Juan A. Fernández Madrigal.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones El Transbordador. Col. Diversiones # 3. Málaga, 2017. 28 páginas.
Digresión (según el diccionario de la RAE): Del lat. digressio, -ōnis. Acción y efecto de romper el hilo del discurso y de introducir en él cosas que no tengan aparente relación directa con el asunto principal.
Básicamente el título define a la perfección los cuentos reunidos en esta breve antología que El Transbordador regala a sus lectores como tercera entrega de su colección Diversiones. Relatos con un planteamiento que parece indicar un rumbo y que, ante una revelación esclarecedora, toman una dirección diferente o inesperada. Relatos en general muy breves, sin llegar a la consideración de micro o ultracortos, ocho en apenas veintiocho páginas, en los que Fernández Madrigal bucea en algunos de sus temas predilectos, pero sin llegar a la profundidad y recovecos de obras de mayor longitud y calado. Tienen más la apariencia de auténticos divertimentos, de ocurrencias simpáticas, a veces anécdotas o chascarrillos reconvertidos en literatura, que de obras con mayor intención, pero también es cierto que se agradecen su frescura y desenvoltura. Hay homenajes a películas y autores famosos, robots en busca de la cuna de su civilización, ingenieros de la antigüedad enfrentados al paso del tiempo y de su obra, ácidas reflexiones sobre nuestro presente reflejado en la inconsistencia del futuro...
Paradigmáticos del enfoque de la recopilación son el primer relato, Siempre quise ser Sarah Connor, en que se presenta un Terminator pisando sobre las cenizas de un paisaje desolado antes de que un pequeño detalle cambie todo el enfoque y desvele la realidad de lo que se está contemplando. Y el segundo, De la interpretación algorítmica de intenciones, donde un suceso dramático tiene consecuencias irónicamente divertidas debido al hartazgo causado por los comerciales de ciertas compañías.
Hay crítica social, humana, como en La tranquilizadora fragilidad de la codicia, con un aviso para quienes van al negocio fácil sin estudiar todos sus ángulos, o en La sabiduría del pasado, que mira con dureza la degeneración de la cultura y los modos lingüísticos a los que se va abocado el futuro. Otros son guiños con el lector como espectador, jugando con la percepción y las preconcepciones, invitando a descubrir por dónde va a salir el autor, echando mano del acervo popular y dándole una irónica vuelta, como en Los robots de Mikene, donde la interpretación de lo encontrado en una excavación arqueológica depende mucho del ojo de quien desentierra los tesoros del pasado en busca de un origen mítico. Y hay homenajes como el de Donde se extienden las sombras que retrotrae a cierto poema que no puede estar más presente en la mente de todo buen amante de la fantasía épica.
Pero quizá el mejor y más profundo relato sea precisamente el más largo de ellos, El nombre del arquitecto, con una preciosa versión de ciertos mitos griegos que encierran aquí su propia moraleja y mensaje. Conocido el mito original no se ofrecen giros sorpresas o una ruptura del hilo en sí mismo, pero sí un interesante juego de consecuencias enlazadas y un palpable aire de melancolía.
Pero quizá el mejor y más profundo relato sea precisamente el más largo de ellos, El nombre del arquitecto, con una preciosa versión de ciertos mitos griegos que encierran aquí su propia moraleja y mensaje. Conocido el mito original no se ofrecen giros sorpresas o una ruptura del hilo en sí mismo, pero sí un interesante juego de consecuencias enlazadas y un palpable aire de melancolía.
Este Digresiones, quizá con un tono menor que obras de mayor longitud y calado del autor, sirve no obstante como una espléndida oportunidad para hacerse una idea de la calidad de la excelente prosa de Fernández Madrigal, y de algunos de los temas que gusta de tratar, aunque no tanto para capturar su auténtica profundidad, complejidad y retorcimiento. Un regalo «envenenado» que invita sibilinamente a adentrarse más en su obra.
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