viernes, 26 de febrero de 2021

Reseña: El día de los trífidos

El día de los trífidos.

John Wyndham.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alianza editorial. Col. Runas. Madrid, 2021. Título original: The Day of the Triffids. Traducción: Catalina Martínez Muñoz. Ilustración de cubierta: Octavi Segarra. 259 páginas.

Publicado originalmente en 1951, El día de los trífidos es uno de los grandes clásicos seminales de la literatura postapocalíptica. Sin ser en absoluto el primero que trataba este tipo de temas, Wyndham sí que aglutinó y estableció con esta novela buena parte de los postulados más reconocibles, y luego recurrentes, del sub género hasta nuestros días, siendo de enorme influencia —consciente o no— en obras posteriores, incluyendo algunas tan relativamente recientes como la reconocida The Walking Dead —y la referencia no es baladí, porque quien lea ambas verá que en TWD hay ciertas secuencias que parecen directamente entresacadas o inspiradas por algunos pasajes de El día de los trífidos—. Editada en varias ocasiones en nuestro país y ahora acertadamente recuperada por Runas, a día de hoy la novela debe de ser leída como una suerte de ucronía o historia de una realidad paralela, en un mundo situado alrededor de los años 50 del siglo XX donde la URSS se mantenía hermética y amenazante detrás del Muro de Acero, la posibilidad de una hecatombe atómica pendía sobre el planeta y gran parte de los hombres todavía permanecían anclados en un pensamiento retrógrado del papel de la mujer en la sociedad. Partiendo de este enfoque, y consciente de la época en que fue escrita la novela, el lector va a encontrarse con una gran aventura de supervivencia, resistencia y elecciones imposibles en medio del colapso de un mundo lleno de amenazas que nunca volverá a ser el mismo.

Bill Mansen despierta con los ojos vendados en un hospital en Londres. Tras haber sufrido un percance que podría haberle dejado sin vista y que le ha mantenido una semana ingresado, esa mañana debían quitarle las vendas y descubrir si todo había ido bien. Pero una inusitada calma empieza a inquietarlo: no escucha el habitual ruido del tráfico en la calle al que está acostumbrado, ni el de las enfermeras haciendo sus rondas o el carraspeo, toses o requerimientos de los otros enfermos… Algo extraño sucede. Una inquietante sensación que va incrementándose conforme nadie le trae su desayuno o acude a su habitación en respuesta a sus llamadas. Cuando se atreve a retirarse él mismo las vendas descubre que algo inusitadamente malo ha ocurrido: todas las personas con las que se encuentra se han quedado ciegas tras asistir a una espectacular lluvia de meteoritos. Un fenómeno que llenó los cielos de brillantes y cautivadores luces verdes que duraron el tiempo suficiente como para poder ser observadas desde cualquier país del orbe. El mundo ha cambiado irreparablemente. Una situación dramática y caótica que se va a ver agravada cuando los trífidos, unas extrañas, peligrosas y agresivas plantas cultivadas —o pastoreadas— para el aprovechamiento comercial de los aceites que de ellas se extraen, empiecen a campar a sus anchas. Muy pocos humanos han conservado la vista, y los pocos que lo han hecho se ven en una situación comprometida, como Josella Payton, una joven de origen acomodado obligada ahora por la fuerza a actuar de lazarillo de un hombre violento y sádico de quien Bill libera. Juntos van a intentar adaptarse lo mejor posible a su nuevo mundo, pero no resulta nada sencillo. Tienen que cambiar toda su mentalidad anterior, todo lo que daban por asumido. Y el camino está lleno de peligros.

Acompañando a
Bill en sus vivencias en un relato en primera persona, la novela se centra en sus primeros compases en las consecuencias de la repentina ceguera de la mayor parte de la población, mostrando reacciones de todo tipo, desde quienes no soportan vivir en un mundo así y prefieren una salida rápida, a quienes se plantean la forma de construir una nueva realidad. Es sólo cuando ha dejado los parámetros de la supervivencia firmemente asentados cuando el autor gira el foco hacia los trífidos, presentes desde el mismo principio, pero que solo entonces empiezan a mostrar toda su amenaza.

Si ya es terrible quedarse ciego de repente y encontrarse perdido en una ciudad que se creía conocer hasta ese momento, descubrir los problemas para proveerse de alimento y refugio, y lidiar con los peligros asociados a la falta de vista —obstáculos inesperados, escaleras por las que se puede caer, puertas cerradas que te impiden acceder a los recursos, falta de pericia con las herramientas que antes se podían haber manejado con soltura…—, más lo es encontrarse con un enemigo que no se esperaba. Un enemigo letal, que convierte a los humanos en su presa y que puede atacar de forma sigilosa e inadvertida sin aviso previo. Para consternación de los protagonistas, conforme avanza la novela los trífidos van a ir haciéndose más y más presentes.

