Pedro Moscatel.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Cazador de Ratas Editorial. Cádiz, 2018. 184 páginas.
Es esta una novela corta cuya trama juega al despiste con el lector, o quizá sea que tiene demasiado dentro de sí misma como para abarcarlo en la distancia en que lo abarca y a veces se atropella a sí misma, con continuos giros, algunos de lo más desconcertante, y una historia de terror dentro de otra, u otras, que puede por un instante producir lapsus de confusión hasta que todo se «aclara» en el desenlace —¿o tal vez no?—. Enmarcada decididamente en el género de horror, tal vez incluso en el del terror, el autor propone una historia muy rápida, encadenando situaciones que no dan respiro al lector, proponiendo misterios hasta que un nuevo giro de la trama viene a desenredar la madeja en que la trama se ha convertido. Entre el pulp y las películas de serie B de científicos locos, psicópatas asesinos y líderes iluminados, entre el misterio y la serie negra, y algo de espionaje, supremacistas nazis, sectas, sicarios entregados y especulación urbanística, Moscatel despliega con efectismo todo un batiburrillo de ideas y temas que terminan conjuntando sorprendentemente bien.
En medio de la noche Carlos conduce una furgoneta por una apartada carretera comarcal mientras tiene una surrealista conversación con su hermano. Surrealista porque su hermano, al parecer, está muerto. Y no sólo es que esté muerto, sino que además ha sido él quien lo ha asesinado. Carlos es un auténtico sociópata, un asesino confeso desde la primera página, y hace gala de un humor un tanto básico, socarrón, que esconde una personalidad fracturada. Pero nada podría haberlo preparado para lo que va a vivir en Torrenova, una población levantada de la nada —¿cómo no pensar en los años de urbanismo desatado del reciente pasado?— por un oscuro magnate llamado Roberto Henschell, de llamativo pasado e incógnitas intenciones. Nada más entrar en la tranquila, casi vacía, población va a sufrir un accidente que le hará despertar en la enfermería improvisada en la misma casa de la médico del lugar. Y a partir de ahí todo va a ser cuesta abajo. Descubrirá que hay horrores que campan por las calles cuando cae la noche; aunque para su desgracia de igual manera que lo sabe lo olvidará, teniendo que lidiar con el problema de una forma desprevenida.
El horror acecha en los lugares más tranquilos |
El relato depara un buen número de sorpresas, de una forma harto desquiciada y desenfadada, surrealista en ocasiones, sacándose conejos —o mutantes— de la chistera en otras. Hay en el relato tanto un horror físico, palpable, de mutilaciones y horribles ritos iniciáticos o de monstruos que se arrastran, que corren, que se reproducen y atacan sin aviso —sí, el bicho de boca de lamprea no aparece en la portada simplemente por llamar la atención—, como un horror psíquico, mental, de voces en la cabeza, de personalidades traumatizadas, de pasajeros y demonios interiores que no dan tregua ni descanso.
Y, más allá de todo ello, se hace palpable un horror mucho más cercano, el de los humanos para con otros humanos, que se ejemplifica aquí en una sola palabra: eugenesia. Un tema muy presente en la trama. Si bien podría considerarse lícito buscar la mejora y perfeccionamiento del ser humano en temas como la erradicación de enfermedades genéticas o cuestiones similares, resulta difícilmente justificable cuando el objetivo es manifestar una supuesta supremacía de unas personas sobre otras, cuando su sustrato es la discriminación, la dominación o la erradicación de unos rasgos que algunos consideran inferiores o indeseables, cuando se busca alzar a esos pocos sobre el común de los mortales. Ejemplos tenemos a lo largo de la Historia, aunque Moscatel tiene el acierto de dotar a la «mejora» de un giro cuasi lovecraftiano que mejor deberá descubrir cada lector. Al fin y al cabo la esencia del pulp se encuentra en el corazón del relato.
Además, demostrando que se trata de una obra que también mira al futuro, hay en ella cierto transhumanismo, una ciencia ficción de futuro inmediato mezclada con terror primigenio eso sí, palpitando en la trama, un paso evolutivo hacia el siguiente nivel de la humanidad de difícil aceptación y cuya plasmación tiene mucho que ver con el título de la obra. Un título, por otra parte, que más bien hace referencia a una parte y no al todo del relato que trasciende con mucho ese momento y personaje concreto. Hay un imperativo, una orden a cumplir para entrar a formar parte del nuevo orden del Ultra Sapiens. Una renuncia nada sencilla. No siempre es grato ser uno de los elegidos. No siempre resulta como se esperaba.
Te prohíbo volver a dormir se lee del tirón gracias a un ritmo muy rápido, quizá un tanto irregular pero que no da descanso, y a una prosa tan sencilla como desenvuelta. El narrador, siguiendo en casi todo momento el punto de vista de Carlos en tercera persona, no siempre resulta fiable, se guarda cosas, calla detalles que irá deslizando más adelante. Las sorpresas, plantadas en el relato desde su inicio, no paran de retorcer la trama sobre sí misma, cambiando los parámetros y las elucubraciones mentales del lector una vez tras otra de una forma de lo más desvergonzada. Una obra ligera, osada, desinhibida, entretenida y descarada que se lee del tirón y se cierra con una sonrisa irónica tornada de pronto en rictus en el último segundo, en las ultimisimas páginas.
—Como dato anecdótico, el libro como objeto físico en sí debe de ser bastante digerible, pues mi perra literalmente se lo comió (bueno, las portadas y una quincena de páginas del principio y el final) en un ataque de venganza por haberla dejado sola en casa y no le resultó indigesto en absoluto. ¿Puede haber ahí una metáfora inesperada?—.
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