John Wyndham.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Alianza editorial. Col. Runas. Madrid, 2019. Título original: The Chrysalids. Traducción: Catalina Martínez Muñoz. 205 páginas.
Publicado originalmente en 1955, la intencionada indefinición de la causa del apocalipsis conocido como la Tribulación —se puede sospechar su naturaleza vistos los efectos, pero en ningún momento se confirma fehacientemente como tal— y la definición de ese mundo futuro dominado por un integrismo que bien podría rastrearse hoy en ciertas partes de las sociedades de nuestro entorno —incluida la nuestra— hacen que la novela no haya perdido un ápice de fuerza, mostrándose inquietantemente de actualidad. Autor de clásicos indiscutibles como El día de los trífidos o Los cuclillos de Midwitch Wyndham presenta en esta ocasión una historia postcatastrofista de manual, donde lo importante para mantener su vigencia es la constatación de aquello que están dispuestos a hacer los supervivientes para mantener ciertos visos de civilización y seguir adelante. El retrato de la intolerancia y del estricto cumplimiento de una ley inamovible, aunque de orígenes cuestionables, hace de Las crisálidas una obra atemporal. El aditamento de unos protagonistas que se descubren diferentes y deben esconder lo que son a toda costa consiguen un relato intenso, atractivo, estremecedor y entretenido. Ciencia ficción postapocalíptica, thriller de misterio o fantasía oscura, no importa la definición, importa un contenido que todavía hoy se presenta muy actual. Una obra en la que laten preguntas tan difíciles de contestar como eternas de alguna manera: ¿Qué significa y quién define lo que es ser humano?
Pero lo que nadie sospecha en Waknuk es que David, Rosalind y algunos otros de los jóvenes del distrito ocultan un secreto. Todos ellos presentan una aberración que los condenaría de inmediato de salir a la luz: tienen la capacidad de comunicarse con la mente, sin necesidad de encontrarse cara a cara con los otros, proyectando imágenes, emociones, sensaciones y recuerdos en los pensamientos de los otros. Una desviación psíquica, cercana a la telepatía, que les marca como diferentes y que va a obligarles a una doble vida, ocultando de lo que son capaces. ¿Podrán huir si son descubiertos o serán sacrificados en aras de la pureza genética e ideológica de la comunidad? ¿Tienen siquiera a dónde ir en un mundo tan hostil a la vida tal y como la conocen?
Las crisálidas es una novela hija de su tiempo, de la posguerra y la Guerra Fría, en la que es fácil rastrear alusiones a los problemas y temores del momento y de su pasado más reciente, desde la amenaza atómica a los horrores asociados a ideales que llevaron a la para entonces no muy lejana II Guerra Mundial —la pureza de la raza, la supremacía, el pensamiento único, el totalitarismo…—. Y, no obstante, la gran mayoría de sus temas principales siguen tristemente de actualidad. La xenofobia, el miedo y rechazo al otro, el fundamentalismo y extremismo religioso y social, el peligro de los dogmas inflexibles y del pensamiento único, la tentación del control a cualquier precio, el enemigo interior y el rechazo al que viene de fuera, la estandarización de la «normalidad», los lazos familiares y el amor fraterno —o la falta del mismo y sus consecuencias—, la aceptación del grupo, el conformismo e inmovilismo…
La obsesión por una supuesta pureza genética, en las personas, plantas y animales, apuntalan una sociedad totalitaria en que la amenaza de las mutaciones conlleva una respuesta firme e inmisericorde. La postura del padre de David, Elias, estricto y rígido cumplidor —y ejecutor— de la norma, contrasta con la de algunas personas más abiertas de miras, más conscientes del mundo que se extiende más allá de los límites del distrito, como la de su tío Axel, quien sin embargo guarda silencio ante la intolerancia y la cruel imposición de la ortodoxia. El miedo al ostracismo o al castigo es el mejor medio de los fanáticos para hacer que se cumpla su ley.
La obsesión por una supuesta pureza genética, en las personas, plantas y animales, apuntalan una sociedad totalitaria en que la amenaza de las mutaciones conlleva una respuesta firme e inmisericorde. La postura del padre de David, Elias, estricto y rígido cumplidor —y ejecutor— de la norma, contrasta con la de algunas personas más abiertas de miras, más conscientes del mundo que se extiende más allá de los límites del distrito, como la de su tío Axel, quien sin embargo guarda silencio ante la intolerancia y la cruel imposición de la ortodoxia. El miedo al ostracismo o al castigo es el mejor medio de los fanáticos para hacer que se cumpla su ley.
Con un tono suave, cadencioso, y a través de una emocionante aventura, con una creciente tensión en la sensación de Espada de Damocles pendiendo sobre los protagonistas, Wyndham plantea la manera en que las comunidades establecidas lidian con la diferencia de la norma impuesta por ellas mismas. Históricamente ha sido el racismo, el color de la piel, lo que se imponía. En el futuro de David y sus amigos es la desviación genética de un ideal impuesto con motivaciones religiosas, aunque muchas veces lleve asociado un componente de excusa para imponer las ideas propias, ejercer el poder de manera férrea y sojuzgar a los demás para intentar conseguir un beneficio propio, convirtiéndose así en una crítica no exactamente a la religión en sí misma, sino a los fanatismos y totalitarismos que se sirven de la misma para imponer su visión del mundo sobre la de los demás. La confrontación es inevitable en el momento en que surge la duda, cuando los individuos se hacen conscientes de la injusticia, y estupidez al fin y al cabo, de la imposición e intentan lograr lo mejor para sí mismos.
Las crisálidas es en ese sentido un canto por la tolerancia, por el respeto y aceptación del diferente, que juega precisamente con el radicalismo para hacer más poderoso su mensaje. El cambio no sólo es necesario y deseable en toda sociedad, sino algo imposible de detener. El inmovilismo solo conduce a la cerrazón y a la confrontación. ¿Define la forma al ser humano? ¿No tiene todo individuo derecho a tener un hogar, a pertenecer a una comunidad —que debiera ser de carácter mundial— que les acepte con todas sus peculiaridades y no les condene por sus diferencias? La novela es un viaje de crecimiento hacia todo el potencial de unas personas, unos jóvenes, que se ven constreñidos en los modelos marcados por sus mayores. Una denuncia de la intolerancia, un canto a favor de la apertura de miras y un abrazo al cambio como motor de una sociedad sana. Aunque todo paraíso puede esconder su serpiente.
La mutación es imparable, el cambio, como avance, es deseable, aunque en muchas ocasiones sea doloroso. A veces hay que dejar atrás a quienes no pueden cambiar. Así el mensaje de Wyndham peca de ambivalente. ¿Cómo no se va a resistir y luchar con todas sus fuerzas quién ve que su mundo, que uno mismo, queda obsoleto? ¿Debe siempre sobrevivir el más apto, no hay lugar para la convivencia? El final deja con un poso de optimismo y de amargura, constatando que quizá quien haya de salvar la situación de cuenta de las mismas justificaciones que aquellas de las que se huía, juez, jurado y verdugo. Es un cierre en el que el posible final feliz queda ensuciado de nuevo por una supremacía mal entendida y ejecutada. El mundo es un lugar de contrastes, pero es difícil huir de la naturaleza humana, y la deformidad muchas veces está escondida de la vista, envuelta en un bello y atractivo ropaje.
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