Bill,
un biólogo especializado en el estudio de los trífidos, aunque él mismo reconoce sus enormes lagunas en su conocimiento, y acostumbrado a trabajar con ellos, tras el desconcierto inicial, se muestra como alguien reflexivo e intuitivo, capaz de anticipar muchos de los problemas con los que la humanidad, o sus restos, habrá de enfrentarse a partir de ese momento, y buscar soluciones. El mundo agonizante todavía ofrece muchas posibilidades, y deben aprovecharlas antes de que se echen a perder, desde la ropa, los útiles médicos, los libros técnicos con los que salvar algo del conocimiento moderno a los vehículos cuyo combustible no durará en condiciones de uso para siempre. El protagonista no se acomoda ni busca la salida fácil y, a pesar de todos los tropiezos, es el primero en advertir a los supervivientes del peligro de las enormes y mortales plantas que ahora campan a sus anchas. Aunque, como a la mitológica Casandra, tampoco es que le hagan mucho caso de inicio.

Wyndham, recogiendo inquietudes que ya estaban presentes en otros autores, sienta las bases que luego serán utilizadas y recicladas una y otra vez en novelas postapocalípticas posteriores, y que quizá por ello resultan tan reconocibles para el lector. La revelación de la catástrofe, el colapso de la civilización, la dura asimilación de la nueva realidad, la búsqueda de alimento y otros productos de primera necesidad, el saqueo de los comercios —qué curioso que tantos autores piensen que una de las primeras cosas que harían los supervivientes en esta situación sería ir al pub o bar más cercano a ahogar las penas—, las luchas de poder, la creación de nuevas élites respaldadas habitualmente por el uso de la fuerza, el desmoronamiento social, la esperanza contra toda evidencia de que la ayuda está por llegar, la naturaleza que va reconquistando los espacios robados por la humanidad, el periplo campestre, el aislamiento, el encuentro no siempre placentero con otros supervivientes, el intento de formar comunidades autosuficientes y la realidad del duro día a día, el intento de generar energía propia, la violencia y el asedio de enemigos exteriores —ya sean otros humanos, trífidos o zombies (no, no hay zombies en la novela, pero el lector avispado verá que ni falta que hacen)—, el renacimiento de nuevas formas de feudalismo y de esclavitud...

No obstante, y contra lo que suele suceder en tantas obras postapocalípticas posteriores, el autor ofrece desde el principio una explicación tanto al fenómeno de la ceguera como al de la aparición de los trífidos  —aunque el segundo capítulo, repleto de exposición casi directa sobre el origen de las plantas, resulte chocante frente al ritmo general de la novela, mucho más fluido—. Casi al final de la novela
Wyndham incluso se permite jugar a poner en duda la propia historia establecida sobre el paso del cometa y la lluvia de meteoritos, y ofrece una segunda posibilidad muy acorde de los tiempos de posguerra en que fue escrita la novela, pero aún así en ambos casos queda una explicación de lo más satisfactoria.

Mientras tanto, la naturaleza humana enfrentada a una situación extrema crea propuestas de supervivencia enfrentadas e incompatibles, desde sociedades polígamas decididas a repoblar la tierra, pero a costa de discriminar a las bocas inútiles —los hombres invidentes, las mujeres ciegas serán mantenidas como meras reproductoras esperando que sus hijos sí que conserven el sentido de la vista— a otras que invitan, incluso por la fuerza, a los videntes a buscar recursos para mantener a la población ciega, o una parte de ella al menos, aún en detrimento de sus propias posibilidades de supervivencia. Todos tienen sus razones y todas parecen buenas en esas circunstancias. Wyndham muestra las diferentes maneras de enfocar la supervivencia después de la catástrofe, desde la más analítica o la más fundamentalista. Desde quien intenta ayudar a los demás a quien tan solo busca su provecho a río revuelto.

En el país de los invidentes el vidente es el rey… o el esclavo. El autor, con una buena carga de crítica social, explora la manera en que los seres humanos reaccionarían a unas circunstancias que han cambiado su mundo de forma tan radical. Desde el altruismo al egoísmo extremo. La novela es básicamente una huida hacia adelante, la historia de una búsqueda y un viaje por la supervivencia a través de un paisaje desolado y desolador. Cuando no todo el mundo puede salvarse, cuando hay que decidir a quién ayudar y a quién dejar atrás, hay que tomar decisiones muy difíciles y retorcer la moral de formas que nunca se hubieran soñado para poder seguir viviendo con uno mismo.

El día de los trífidos, vigente todavía tantos años después, mediante la presentación de las diversas opciones con las que debe lidiar su narrador, traslada al lector una serie de preguntas incómodas: ¿Qué estaría dispuesto a hacer para sobrevivir al apocalipsis? ¿A qué principios renunciaría por un poco de seguridad, por un poco de comida, por seguir vivo un día más? ¿Qué líneas rojas cruzaría? No hay respuestas fáciles, como Bill y aquellos que en un momento u otro le acompañan en su periplo van a descubrir por las malas. ¿Hay siquiera una mínima semilla de esperanza al final del camino recorrido por el protagonista? Bueno, para obtener la contestación a eso habrá que leer el libro.

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