma y depara más de una sorpresa y sobresalto.
El inspector «Rodri» Sánchez, en medio de una crisis de inusitado tamaño en toda la ciudad, acude al domicilio del reputado escritor Damián Mustieles para investigar el homicidio por su parte de toda su familia, mujer y dos hijos, y su posterior suicidio. Pero las cosas no están tan claras como en principio pudiera parecer, y el que las cadáveres de los hijos empiecen a hablar entre ellos una vez que todo el mundo haya abandonado la habitación donde se encuentran y que tras la puerta cerrada, lejos de la vista de testigos, sus cuerpos cambien de posición, parece un buen indicio de que algo raro, muy raro, está sucediendo. Mientras tanto la también escritora Gabriela Flanagan se va a encontrar de pronto, tras el ataque de un perro, a cargo de un puñado de niños, junto a Dorotea, maestra de estos, y a Max Yum, un hombre que antaño fuera amigo del autor fallecido. Cuando Gabriela comience a leer un manuscrito de Mustieles que se encuentra inexplicablemente en una mesilla del dormitorio de la cabaña ubicada en las Montañas del Norte en la que se han refugiado, cabaña que había permanecido cerrada y abandonada desde hace años, el suelo parecerá retirarse de debajo de sus pies, teniendo que enfrentar sucesos y revelaciones imposibles, que harán, literalmente, tambalearse todo su mundo.
Esta novela, en sus múltiples facetas, desafía cualquier intento de clasificación, aunque se pueda afirmar que la sensación mayoritaria que subyace bajo todo su entramado es de incertidumbre e inquietud, de desasosiego, suspense, horror y extrañeza. Hay situaciones escalofriantes, como el de la utilización de cierta cuchilla de afeitar, y otras terribles, como cuando empiezan a producirse los ataques de los perros enloquecidos por un agente alienígena. Y, sobre todo, domina la sensación de surrealismo, de enfrentarse a sucesos de lo más alienante, sucesos que trascienden cualquier explicación racional, con conexiones entre realidad y ficción de lo más evanescente, y ominoso. Todo en Gran Salto suena a la vez cotidiano y extraño, como la mezcla de nombres y apellidos de procedencias de lo más exótico junto a otros de los más cercanos, y donde la propia ciudad retrotrae a alguno de esos pueblos residenciales de tantas novelas de Stephen King, a Cuenta conmigo, pero con ramalazos de los más patrios.
La presencia de los Ratas Azules, Damián, Max, Jaime y Andrés, cuyos destinos profetizó un extraño forastero, un hombre alto con aspecto de zancudo, calado de estrambótica chistera y poseedor de una enigmática mirada en sus ojos color violeta, se transforma en el hilo conductor y punto de unión de las diversas tramas. Pasado y presente, realidad y ficción, se conectan de forma magistral, y el relato literario de hechos de juventud tiene ecos en la situación presente de unos adultos que no tienen explicación para lo que les está sucediendo. Y mientras tanto, el forastero sigue insistiendo en que la ciudad debe dejar de construirse. Cierto es que la propia estructura del relato hace que los caracteres no estén perfilados en profundidad, pero también lo es que se llega a conocerlos por lo retratado, sobre todo, en la novela dentro de la novela.
Córdoba desafía la lógica y las leyes de la física para ofrecer una historia a medio camino entre lo abiertamente surrealista y lo llamativamente estrambótico, que termina revelándose no obstante con una firme base. Ciudad de heridas es un laberinto abocado al caos, pero en el que gracias al buen pulso del autor se termina encontrando el camino y saliendo victorioso, ofreciendo una historia redonda en todos los sentidos. Dos novelas inextricablemente unidas, sin que pueda anticiparse qué es ficción y qué realidad —dentro de la propia ficción—. La obra de Mustieles se adueña de casi la mitad de las páginas mientras Gabriela Flanagan la lee, y lo que va leyendo da claves para entender, de forma distorsionada, ese mundo en que la escritora y sus compañeros se han visto obligados a huir del peligro de los perros asesinos. Dos autores, pero, ¿cuál de los dos está escribiendo, recreando, al otro? ¿En qué modo están conectados? ¿Cómo les afecta leer una obra escrita por uno de sus «personajes» en que ellos mismos actúan como protagonistas?
Podría resultar complejo o lioso, pero es más difícil explicarlo que leerlo. Por mucho que sea cierto que la lectura necesita de la implicación activa y del interés del lector para no perderse detalles vitales, también lo es que Córdoba la hace fácil y atractiva, sin particulares escollos que entorpezcan su desarrollo y con una efectiva prosa sencilla de seguir. Lo cierto es que al final el «puzzle» de escenas iniciales aparentemente deslavazadas e inconexas termina ofreciendo una imagen en relieve cabal y completa. Un laberinto, sí, pero con una explicación totalmente coherente —o al menos consistente— para toda la serie de sucesos de apariencia tan inexplicable que se antojan hasta imposibles, que dejan satisfecha la curiosidad y el deseo de una conclusión.
Tras haber experimentado la obra de Córdoba en orden inverso, leyendo primero Los tres abismos de Damián Mustieles, donde se recogen las tres novelas escritas por el autor del título a las que se hace referencia dentro de este Ciudad de Heridas, me atrevo a recomendar a los neófitos que enfrenten la lectura de esa misma manera, sin conocer la respuesta al misterio que se encierra tras las vivencias de los habitantes de Gran Salto, de modo que la sorpresa permanezca hasta el final manteniendo toda la intriga. Son lecturas que se potencian y que juntas se disfrutan mucho más, mientras se van uniendo los puntos y referencias, se contrastan las influencias y se corrigen los juicios y suposiciones... Se me antoja que es muy posible que leídas en orden de publicación se rebaje un tanto el misterio de las dudas que generan las tres obras de Los abismos, esa agradable extrañeza que el no conocer de antemano los parámetros en que se mueven produce en el lector. En todo caso, se lean en el orden en que se lean, el conjunto de ambos volúmenes resulta todo un acierto.
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